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    Sin categoría

    Un Django desganado

    31 enero, 20137 Mins Read
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    Un Django desganado

    Por Pedro Perucca. Quentin Tarantino desembarca en el lejano oeste. Hoy se estrena Django sin cadenas, su homenaje al western spaguetti de los años 60 y 70, que ya genera debates y polémicas sin fin.

    Django sin cadenas no es un homenaje genérico al western sino, más específicamente, a una versión particular de este género tan maltratado, conocida como “western spaghetti”. Es decir, películas de cowboys europeas, filmadas generalmente en Italia o España durante los años 60 y 70, que tomaron elementos del clásico western estadounidense recombinándolos y estetizándolos hasta parir un nuevo género o subgénero, primero despreciado y luego, sobre todo gracias a la famosísima “Trilogía del dólar” de Sergio Leone, respetado y admirado tanto a nivel de la crítica como del público. 

    Más allá de que la figura señera del spaguetti western siempre será el genial Leone (y su ícono inoxidable será el “Hombre sin nombre” personificado por Clint Eastwood), hubo otros dos Sergios que contribuyeron a consolidar el género: Sollima, con films como La resa dei conti (1966), con Lee Van Cleef, o Faccia a faccia (1967), con Gian María Volonté, y Corbucci, director de ese extraño western invernal llamado Il grande silenzio (1968), con Jean-Louis Trintignant y Klaus Kinsky, y de Django (1966), con Franco Nero. Corbucci sólo es responsable de este primer Django, el original, al que luego el mercado italiano, tan hábil para vender secuelas engañosas, continuó hasta el infinito con films generalmente olvidables.

    Apegándose a esa tradición de continuaciones tramposas es que Tarantino nos presenta su particular mirada del western, aunque en Kill Bill (sobre todo en la segunda parte) ya había mostrado mucho de su amor y conocimiento del mundo cinematográfico de los vaqueros. Claro que todos los films de Tarantino son, en alguna medida, homenajes y ejercicios de género: terror, western, películas de artes marciales, blaxploitation, etcétera, etcétera. ¿Pero qué es lo que convierte a una película en “una de Tarantino”, además de las citas cinéfilas y de una saludable falta de respeto por las fronteras de género?

    Una enumeración apresurada debería incluir elementos como una hiperviolencia excesiva pero siempre estetizada, guiones ajustados y diálogos filosos como una katana de Hatori Hanzo, un cast de inesperadas superestrellas dando lo mejor de sí, siempre eficaces aún al borde de la parodia (o autoparodia) y un soundtrack tan contundente como la piña de Bruce Willis que da inicio a la desaforada historia del reloj en Pulp Fiction. A lo que hay que sumarle siempre algún aporte, en roles principales o de reparto, de la “Fundación Tarantino para el rescate de actores de los setenta en decadencia”.

    Bien, esos son los ingredientes básicos. Cómo decir: agua, azúcar, jugo de limón, vainilla, caramelo, cafeína, extracto de coca y gotas de aceites varios para saborizar (de naranja, limón, nuez moscada, cilantro, neroli y canela). Finalmente un toque del ingrediente secreto 7x. Y listo.

    En Django unchained están todos los ingredientes, sí. Pero algo no funciona. El resultado, después de unas largas 2 horas 45 minutos de cocción, no es la pausa que refresca, no es sentir de verdad. Es otra cosa. Algo falló en el proceso. Mucha cafeína y poco limón, o viceversa. Algo no fue mejor esta vez. En lugar de la chispa de la vida nos encontramos con algo que ni siquiera es Pepsi. Está bien que, ponele, una Goliat Cola enfriada en una heladerita de telgopor tampoco está tan mal si uno está al mediodía esperando el bondi en Constitución, al rayo del sol, porque a Macri se le ocurrió sacar todos los refugios de la zona para otro de sus geniales planes de remodelación urbana. No está mal, refresca, pero no es Coca Cola.

