Por Ricardo Frascara
Yo hice lo que nadie dejó hacer a Lionel Messi: esperar y pensar. Hoy entonces voy a teclear algo, que había renunciado a hacer.
Hoy abro el diario y leo que Messi “vuelve a la selección” y los “motivos del cambio”. Yo vuelvo entonces a la máquina. Entre los dos, entre Messi y yo, corrió como un cortocircuito. El joven barcelonés, que lo es porque su vida se centra allí, se desarrolló allí como jugador y como hombre, tiene su fuente económica allí; sus hijos van a colegios de allí, se mueve dentro de los horarios de allí; su trabajo ecuménico tiene como base Barcelona. Entonces, digo, es de allí.
Él quiere ser de acá, los rosarinos quieren que sea de acá, el DT Martino busca que sea de acá, los diarios hablan de él como si fuera de acá, los dirigentes lo quieren ubicar, a partir del seleccionado, dentro de los parámetros de acá. Y acá, no sé allá, porque yo soy de acá. Acá digo, el fútbol es una pasión malsana, de mala sangre, con mala leche. Eso sí lo sé. Entonces este joven Messi, la más grande estrella internacional de la historia del fútbol, llega acá, enamorado de su Rosario que le dio vida, pintados sus ojos con los colores celeste y blanco, y se enfrenta con otro mundo distinto que el de su vida diaria.
A partir del momento en que su pie derecho –por lo menos yo bajo siempre con el derecho adelante– se apoya en el piso de Ezeiza al descender de la escalerilla del avión, penetra en el mundo conocido, pero ignorado ahora, para jugar en un equipo ignorado durante todo el año, que tiene que volver a conocerlo y situarse en él al poner su reloj en hora argentina. Es como si en Ezeiza, ya que la sede del seleccionado está también en esa localidad fronteriza con el mundo, le tuvieran que hacer una transfusión total de sangre. A partir de ese momento Messi, inconscientemente, empieza a sentir que tiene estómago, por donde corren manojos de pedregullo; que tiene oídos que le silban cuando no le están gritando ¡Muera!, porque le gritan ¡Viva! de tal manera que parece que en lugar de importarlo para enfrentarlo al arco rival, lo hicieran para enfrentar el paredón. Es el Dios amenazado: “Sos Dios, pero cuidado con errar un penal”.
Entonces yo les digo a ustedes cuál es el gran Equívoco de la historia de la vida de Messi de esta semana que acaba de pasar: Lionel Messi, rosarino de 29 años, padre de Thiago y Mateo, compañero de amores y pesares de Antonella, NUNCA, pero nunca, en ningún momento renunció al seleccionado. Todo eso que se escribió en español, inglés, italiano, francés, japonés, turco y que gritó hasta un esquimal (como diría Chico Novarro) no existió. Ese “no quiero saber nada más” del seleccionado que dijo Messi después de haber batallado casi solo, como lo vimos en la cancha o por tv o a través de fotos que inundaron las redes y se derramaron en los diarios de todo el mundo mientras lectores de los cinco continentes se unieron en súplica a todos los dioses conocidos o sospechados para que volviera a las canchas, como si en realidad el jugador se hubiera volatilizado, no tenía ningún sentido. Messi renegó, se calentó, pero NO renunció. Miró un rato para su adentro, sintió él, como obviamente ningún otro puede hacerlo por él, su dolor, su inmenso dolor por no haber logrado para él y para los argentinos ansiosos, ese día, de sangre chilena, la copa que sistemáticamente se le niega al fútbol “de acá” por 23 años.
Cómo no le va a doler, cómo no va a putear, cómo no va a llorar, cómo habrá abrazado a Antonella y a Thiago, en ese momento la única cosa de la vida que sabía plenamente que estaba a su favor. Estoy tentado de decir: yo haría lo mismo. Pero no es así; es una falacia. Nadie puede interpretar lo que el hombre que se siente, se sabe y soporta con sencillez ser el mejor del mundo, al perder justamente en eso que positivamente sabe hacer.
Sólo Messi sabe lo que sintió. Y ¿a quién –salvo a un “periodista” ansioso por una primicia galáctica– se le puede ocurrir que ese hombre puede anunciar su renuncia, algo que sólo se decide con la frialdad y serenidad que requiere tal cosa? Por eso, cuando apareció hoy otra “primicia”, que seguramente mientras escribo estará recorriendo todas las redes, anunciando el “regreso” de Messi al Seleccionado tomé mis dedos con bronca y los tiré sobre el teclado, porque nadie puede volver al lugar del que nunca se fue.