Por Lucas Ochoa
Me siento incómodo. Molesto. Yo quería que ganara Messi. Yo quería que Lio, de una vez por todas, levantara una copa con la selección. Se lo merece, hizo méritos y además, le hace falta. A él, no a nosotros. Al resto del grupo también, obvio. Pero la Pulga mucho más.
Y fue demasiado para mí verlo yerrar un penal, sufrir el resto de la serie, y luego masticar y tragar una derrota más. Apagué la tele. Sabía que no iba a poder soportar ver nuevamente a esta generación colgarse una medalla de plata. ¡Una más!
Refugiarme en Twitter o leer los portales de los principales diarios tampoco ayudaba. Algo me dolía, algo me molestaba y no sabía qué, ni por qué. Que Messi es un pecho frío, que Martino esto, que “el burro” de Higuaín lo otro. De golpe me encontré, nuevamente, con miles de opinólogos y especialistas en casi todo. Y me terminó de caer de la ficha: así somos los argentinos. Criticamos por criticar, exigimos por exigir, señalamos por señalar. Somos todo o nada. Antas de las 21 del domingo, eran todos cracks. Del lunes para adelante pasaron a ser un rejunte de muertos y fracasados que no saben cómo carajo ganar una final.
Me fui a dormir con una mezcla de enojo y tristeza. Una sensación rara, que hacía tiempo no sentía por un partido de la selección. Y levantarme al otro día y leer que Messi había renunciado no hizo más que agudizar esa tristeza. Tuve que escuchar las declaraciones en boca del propio jugador para creer que no era un mero intento amarillista de obtener más clics.
Las fichas me seguían cayendo. Messi no se cansó de perder finales. Messi se cansó de nosotros, de las y los argentinos. Se cansó de que haga lo que haga siempre se le pide más, como si tuviese la obligación de hacerlo. Messi se cansó de que si canta el himno porque canta el himno, y de que si no canta el himno porque no canta el himno. Creo que se cansó de que el 98% de los que a lo máximo que llegaron fue a jugar un torneo intercolegial lo llamen pecho frío y fracasado.
De algo estoy seguro: Messi no quiere renunciar a la selección. Ama la camiseta. Ama los colores. Pero, claro, para algunos no es líder. ¿No fue lo sufrientemente líder como para encarar solo los micrófonos luego del partido y decir que no iba a seguir? ¿No fue lo suficientemente líder para gambetear hasta a la prensa y ponerse él de esa forma en boca de todos para intentar amortiguar los golpes al grupo por una derrota más? ¿No fue lo suficientemente líder como para reconocer sus propios errores y hacerse cargo de las circunstancias?
El fracaso como límite
Así somos como sociedad aunque muchos no relacionen al fútbol con la vida. Pero el fútbol, y otros deportes pasionales, nos reflejan, nos proyectan, desnudan nuestras virtudes y falencias como sociedad. Es por eso que nos marcan como cultura y moldean nuestra cosmovisión. Y así somos, o al menos en gran parte. De esa forma incorporamos a nivel inconsciente que un resultado puede más que un proceso; que un individuo debe poder más que un equipo; que sólo la victoria es sinónimo de éxito; que es ganar o morir; que si no ganan que ni vuelvan; que del segundo para abajo pierden todos. No hay lugar para el fracaso.
Y ahí lo tenemos a Messi. “Un fracasado más”. “Un tipo que bue, con la selección no ganó nada”. “¡Qué me importa lo que haya hecho en España!”. Messi es tan fracasado que se cayó varias veces y siempre se levantó. Messi es tan fracasado que desde chiquito viene salteando obstáculos. Messi es tan, pero tan fracasado, que se anima a fracasar una y otra vez. Pero no vemos eso. Nos quedamos con el resultado. Messi tiene todo: rompió todos los récords posibles. Pero no se conforma y quiere más. Cuanto más tiene, más quiere. Y si no lo logra, sigue luchando por eso. ¿Qué otra cualidad de un líder es tan pura y fuerte como esa? No hay que confundir: Messi no tiene ni debe ser líder de nadie, solo de sí mismo. Y creo que tan mal no le fue. Él encuentra en sus fracasos su fuerza interior para ir por más, para intentarlo de nuevo.
