Por Leandro Albani
Se nos fue Muhammad Ali, uno de los boxeadores más reconocidos del mundo pero además un referente del pueblo afrodescendiente no sólo de Estados Unidos. Irreverente y solidario con los de abajo, Ali deja una estela de dolor con su partida hacia nuevos combates.
Creo que el boxeo me gusta porque lo leí en los cuentos de Julio Cortázar, Roberto Arlt, Abelardo Castillo y por ese boxeador derrotado pero siempre de pie que Osvaldo Soriano construyó en su novela Cuarteles de invierno.
Cuando puedo veo boxeo, aunque no soy muy disciplinado a la hora de seguir el día a día de los deportes. Tan es así que no tengo ni idea quién es el número cinco de Independiente, el club que mi abuelo Emilio me regaló para toda la vida.
En el boxeo -más allá de disfrutar la peleas de Nicolino Loche que se rastrean por internet y que me dejan pasmado por su rapidez de cintura y su defensa siempre abajo-, presto atención a la historia de los púgiles. Historias duras, de derrotas permanentes, de crueldades y vicios destructivos. La lista de boxeadores argentinos que llegaron a la cumbre de la gloria y en apenas un segundo cayeron en el abismo es extensa: Carlos Monzón, Ubi Sacco, César “La Bestia” Romero y tantos otros.
Conocí la historia de Muhammad Ali leyendo los discursos y hurgando en la historia de Malcolm X, ese revolucionario integral y radical que dio Estados Unidos. La relación de ambos se cimentó cuando Ali ingresó a la Nación del Islam, organización con un profundo desarrollo en Norteamérica y que, en un principio, se convirtió en refugio de la comunidad negra segregada y reprimida.
Las fotos de Muhammad Ali y Malcolm X son muchas. Sonríen, conversan, se hacen chistes. La relación entre ellos fue sincera y de hermandad. Pero cuando Malcolm X rompió con la Nación del Islam y con su líder Elijah Muhammad (un personaje controvertido y que no deseaba que la radicalización de sus seguidores se le fuera de las manos), ese vínculo se resquebró. Desde ese momento, Ali no escatimó palabras para golpear a su antiguo compinche. La historia de Malcolm X ya estaba echada: su camino político, la toma de consciencia urgente hacia posiciones de izquierda y la puesta en práctica de las autodefensas armadas para contrarrestar la represión policial marcarían los últimos meses de Red, como le decía de pequeño.
Alguien podrá decir que Muhammad Ali fue parte del espectáculo patético del negocio del boxeo. O que fue una simple pieza más en el engranaje que deja al descubierto las peores perversiones del capitalismo, porque el boxeo es eso, un espejo en el cual se reflejan las más crudas bajezas en que un sistema inhumano expone a las personas.
Pero Ali fue mucho más. El grandote y prepotente, nacido en la profunda Louisville en enero de 1942, también vivió el proceso de radicalización en Estados Unidos en la década de 1960. Su negativa a combatir en Vietnam, sus críticas al poder de los hombres blancos y su irreverencia constante lo transformaron en alguien molesto para el sistema. Por eso, pienso en Alí como una anomalía del sistema o, para decirlo en criollo, como “el hecho maldito” dentro del show bussines. Pero esa anomalía en que se convirtió Ali no es una hecho aislado, sino que es una de las puntas del iceberg que contiene la sostenida lucha del pueblo afrodescendiente de Estados Unidos.
“¿Por qué me piden ponerme un uniforme e ir a 10.000 millas de casa y arrojar bombas y tirar balas a gente de piel oscura mientras los negros de Louisville son tratados como perros y se les niegan los derechos humanos más simples? No voy a ir a 10.000 millas de aquí y dar la cara para ayudar a asesinar y quemar a otra pobre nación simplemente para continuar la dominación de los esclavistas blancos”, declaró con respecto a la invasión estadounidense en Vietnam.
Tampoco escatimó palabras para describir el mundo por el cual caminaba a diario: “El boxeo es un grupo numeroso de hombres blancos viendo cómo se pegan dos hombres negros”.
Y mucho menos se guardó palabras sobre sus contrincantes en el cuadrilátero: “He visto boxear a George Foreman contra su sombra. La sombra ganó” o “Joe Frazier es tan feo que cuando llora, las lágrimas corren a refugiarse en su nuca”.
El mismo hombre que decía ser “tan rápido que la noche pasada apagué la luz de la lámpara y ya estaba en la cama antes de que se desvaneciera”, también lanzaba denuncias que siguen vigente: “La palabra Islam significa paz. La palabra musulmán significa ‘aquel que se somete a Dios’. Pero la prensa nos hace ver como extremistas”.
Con 74 años, Muhammad Ali dejó el mundo de los mortales y en el lugar que haya elegido para transitar su nueva vida, ese niño inmenso que afirmaba poder “encerrar en la cárcel a los truenos”, seguramente estará flotando como una mariposa y picando como una abeja.