    No se sabe bien qué sucedió. El ingrediente secreto 7x que hacía que los típicos pastiches tarantinescos se conviertieran en clásicos instantáneos aquí no funciona. Tampoco es que sea una gran sorpresa, porque la magia ya venía fallando claramente con Death proof e Inglorious basterds. Sin embargo, todos esperábamos que con este tan anunciado y esperado desembarco de Tarantino en uno de sus géneros favoritos se produjera la resurrección. Pero no. Queselevacer. A veces se gana y a veces se pierde. Partidos son partidos.

    Está bien que la falla del todo es mucho más que la suma de las fallas de sus partes pero, así y todo, repasemos un poco, hagamos la autopsia, el informe del accidente, veamos la caja negra.

    En cuanto al elenco, el problema claramente no está en los secundarios. Allí descuellan el genial Christoph Waltz, como el cazarrecompensas irónico que va a guiar a Django de la esclavitud a la libertad por la vía de las armas, y un muy efectivo Leonardo Di Caprio, al que se lo ve disfrutar con su rol de dueño de plantación sureña malo malísimo. El personaje de Samuel Jackson, el esclavo integrado que es la mano derecha de Di Caprio, es tan excesivo que aparece como una caricatura que llega a molestar, a distraer. Pero el problema mayor del cast se encuentra decididamente en que el Django de Jamie Foxx necesita desesperadamente una transfusión de carisma. Su personaje, embarcado en otro tarantinesco “roaring rampage of revenge”, es tan apático que no logra hacernos empatizar ni con su historia de amor ni con su camino de venganza. Casi nos da lo mismo lo que le suceda. El que nos importa es Waltz durante toda la película.

    En lo que hace al aporte de la “Fundación Tarantino”, se agradece la presencia de Russ Tamblyn, caripela recurrente del spaghetti western, y de Franco Nero, el Django original, que le enseña a Foxx a pronunciar correctamente su nombre: “La D es muda”.

    Los soundtracks eclécticos y geniales siempre fueron otra marca registrada Tarantino. Todos tenemos grabado en el cerebro la banda de sonido completa de Pulp Fiction y seguramente varios temas de Kill Bill, de Reservoir dogs y hasta de la injustamente subvalorada Jackie Brown. Pero aquí también viene manifestándose claramente que los últimos productos de Quentin no se cuentan entre lo mejor de su cosecha porque ¿alguien puede mencionar algún tema de Inglorious Basterds, por ejemplo? En Django hay de todo, desde un tema de 2pac hasta algunos de los siempre maravillosos motivos de Ennio Morricone, pasando por el tema principal de la Django original y por James Brown. Pero no es mucho más que lo esperable, no mucho más que una fórmula aplicada con pericia pero sin esa inspiración que hacía que uno no pudiera dejar de moverse en la butaca mientras sonaba Jungle Boogie y unas letras amarillas estallaban en titulares sobre fondo negro después de que Tim Roth se lanzara al más famoso asalto a un restaurant de la historia del cine o que nos corriera un hilo de hielo por la espalda mientras una enfermera tuerta iba silbando por un pasillo de hospital.

    Así que, incluso dejando de lado la polémica con Spike Lee (quien, un poco demasiado solemnemente, consideró el film como “una falta de respeto” a sus antepasados, le cuestionó el reiterado uso de la palabra nigger y afirmó que “la historia de la esclavitud en Estados Unidos no fue un western spaghetti de Sergio Leone sino un holocausto”), lo cierto es que “la última de Tarantino” no está a la altura ni de sus mejores trabajos ni de las altas expectativas que sus fans habían despositado en cuanto a su llegada al lejano oeste.

    Después de ir arriba con un claro marcador 4 a 0 sobre la mediocridad hollywoodense (considerando a las 2 Kill Bill como un solo film en dos partes), parece que el team Tarantino se relajó demasiado y recibió tres anotaciones en contra. Habrá que ver si con la anunciada Kill Bill 3 vuelve a ampliar la diferencia o se hunde definitivamente en la medianía, resignado a pelear un pobre empate. Se aceptan apuestas.

     

     

    PD: A un año de una nota publicada en esta misma página sobre el casi desconocido western Blackthorne, lamentamos no tener muchas buenas noticias sobre este género tan querido.

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