Por Álvaro Bretal
Alien es recordada como la primera película de terror dentro del género de la ciencia ficción. Marcha retoma y analiza este clásico que nunca muere.
En sus primeras películas, el cineasta inglés Ridley Scott demostraba una particular capacidad para construir universos cerrados e imaginerías icónicas. Tanto con Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979) como con Blade Runner (1982), su film siguiente, Scott creó gran parte de la ciencia ficción audiovisual relevante de fines de los setenta y comienzos de los ochenta. Mientras Blade Runner permanece en la memoria colectiva como una película valiosa por sus interrogantes filosóficos y su futurismo melancólico y evocativo, Alien tiene un mérito tal vez mayor: haber sido el primer film norteamericano de ciencia ficción de terror –y uno de los primeros de ciencia ficción en general– en muchísimos años en contar con un gran presupuesto. La grandiosidad de Alien fue tan precursora para películas de su género que, cuando el proyecto recién estaba comenzando, sus creadores no podían imaginarlo más que como un film clase B del montón.
Dan O’Bannon fue quien escribió las primeras páginas del guión, influenciado por una película de ciencia ficción en la que había participado entre 1973 y 1974 como actor y coguionista: un film económico llamado Dark Star, que cruzaba ciencia ficción con comedia y había significado el debut como director del gran John Carpenter. Ronald Shusset, amigo de O’Bannon y coguionista de Alien, dijo alguna vez que la idea original era hacer “una película tipo Roger Corman” (de hecho, estuvieron muy cerca de firmar un contrato para que efectivamente la produzca él). Es decir, un film clase B sin demasiadas pretensiones en términos de producción o alcance comercial. El título original iba a ser Star Beast y se trataría de una película con características similares a Dark Star –ciencia ficción espacial en espacios cerrados–, pero que tendría como eje al terror y no a la comedia.
Cuando O’Bannon tenía apenas 29 páginas del guión de Star Beast el chileno Alejandro Jodorowsky lo llamó desde Francia para contarle que tenía los derechos para filmar la exitosa novela de ciencia ficción Dune y que estaba interesado en contratarlo como parte del equipo de efectos especiales. Estamos a mediados de los setenta, a cuatro años del estreno efectivo de Alien y a casi diez del de Dune, que finalmente sería dirigida por David Lynch luego de que la filmación en Francia fracasara y Jodorowsky le vendiera los derechos al productor italiano Dino De Laurentiis. El viaje resultó significativo para O’Bannon al menos por dos razones. Por un lado, porque allí conoció al artista suizo H. R. Giger, quien tiempo después diseñaría parte de los monstruos y escenarios de Alien. Por otra parte, porque tras el fracaso de Dune regresó sin dinero a Estados Unidos, donde contactó a su amigo Shusset y, con nuevas ideas en la cabeza, retomaron la escritura del guión de Star Beast.
Pocos meses después el guión llegó a las manos del cineasta Walter Hill, quien recientemente había fundado una compañía productora. Si bien ni a Hill ni a su socio David Giler les interesaba la ciencia ficción, y el guión en sí mismo no les parecía muy bueno, decidieron filmarlo. Conservando la escena en que un monstruo sale del cuerpo de uno de los personajes, Hill y Giler reescribieron el guión íntegramente. El resultado no sólo desagradó a O’Bannon y Shusset, sino que tampoco convencía a las otras personas que debían financiar la película. Resultaba evidente que, más allá de sus dotes narrativas, Hill no era un adepto al género y desconocía por completo sus reglas básicas. El proyecto, sin embargo, continuó avanzando por una razón particular: en diciembre de 1977 se había estrenado la primera película de la saga Star Wars y, tras su éxito descomunal, la compañía Fox estaba decidida a seguir produciendo películas de ciencia ficción. Alien era, más allá de sus complicaciones, el proyecto que tenían más a mano. Este es, en cierto modo, el punto de quiebre en la historia de la creación del film: con distintas versiones del guión y distintas perspectivas sobre cómo debía ser, la compañía productora le dio luz verde como nunca antes, incluso en un contexto en el cual ningún director serio estaba dispuesto a dirigir una película de esas características. Hill no era el único cineasta consagrado que se negaba a hacerse cargo del rol de director; también Robert Aldrich, Peter Yates y Jack Clayton habían rechazado la propuesta alegando que se trataba de “una estúpida película de monstruos”.
Tras numerosos rechazos, y en una situación desesperante en relación al futuro del film, surgió el nombre de Ridley Scott, un cineasta inglés con un solo largometraje (The Duellists, 1977) y cuyo último proyecto –una película medieval– se había congelado ya que consideraba que Star Wars, el éxito mundial estrenado recientemente, tomaba muchos de los mismos patrones de diseño que tenía en mente para su nueva película. Scott, que tampoco era adepto a la ciencia ficción, viajó a Estados Unidos para saber de qué se trataba el proyecto y se fascinó tanto con la propuesta que en menos de un mes armó un storyboard y logró que la Fox le duplicara el presupuesto, de 4,2 millones de dólares a 8,4. Ahora, decían los productores, “podían ver la película en sus cabezas”. En este punto empezaron a gestarse los lineamientos estéticos centrales de Alien. En su viaje a Estados Unidos, Scott se adentró en el universo de la ciencia ficción, no tanto a través del cine como de las historietas (principalmente, de la revista francesa Métal hurlant). Le costaba creer que los escenarios de algunos grandes cómics del género nunca hubieran sido trasladados a la pantalla grande. En materia cinematográfica, sin embargo, Scott se aferró más al cine de terror, y se propuso que Alien fuera “la Masacre de Texas [The Texas Chain Saw Massacre, Tobe Hopper, 1974] de la ciencia ficción”. Si bien la relación entre ambas películas puede ser difícil de visualizar, las dos comparten una estética sucia y oscura, algo que –es importante repetir– prácticamente no existía en la ciencia ficción cinematográfica hasta el momento. Por otra parte, es en esta etapa decisiva cuando O’Bannon le mostró a Scott un libro de ilustraciones de Giger llamado Necronomicon (1977), que lo convenció inmediatamente de que el artista suizo debía ser el principal responsable del diseño visual de la película.