Mientras tanto, la AFA es un caos y se hunde en su propia corrupción, pero el fracasado es Messi. Los clubes del fútbol argentino están cada vez más pobres, pero el fracasado es Messi. Nuestros dirigentes del fútbol no saben organizar siquiera una elección, pero el fracasado es Messi. El Fútbol Para Todos fue una estafa estatal, pero el fracasado es Messi. Llueven los procesamientos por malversación de fondos públicos en el manejo del fútbol, pero el fracasado es Messi. Son 22 más los que juegan junto a él en la selección, pero el fracasado es sólo Messi. Hace 23 años que la AFA no logra un campeonato, pero el único culpable es Messi. Y si ahora la FIFA decide desafiliarla, el culpable también será Messi. Como sociedad en vez de reprochar lo anterior, sacrificamos a Messi. ¿No será que estamos fracasando nosotros? En vez de disfrutarlo, le seguimos cargando peso a su mochila. No importa la corrupción, no importa la decadencia institucional, no importa que jugadores pasen medio año sin cobrar en nuestro fútbol local y no puedan darle de comer a sus familias, no importa que la violencia y los barras sigan manejando todo y matando impunemente, no importa que en los estadios ingresemos como ganado en pleno siglo XXI. No importa. Es muchísimo más grave que Messi no haya ganado una copa. Lo demás es circunstancial, puede pasar. Condenamos lo micro al mismo tiempo que naturalizamos lo macro.
Él no es “D10s”, ni se la cree. Él hace lo que más le gusta y mejor le sale: jugar al fútbol. Lo ponemos siempre en un nivel suprahumano, una especie de verdadero superhombre al estilo nietzchiano que todo lo puede, evolucionado. Pero cuando “fracasa” lo maltratamos como al peor de los seres vivos. Messi no es ni bueno, ni malo. No es ni dios ni un fracasado. Messi es Messi. Somos nosotros los que lo vivimos poniendo en lugares que no les corresponden. Messi es Messi, no un dios perfecto. Messi es humano, y se equivoca. Y algo que muchos pasan por alto: Messi es futbolista; juega a un deporte que no es más que un juego en el que como tal siempre va a haber un perdedor o un ganador. Pero pretendemos que siempre gane. ¿No pensaron tal vez que sería todo muy aburrido si ganáramos siempre? ¿No se volvería todo carente de sentido? Apuesto que si Argentina ganaba el domingo la Copa América muchos hubiesen dicho “y bue, tampoco era un mundial”. Es exitismo inconformista nos hace retroceder, nunca es mucho. Pero lo peor que tiene es que tiende a la perfección, y que al no existir como tal confunde la esencia misma del hombre.
Messi de esa forma se convierte en ese chivo expiatorio en el cual depositamos todos nuestros fracasos. Por eso pretendemos que agarre la pelota, se pase a todos y meta un gol. Y ya lo hizo. Decenas de veces. Pero cuando no lo hace es pecho frío, un muerto.
Por suerte son muchos los que salieron a defenderlo con cartas, videos, carteles, monólogos. Debemos abrir los ojos de una vez. ¿Hacía falta que Messi amague con irse para que nos caiga la ficha de que sin él ya nada será lo mismo? Por lo visto sí ya que también, como buenos argentinos, somos hijos del rigor. Tiene que pasar algo fuerte, que haga ruido, que mueva ciertas estructuras para recién tomar dimensión de los hechos y recapacitar para cambiar algo que sabíamos que estaba mal, pero si total no pasa nada (hasta que pasa).
No sabíamos que hacer con Messi. Ahora no sabemos que hacer sin Messi. De un extremo a otro. Mientras que lo que único que importe sea ganar, ser perfectos, jamás vamos a poder disfrutar del camino que lleva a la gloria, que es igual o más que importante que alcanzar la gloria misma (fuese lo que fuese).
Me quedo con una frase final de Sergio “Cachito” Vigil a modo de cierre que resume un poco la antítesis del ser argentino, de ese ser resultadista, que exige pero no hace, que señala para afuera y nunca para adentro, que cree que un resultado es todo y que no ganar no sirva para nada: “Un equipo ganador no es el que más gana, sino el que tiene más ganas”.