Por Lucila De Ponti* / Fotos por Facundo Nívolo
¿Quién es el receptor deseado de ese mensaje? La sociedad toda, por supuesto. Todos y todas. Pero ¿sobre quienes se sostiene el sentido común? El de la mujer objeto, estereotipada, inferior y sometida. La cultura patriarcal, digamos.
El Estado por supuesto. Un poder judicial machista, retrógrado y permisivo. Funcionarios que nos ponen en la parte de abajo de la lista de prioridades a las políticas públicas para remediar la violencia de género. El Estado nuevamente, como uno de los aparatos -junto a con los medios- de construcción de sentido común en una sociedad: a través de su normativa, de su aparato cultural, educativo y comunicacional.
Y los varones, por supuesto. Y especialmente los hombres, ejecutores materiales de –por ejemplo- los 241 femicidios ocurridos desde el 3 de junio pasado a la fecha. Pero también, los portadores de esa violencia chiquita, la que va en las palabras, en los gestos, en los comportamientos “normales” de cada día. Sistemáticos y constantes. Esos comportamientos que decimos parte de una cultura machista y a la vez, que es recibida de manera involuntaria por todas aquellas que expresamos lo femenino.
Decir “Ni una menos” es al mismo tiempo cuestionarnos: ¿De qué manera abonamos a la construcción de esa violencia machista con nuestros comportamientos cotidianos? Y por tanto, ¿de qué manera destruirla conscientemente desde sus cimientos?
¿Qué valor le damos a la construcción de la igualdad entre hombres y mujeres en cada uno de nuestros espacios de socialización? En nuestra familia, en nuestro trabajo, en la militancia, con nuestros amigos y amigas. ¿Es valorada de la misma forma la palabra, la opinión y la práctica de unas y otros? ¿Tenemos las mismas posibilidades de ocupar espacios de influencia y de tomar decisiones? ¿Se nos asignan o asumimos las mismas tareas o trabajos? Y hablo hasta de los comportamientos domésticos. ¿Que relaciones? ¿Qué estereotipos -de mujeres, de varones, de familia- queremos construir?
Decir “Ni una menos” implica ejercer una resistencia. Hacia la violencia contra la mujer, pero que a la vez se opone a otra resistencia, la de los privilegios consagrados para el género masculino. O dicho de otra manera, a la interpelación sobre el territorio reservado a lo hombres.
Todos y todas podemos decir “Ni una menos”. Pero cuántos de nosotros asumimos esta frase como una conducta real en cada uno de nuestros días. El femicidio como forma más extrema de la violencia hacia las mujeres pone en el centro del debate también ese sentido común que permite que el ejercicio de esa violencia sea una posibilidad.
Ayer jueves participé de una conferencia de prensa por la fecha en cuestión. Más que conferencia fue una asamblea de mujeres luchadoras. Una de las cosas que me quedo clara fue que el 3 de junio ingresó para siempre una nueva fecha en el calendario de los derechos humanos. Otra bandera irrenunciable en la lucha de quienes buscamos equilibrar la balanza de los derechos y libertades para construir una sociedad más justa, igualitaria e inclusiva cada día, en cada rincón del país.
Desde el 3 de Junio de 2015 a hoy, no somos iguales. Algo cambió cambió para siempre y eso no tiene vuelta atrás. Un año después volvemos a llenar las calles, las redes sociales, las escuelas, las charlas de amigos, los medios, con la consigna #NiUnaMenos. Somos muchas y muchos quienes estamos unidos y dispuestos a terminar con la violencia machista, una violencia que mata desde lo cotidiano y a la que le decimos #VivasNosQueremos.
*Lucila De Ponti es Diputada Nacional del FPV/ Movimiento Evita y Licenciada en Ciencias Políticas.