Por Ramiro Bringas
Otra derrota más. Otra final perdida. Tres, en sólo dos años. Pero ésta vez, la historia pareciera tener el peor final. El resultado hasta puede considerarse anecdótico. Porque su renuncia se lleva todos los flashes. La de Messi, claro. ¿Y saben qué? Hace bien en irse. En no volver. Acá, en este país lleno de tipos que le exigen más a un futbolista que a un político, no merecemos tenerlo. Buena suerte, Lionel. No vengas más.
Seguramente, ni el más pesimista hubiese podido escribir un guión con tantos maleficios. A nadie se le hubiese ocurrido que un tipo al que Dios le dio todas las artimañas y habilidades posibles para jugar al fútbol, pudiese sufrir tantas desgracias profesionales con la camiseta de su Selección. Esa camiseta que, a pesar de que algunos quieren hacer creer que no siente, que no quiere o que no defiende como lo han hecho otros, él ama con locura.
Nadie merece sufrir así. ¿Qué habrá hecho Lionel en otra vida para ser acreedor de tanto dolor?
Lo cierto es que, como pocos, Messi tuvo cuatro chances de coronarse campeón con Argentina, pero el destino le ha dado tanto con el Barcelona, que parece haberle quitado cualquier posibilidad de lograr alegrías con los colores de su país y conquistar los corazones de aquellos que solo ven el amor y el éxito en las victorias, pero que además, se encargan de crucificar a quien es, nada más y nada menos, que el máximo goleador de la Selección Nacional. Si hasta lo han insultado por no cantar el himno, como si eso fuese un signo vital para demostrar el amor al país. Madre mía, cuánto nos falta.
El domingo, cerca de la medianoche de nuestro país, la Selección Argentina, dirigida por Gerardo Martino, volvía a caer en una final. A menos de dos años de aquella dolorosa derrota en tiempo suplementario en manos de Alemania por la final del Mundial, y sólo doce meses después de la caída por penales ante el mismísimo Chile por Copa América también, sufría otro golpe más. Otro puñetazo al mentón que agiganta la herida. El de knock out, no sólo para Messi, sino también para varios integrantes de una generación que mereció ganar mucho más de lo que ganó. Que devolvió a Argentina a la elite del fútbol mundial. Que sufrió más que ninguna otra, de manera inversamente proporcional a la que merecía.
Esta herida parece ser mortal. Te duele a vos, le duele a Mascherano, pero también, e incluso en mayor medida, le duele a Messi. Al mejor jugador del mundo. A ese que viven comparando con el más grande de todos los tiempos. Sí, con Maradona, como si el rosarino quisiera ser como él. ¿O acaso creen que Messi quiere eso? ¿Cuándo nos daremos cuenta que Messi no fue, no es ni será Maradona? ¿Tanto cuesta entenderlo?
Resulta insoportable, a esta altura, que se lo siga criticando con tanta vehemencia. No sólo desde el lugar de hincha, sino que también, y esto es aun peor, desde quienes tienen el poder de decir las barbaridades que dicen frente a un micrófono. Y cabe preguntarse: ¿Qué hubiera pasado si aquella tarde en Brasil, Higuaín no fallaba aquel inolvidable mano a mano con Neuer? ¿Qué hubieran dicho si hacía ese gol que insólitamente falló en el minuto 90 en la pasada final con Chile? ¿Qué sería de ellos si, por primera vez, e mismísimo Higuaín no hubiese malogrado la inmejorable chance que tuvo mano a mano con Bravo el domingo?
Cuando brilla en España, en ese país que lo adora, lo respeta y lo trata como realmente se merece, se hacen eco de su brillantez e inflan el pecho diciendo que es argentino. Cuando las cosas le salen bien, dicen que hay que cuidarlo, que disfrutarlo, que mimarlo. Pero cuando falla, ahí están, de nuevo en primera fila, pero para pegarle. Para decir que debe dar más. O peor aún, que no debe venir más. Que acá no juega como allá. Que eso pasa porque no quiere venir, porque no siente la camiseta. Que en las finales arruga. Que no tiene personalidad. Y bla bla bla.
Messi, como el resto de sus compañeros, escucha. Escucha y siente. Siente y sufre. Sufre y piensa. Porque es un ser humano. Como vos, como yo. Y como es humano, un día dirá basta. Perdón. Un día dijo BASTA. Porque ese día llegó. Y ante esa declaración que fue tan impactante como meditada, todo se movió. El país se paralizó. El lunes, tras su renuncia a la Selección, en los medios, en la calle, en el taxi, en la oficina o donde fuera, sólo se habló de él. De su decisión de no venir más.
Messi se cansó. Claro que su decisión no pasa por una cuestión de críticas principalmente, sino que se da porque su frustración llegó a un límite. Cuatro finales perdidas es mucho. La presión lo mató. Lo aniquiló. A él y a sus compañeros. Y mucho tiene que ver el hincha y, en mayor medida, el periodismo, que sólo ve en el triunfo, lo bueno de un jugador no terrenal.
Pero, ¿Sabes qué? Haces bien, nene, en no venir más. Acá no te merecemos. Vos necesitas otra cosa. Otro trato. Que te valoren. Que entiendan lo que sos; un pibe que busca divertirse con una pelota. Que quiso más que ninguno darle una alegría a su pueblo. A ese que pueblo que lo vio nacer pero que no pudo disfrutarlo porque, acá, los mismos dirigentes que hoy no saben qué hacer ante semejante decisión, le dieron la espalda.
Quedate allá. Es lo mejor que podes hacer. Disfruta. Sé feliz, aunque te quede ésta espina clavada. Quedate allá. Ya no quiero verte sufrir. Ya no quiero verte llorar. Nosotros, los que vemos más allá de un resultado, te estaremos agradecidos eternamente por cada gol, cada gambeta, cada lujo, cada artimaña. Gracias por tanto, Pulga. Hacenos el favor. Y hacetelo vos también. No vengas más.