Por Noor Jiménez Abraham* – @noor_j_abraham
El maltrato, el dolor, la soledad, el miedo, las sospechas y las consecuencias sobre las mujeres que padecen los abortos “espontáneos”.
Próximo al primer aniversario del reclamo popular #NiUnaMenos por el que la ciudadanía argentina tomó la palabra para exigir por la vida de las mujeres, suena la consigna que dará el puntapié a la marcha 2016: #LibertadParaBelén, una joven detenida en Tucumán bajo la acusación de haber abortado. Este mismo año, también, se decidió que los discursos contra las violencias de género que llaman a la movilización, manifiestamente interpelen por el derecho de las mujeres para decidir la no maternidad.
El aborto es un tema que atraviesa el país, los partidos políticos, las ideologías del tipo que sean, las clases sociales, las edades; la gran diferencia es que algunas mujeres pueden pagar una buena atención clandestina y otras, por el contrario, son maltratadas por el sistema sanitario, que las expulsa, las denuncia, las abandona o las patologiza.
En el derrotero de la discusión sobre la salud sexual de las mujeres, en la que mayoritariamente deciden hombres, hay un aborto del que poco se habla, que aparece tangencialmente en el caso de Belén –denunciado, como excusa, objeto de no prueba o punto a saltear-, porque esos son los otros abortos, los ninguneados, los que en general parecen no importar, ni para reclamos o consignas.
Clasificados como “espontáneos”, esa terminología distante invisibiliza lo que verdaderamente acontece en una situación que se pretende mantener en el limbo, donde se justifica el maltrato, el dolor, la soledad, el miedo, las sospechas y las consecuencias.
¿Qué hiciste para perderlo?, ¿Bebiste alcohol?, ¿Fumaste?, ¿Te drogaste?, ¿Tuviste sexo en posiciones no cuidadas?, ¿No guardaste reposo?, ¿Alzaste a tus otros hijos?, ¿Será que expulsás los embarazos?, ¿Qué tipo de sangre es la tuya?, ¿Cómo era tu alimentación?, ¿Hiciste deportes?, ¿Te cuidabas en el trabajo?, ¿Será que no querías este embarazo y psicológicamente te predispusiste para perderlo?, ¿Te automedicás? Y más acusaciones en la ruleta de las adivinanzas, a ver quién da más y se le ocurre alguna otra hipótesis, con las que se comienzan a taladrar las emociones de un cuerpo ya desgarrado.
Las manchas de sangre, las hemorragias, el suero, el tacto, la anestesia, el legrado… “Perdiste el bebé”, así en segunda persona, con un dedo acusatorio que no se ve pero que se siente, desde la institución médica que declara la sentencia. A nadie le importa entonces el nombre que iba a tener, la fecha agendada en el calendario, los espacios reservados en la casa y en la vida. Ahora ya está, punto y aparte. ¡Pensá en tus otros hijos!, ¿Cuándo volvés a trabajar?, ¡Hacéte todos los estudios para comprobar qué problema tenés!, ¡La naturaleza es sabia, por algo lo decidió así!, y otra retahíla de exhortaciones también desde la sociedad que no pierde su turno de dictaminar, opinar y sentenciar.
No hay festejos de nacimiento, ni duelos de muerte, ni flores ni regalos, las ecografías, los chupetes y el ajuar….se tiran, se donan, se ocultan… ¿y el nombre?, ¿Qué se hace con el nombre?, ¿Se vuelve a usar?, ¿Se silencia?, ¿Se guarda? Clasificada como una cuestión más en la fisiología de las mujeres, que algunas atraviesan en la soledad de su cuerpo, en el dolor de sus destinos, en la incomprensión del mundo, porque el ciclo volverá a empezar una y otra vez, hasta la menopausia; y esa también es otra historia. Pero ahora, no se llora ni se ríe.
Las instituciones y las mujeres, cuando quieren tener un hijo; en los casos en que no los desean; si no pueden; si surgen problemas; siempre hay un otro -en masculino, o con mirada patriarcal aunque use pollera- que va a sentenciar su condena, ¡porque Dios; la Patria, la ley y la sociedad todavía así, sin vergüenzas ni pudores, lo demandan!
*Doctora en Ciencias de la Comunicación Social