Alien fue filmada en Inglaterra entre julio y octubre de 1978. Durante la filmación, Ridley Scott se negó a mostrarles el monstruo a los actores, para que el suspenso y el terror también estuvieran presentes en sus actuaciones. La criatura principal de la película está basada en la obra de Giger Necronom IV. Para los productores, el arte de Giger era demasiado repulsivo y haría que la gente saliera corriendo de las salas de cine. No estaban tan equivocados. Sin embargo, al igual que con otros films impactantes de la época, la repulsividad fue uno de sus mayores atractivos. Uno de los factores que contribuyó a esta repulsividad fue el realismo logrado gracias a un presupuesto importante y un equipo técnico que trabajó obsesivamente para crear una atmósfera espacial asfixiante y verosímil. En el documental The Beast Within (Charles de Lauzirika, 2003) se pueden ver las construcciones descomunales que hicieron Scott y los técnicos en los estudios Shepperton. Varios participantes de la filmación comentaban que era muy fácil perderse entre los decorados: cada habitación de la nave llevaba a otra, conformando una suerte de gran laberinto gótico espacial.
El desarrollo narrativo de Alien es, en su primera parte, lento y climático: Scott se toma varios minutos para presentar a los siete pasajeros –humanos– y a la nave Nostromo, probablemente el personaje más importante de la película después de Ellen Ripley (Sigourney Weaver). Con la excepción de unas pocas secuencias (por ejemplo, aquella del comienzo donde los pasajeros se despiertan y salen de las cápsulas en las que duermen), en Alien predominan los negros, los azules, las sombras. La iluminación proviene casi siempre de aparatos electrónicos. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de las películas de ciencia ficción, en Alien el espacio no es pulcro y aséptico; los personajes se la pasan ensuciándose y arreglando fallas técnicas. Predominan el humo, el polvo, el aceite. Son, como se dice con frecuencia, algo así como camioneros espaciales. Al igual que en cierto cine clásico de género, Alien está repleta de hombres y mujeres de acción. El hecho de que haya mujeres no es un detalle menor, principalmente porque otra de las novedades del film fue que presentó a una heroína, algo muy difícil de imaginar diez o veinte años antes en una película del género. No sólo eso, sino que el personaje de Ripley se convertiría en un ícono cinematográfico durante las décadas siguientes, protagonizando las tres secuelas inmediatas (Aliens (1986) de James Cameron, Alien³ (1992) de David Fincher, Alien: Resurrección (1997) de Jean-Pierre Jeunet) y posicionando a Sigourney Weaver como una estrella internacional.
Una de las diferencias principales entre Alien y sus secuelas es que en la película de Scott la acción se encuentra contenida, desarrollada dentro de los marcos de la nave y generando un clima paranoide que tiene mucho que ver con el clásico El enigma de otro mundo (The Thing from Another World, 1951) de Christian Nyby y Howard Hawks. La secuencia final, por otra parte, hace pensar en las persecuciones psicopáticas de asesinos seriales propias del slasher, subgénero que empezó a popularizarse durante los setenta y alcanzó una masificación sin precedentes en la década siguiente. Alien es más seca que épica. Si en la famosa secuela de James Cameron la acción es explosiva y grandilocuente, estrechamente vinculada al cine bélico, en la Alien original la acción es la del thriller. Scott logró algo que hubiera parecido imposible pocos años antes: una película de ciencia ficción que bebía del terror y del suspenso y que, al hacer un uso equilibrado de sus influencias, se constituía como absolutamente novedosa. La soledad del espacio (el eslogan original en inglés fue “En el espacio nadie puede oír tus gritos”) y la posibilidad de que el alien estuviera metido en el cuerpo de cualquier personaje fueron herramientas explotadas a la perfección por una puesta en escena cargada de detalles y pequeños atractivos visuales. Es una película seca pero para nada vacía que logra equilibrar, como muy pocas, aquello que se muestra y aquello que se oculta. Ridley Scott, el gran obsesivo, logró una película impecable a nivel técnico, imaginativa y verdaderamente terrorífica. Es, también, el resultado de un trabajo colectivo notable y de una apuesta por una producción inusual que, según la mayoría de los involucrados, tenía altas chances de fracasar en taquilla. El resultado comercial fue, sin embargo, muy positivo: costó entre 9 y 11 millones de dólares y recaudó en boleterías poco más de 100. Lamentablemente, en las décadas siguientes el caso de Alien no tuvo impacto, y empezó a resultar cada vez más difícil encontrar películas de género arriesgadas, con guiones simples y concisos y una gran atención por el tono, el clima y la puesta en escena.