Por Mariano Bruno
A dos meses del acampe de los trabajadores del Hospital Posadas frente a la falta de respuesta del gobierno por los 641 cesanteados, realizamos esta crónica de una lucha que, lejos de concluir, aún se mantiene en pie.
“La relación con los pacientes es de total solidaridad”, me dice Manu con quien retomo la charla. En referencia a la movilización contra Vidal me explica que para ellos “la tercerización también es una amenaza importante porque justamente, las dos áreas en que más despidos hubo, seguridad y limpieza, son las áreas favoritas para este tipo de prácticas ya que son las más fáciles para implementar una privatización”.
Manu manifiesta que hay una diferencia muy grande entre una gestión de un hospital que pone los recursos del Estado al servicio de los negocios de los monopolios de la salud, farmacéuticas y laboratorios, frente a todo lo que implica el negocio de una gestión que los ponga al servicio real de la prevención y la comunidad. “Esto no es una pelea solamente por nuestros puestos de trabajo, esto es una defensa de la salud pública, porque vemos lo que está pasando”, me indica y explica que ahora justamente son pocos ya que en ese momento muchos de sus compañeros se están movilizando a la municipalidad de Morón para reclamar por despidos en sectores sensibles como en el consejo escolar.
Pregunto si en el sector médico también existieron despidos. Los hubo me dice Manu: “Médicos de pediatría y dermatología que eran extranjeros y según la administración del hospital no tenían la documentación al día, o sea que los despidieron por extranjeros básicamente”. “Yo doy fe que tenían la documentación al día. Para que te den una matrícula tenés que tener la documentación al día”, interrumpe Celeste. Ella fue cesanteada del sector de seguridad. Me cuenta que algunos de los médicos fueron reincorporados como monotributistas cómo se hace con los residentes, que de hecho, no cobran desde diciembre.
Celeste me cuenta que fue una de las acampantes que asistió al parto de un bebé en el hall del edificio hace uno días. Me dice que “fue una alegría, algo hermoso, pero vivido con mucha bronca porque no nació con el derecho de hacerlo en un lugar contenido por el vaciamiento que se está realizando en el hospital”.
Pregunto cómo fue y me relata la historia: “Ella llega un sábado que es cuando menos personal hay, adolorida y ya en trabajo de parto. No había nadie en orientación ni teníamos formas de avisar para que vengan a buscarla con una silla de ruedas para ingresarla a la sala de parto. Lo enviamos a su pareja a ir por alguien pero ya era tarde. Se acostó, le bajamos los pantalones y ahí cazamos un doctor que venía de hacer unos estudios y pudimos avisar. Cuando los médicos bajaron ya estábamos cortando el cordón. Lo peor es que además después tuvimos que esperar una hora para que vengan a limpiar por la falta de personal”, concluye.
Celeste tiene 37 años y es mamá de seis chicos. El telegrama le llegó el 15 de marzo como al resto. Fue despedida sin causa. Nadie le supo decir porque la dejaban sin trabajo, la dirigencia nunca le dio una explicación ni a ella, ni a sus jefes directos. Aún le deben la indemnización y sesentas horas extras. Me explica que cuando ingresó le dieron la oportunidad de elegir que gremio quería que la representara; eligió ATE. “Pensé que era un gremio realmente paritario que defendía a los trabajadores”, se resigna.
El primer director que llegó con la intervención de esta gestión es Alberto Díaz Legaspe. “Igual estuvimos dos meses sin directivos”, agrega Celeste. El doctor, quien se negó en 2010 a practicar un aborto a una joven violada en el Hospital Regional de Comodoro Rivadavia, ya había sido interventor del hospital durante la presidencia de Eduardo Duhalde en 2002. Según me cuenta Manu luego se enterarían que además de volver a la cabeza del hospital para realizar el trabajo sucio del gobierno de Macri gestionando despidos, fue con la promesa de cobrar una vieja deuda que tenía el hospital con un laboratorio muy importante del cual él es lobista.
“Ahora se tomó una licencia de un mes por un problema de salud. Suponemos que él no va a volver, que van a poner a otro director, no sabemos si lo reemplazará alguno de los 6 directores actuales o si van a mandar a otro. La verdad es que todos los despidos y todas las decisiones que se están tomando en el hospital vienen directamente del Ministerio de Salud y de Modernización”, concluye Manu.
“La idea es clara: terciarizar el trabajo del hospital”, me indica Celeste. “En su gestión anterior el problema fue por lo mismo. Despiden gente, acusan que el servicio público estatal no sirve y lo terciarizan para que tenga un supuesto mejor funcionamiento”, agrega haciendo referencia al anterior paso de Legaspe por el hospital.
Pregunto como venía funcionando el lugar en años anteriores. “Aunque siempre sea difícil gestionar una institución pública de salud venía funcionando”, arranca Manu. “Yo venía a trabajar segura” dice Celeste. “Y estaba limpio, no como ahora”, añade. Escucharla comprometida con la situación del sistema de salud, interiorizada con las problemáticas del hospital y su funcionamiento no sólo de su sector, hace que se rompa cualquier prejuicio que pueda pesar sobre ella. Pero bajo la lógica Pro, con la que justifica su modelo, fue despedida por ñoqui.
Debatimos las diferencias de clases y la grieta que generan los que llevan la ideología de la meritocracia entre las personas de la misma escala económica. “A mí lo que me preocupa es la gente que está al mismo nivel que vos y no entendió. Gente grande que nunca se pudo jubilar, vivió los últimos 70 años de las mismas políticas de siempre y votó a Macri, no puedo encontrarle la vuelta. O vecinos que se creen que porque cambiaron el auto y se compraron su casa, encima gracias a políticas estatales, crean que se lo ganaron solos”, aporta Damián. Tiene 37 años, trabaja en la cocina del hospital y sus horas libres las pasa en el acampe reclamando por sus compañeros. En su sector también, dice, hubo despidos. Su nombre por suerte no apareció en ninguna lista. Me cuenta que si bien los cesanteados en la cocina son pocos, a varios les hicieron contrato hasta diciembre y probablemente serán despedidos cuando concluyan.
Pasaron dos horas desde que estoy en el hall con ellos. Manu me lleva a recorrer los pasillos escondiendo la cámara bajo la campera. Queremos retratar el estado del hospital. No hace falta caminar mucho. Entre las diez mil personas que visitan el edificio a diario y el poco personal de limpieza el resultado está a la vista. A medida que avanzamos, pacientes y familias en salas de espera se mezclan entre conteiner de basura desbordados. Los baños y pisos que acompañan la falta de mantenimiento e infraestructura tienen tiempo sin limpieza. Antes de los despidos veías una persona pasando el trapo todo el tiempo me dice manu.
Se evidencia cada vez más lo que me relataban antes. Entre que caminamos por el predio, con cuidado de que los pocos seguranzas que lo recorren no nos pidan explicaciones de las fotos, no nos cruzamos más de 2 o 3 trabajadores del hospital. Las sillas vacías abundan los escritorios de orientación. El sector de personal en particular en obra está paralizado desde diciembre.
Seguimos caminando. Caminamos entre los pasillos. Subimos y bajamos escaleras y por los pocos ascensores que funcionan. Caminamos en círculo sabiendo que nos vamos a reencontrarnos con lo mismo de antes: el hall desbordado por pacientes y el acampe de los trabajadores cesanteados.
Continuará.
Nota relacionada: 641 razones para acampar en el hall de un hospital (I)