Por Emiliano Echavarría. La recientemente estrenada Hitchcock (con Antony Hopkins en el rol principal y Helen Mirren como su esposa Alma) es una película entretenida, un film que “funciona” pero, al mismo tiempo, un producto tan basado en fórmulas prefabricadas que opera casi como un “antihomenaje” al genial director de Psicosis.
Hitchcock es, ni más ni menos, lo que esperaba ver al momento de entrar en la sala de cine, lo cual, reconozcámoslo, no habla muy bien de ella. De hora y media de duración, se trata de una historia bien contada, bien actuada (aunque quizás un poco exagerada), sin errores técnicos y, por supuesto, entretenida; en otras palabras, es una película que funciona. De manera que, si lo que estás buscando es divertirte y pasarla bien un rato, pues no te la pierdas. Por lo demás, es una película muy del montón, perfectamente hollywoodense y hecha con una importante producción pero evitando cualquier marca de autor.
Acaso lo más impugnable de la película, basada no en hechos reales sino en el libro de “non-fiction” del poco conocido Stephen Rebello, sea que se mete precisamente con Alfred Hitchcock, un tipo que si bien nunca buscó mantenerse al margen de la industria cinematográfica hollywoodense (luego de emigrar, claro está, de su Inglaterra natal, escenario de sus primeras películas), tampoco permitió que ella le dictara el rumbo. Y esa tensión es algo que se cuenta en la película, pero que, paradójicamente, se trabaja de un modo anti-hitchcockeano. A ver si me expreso bien: Hitchcock vendría a ser algo así como un anti-homenaje en el sentido de que su vida es relatada de un modo que él mismo no le desearía, probablemente, ni a su peor enemigo. Y eso se debe a que es una película construida en base a fórmulas prefabricadas, donde nada se arriesga y, por tanto, nada se gana. Esto es, por un lado, perfectamente comprensible ya que, tratándose de una película que requiere una gran inversión, lógico es esperar por parte de la empresa productora que, como toda empresa, se proponga garantizar su ganancia, debiendo así apuntar a un público masivo, yendo siempre por lo seguro y haciendo un producto consumible por la mayor cantidad posible de personas. Pero, por otro lado, no deja de ser algo paradójico dado que la película misma refleja los encontronazos del propio Alfred Hitchcock con los productores de la Paramount, pues éstos se negaron a financiar Psicosis porque su guión era demasiado arriesgado, demasiado “outside the box”
Hitchcock no pretende, bajo ningún punto de vista, sacar a Alfred Hitchcock de su lugar de leyenda para hacer de él una persona, sino que se conforma con transformarlo en un personaje. Y, para colmo, en un personaje igual a todos los otros, con sus respuestas rápidas y sus frasesitas inteligentes para cada situación, celoso por la relación de su esposa con otro hombre, seducido por las mujeres bonitas y el alcohol pero capaz de convertirse en héroe para llevar a cabo absolutamente todo lo que se propone y darle una lección a sus enemigos (y es que siempre hay malos en las películas) porque nunca hay que olvidarse de que, para Hollywood, con “hard-work” todo se puede, máxima ideológica que encubre la noción de que si vos no pudiste es porque no te esforzaste lo suficiente y entonces vos no te merecés triunfar en la vida. Lo más gracioso de todo es que los demonios de la película son precisamente los productores, quienes se niegan a hacer una película que no sea lo suficiente comercial, quienes quieren cortarle las alas a Alfred Hitchcock imponiéndole una película más estándar. En ese esquema, entonces, la realización Hitchock no puede significar otra cosa sino el triunfo del mal sobre el bien, de la producción sobre la dirección, de la ideología sobre la realidad, porque los realizadores de Hitchcock son nada menos que los enemigos del propio Hitchock, tanto en la vida real como en la película.