Por Silvio Schachter. El film ganador de un Oscar a mejor película entregado nada menos que por Michel Obama y la mirada norteamericana sobre el mundo árabe y el Islam. Una película con final feliz que hermana a Hollywood y la CIA contra Irán y el nuevo eje del mal.
“Argo es un amasijo fácilmente consumible de géneros trillados (aventurero exótico, película de travesuras política, descuidada cinta de redención paterna, sátira de Hollywood desde dentro) cuyos temas geopolíticos dan la impresión de que es inteligente e importante”.
Kevin B. Lee – crítico de cine y cineasta.
El film recibió un aluvión de premios, varios Oscar incluidos, unánimes criticas exultantes y fue vista por millones de espectadores que la saludaron con aplausos. Un producto hollywoodense, que no merecería mayor opinión fuera de las páginas de espectáculos, si no fuera que el tema del film es de incuestionable vigencia política: Irán y la mirada de occidente sobre el mundo árabe y el islam. Lo que además coincide con la controversia desatada en nuestro país por la firma del acuerdo entre el gobierno argentino y el iraní por el atentando en la Amia.
La política exterior de los EEUU en Irán
En 1950 Mohammad Mossadegh, primer ministro iraní, decreta la nacionalización del petróleo, el Shah Mohammad Reza Pahlevi lo destituye y las calles se llenan de multitudes que defienden la medida soberana y repudian al Shah que huye a Roma, donde junto la CIA dirigida por Allen Dulles y el MI6 inglés coordinan la acción conjunta para terminar con el gobierno de Mossadegh. En 1953, golpe mediante, los EEUU e Inglaterra imponen una feroz dictadura monárquica encabezada por Reza Pahlevi y la British Petroleum (BP), que vuelve a apropiarse del petróleo iraní. A través de la SAVAK, su departamento de inteligencia, el Shah elimina a toda la oposición de izquierda. En agosto de 1979 una rebelión popular liderada por el ayatollah Jomeini puso fin al reinado del Shah.
El comienzo de la película hace una sucinta síntesis documental de estos acontecimientos. Allí, en esos breves minutos, empieza y termina todo lo interesante que tiene. Luego empieza la ficción y, con la toma de la sede diplomática de los EEUU, los iraníes pasan de víctimas de anglosajones y monarquías corruptas a villanos y se instala definitivamente la figura arquetípica de los blancos occidentales presos de una horda de energúmenos islámicos. En el film no se hace ningún intento de indagar el complejo y contradictorio proceso de la revolución iraní y el eje siquiera son los rehenes de la embajada sino un hecho menor, la fuga de un grupo de buenos e ingenuos empleados diplomáticos que terminan asilados en la embajada canadiense. El rescate es resuelto por un audaz e inteligente agente de la CIA, héroe anónimo, ayudado por un par de simpáticos personajes de la industria del cine. Hollywood siempre es autorreferencial. Todos festejan: logramos salvar a nuestros muchachos, particular visión de la humanidad que excluye a todos los que no tuvieron el privilegio de nacer en EEUU.
Como antítesis vale recordar a Persépolis, la estupenda película francesa de animación basada en la novela gráfica homónima dela iraní Marjane Satrapia, donde desde la mirada de una niña, luego adolescente, se registra la resistencia, el entusiasmo por la esperada rebelión, para después caer en el escepticismo y la frustración ante la nueva realidad de una república regida y sometida por la religión.
El truco o la trampa del filma dirigido por Affleck de abrir con imágenes documentales hace mas fácil aceptar que lo siguiente es veraz, asi queda velada la fabricación de la historia. ¿Qué se quiere decir cuando la película anuncia: basada en hechos reales? ¿De qué realidad nos habla?
La máquina del cine presentada como máquina técnica y no social
La industria del espectáculo, atenta a las recaudaciones, sabe qué vende y cómo hacerlo, reproduce y amplía el sustrato de prejuicios, temores, estereotipos racistas y religiosos, impone modelos funcionales y culturales. Anclados en una historia congelada, donde la ruptura siempre es negativa, son incapaces de ver la rebelión verde en Egipto, Tunez y otros pueblos árabes que muestra una dinámica que el clisé de los empresarios del séptimo arte de Los Ángeles no registran. Ante la interpelación por falsedad y maniqueísmo, siempre queda el argumento elusivo: solo es una película. Pero es más que eso, para millones la historia que queda registrada es la versionada por la MGM, la FOX o la Paramount, ya sea de la conquista del oeste, el imperio romano, la Segunda guerra mundial, la guerra fría, la de Vietnam, los exitosos yuppies de los 80 y ahora el inminente peligro islámico construido sobre las imágenes apocalípticas del 11S
Es ese poder simbólico el que alimenta la arrogancia de Hollywood cuando hace de su fiesta un acontecimiento global. En la aburrida y tediosa ceremonia, que empieza con su feria de vanidades llamada alfombra roja y sigue con un ritual de presentaciones y agradecimientos obvios, nada es casual y la imprevisión solo llega al tropezón de la premiada Jennifer Lawrence. La insólita aparición en videoconferencia de la señora Obama, explicita el maridaje entre política y cine. La primera dama sabía de antemano, mucho antes de decir la conocida frase “and the Oscar goes to”, que Argo sería la triunfadora, ya que en cualquier otro caso la presentadora hubiera sido una figura habitual de la academia. Con todo su glamour, Hollywood, la CIA y la Casa Blanca, llegan a uno de esos finales felices a los que son tan adictos los norteamericanos. Todos redimidos, la industria cinematográfica, la agencia delictiva y el gobierno pueden saldar fallidos. Están listos ahora, para apostar a una nueva aventura contra Irán, el eje del mal. Seguramente alguien estará pensando el guión.
La televisión no podía quedar fuera de esta cruzada, la prensa extranjera la otorgo el Golden Globe a la serie Homeland, basada en la israelí Hatufin, donde un marine se convierte al islam y automaticamte pasa a las filas de Al Quaeda. Como dice la periodista Laila Al-Arian: “A los espectadores se les deja creer que los musulmanes-árabes participan en redes terroristas como los norteamericanos envían postales en vacaciones”.
La fascinación por la tortura
Zero dark thirty (La noche mas oscura), de Kathryn Bigelow, que era candidata a 4 premios, ha sido presentada como “la mayor cacería humana de la historia” y narra la persecución y el asesinato de Osama Bin Laden, el accionar gangsteril del ejército de EEUU que en Pakistán ajusta cuentas a su ex socio en una operación criminal dirigida por el propio presidente Obama, ante el silencio cómplice de la llamada comunidad internacional.
En ZDT, el nudo es la tortura y en una falacia retórica, una mentira ramplona y oportunista, se asume que lo horroroso funciona, que la CIA hace el trabajo sucio pero la crueldad salva vidas, americanas obviamente. Estos mismos métodos son aplicados por su aliado Israel, y no en la ficción. Hace unas semanas el joven Arafat Jaradat fue arrestado en una de las casi diarias incursiones del ejército israelí en Cisjordania y murió a causa de las torturas recibidas.
Pero ZDT tiene otra interpretación menos evidente: la fascinación por el tormento, más allá de su utilidad política, el sadismo reflejado en la poderosa atracción que ejercen las historias de asesinos seriales o la perversión de la violencia sexual. Síntomas patológicos de una sociedad que se niega a entregar su panoplia de armas de guerra a pesar de que sus niños son masacrados en las escuelas.
Samuel Huntington proclamó que todo se resume a un choque de civilizaciones y no se trata del fin de la historia anunciado por Francis Fukuyama porque aún tenemos enemigos. En ese choque de opuestos, el adalid de occidente practica el secuestro, tiene cárceles clandestinas en 32 países, realiza interrogatorios basados en la aplicación sistemática de la tortura, impone el terror y el miedo y, aun así, pretende presentarse como la instancia de una ética superior para luego celebrarla autopremiándose.