La industria biotecnológica cubana ha desarrollado a lo largo de los años cuatro tipos de vacunas contra el cáncer y muchas más contra otras enfermedades que no se fabrican en ningún otro país del mundo. Noticias silenciadas por los grandes medios y los laboratorios farmacéuticos.
Durante el mes de enero de 2013 se dio a conocer en Cuba la segunda vacuna terapéutica contra el cáncer de pulmón, la Racotumomab. Durante 2012 se había patentado la primer vacuna de este estilo en el mundo, la CIMAVax-EGF (ver Gozando de buena salud) que permite reducir o al menos estabilizar la enfermedad en los pacientes en los que se aplica. Además los resultados han demostrado que su aplicación logra extender la esperanza y calidad de vida de las personas que padecen la enfermedad.
Pero también existen otras vacunas de este estilo desarrolladas en la isla y de las que poco se habla. Según las doctoras Patricia Piedra y Giselle Suárez, del Centro de Inmunología Molecular (CIM) de La Habana, han logrado crear cuatro productos que están registrados en más de 20 países. Esos productos se dividen en los llamados de soporte, que buscan disminuir los efectos nocivos de la radio y quimioterapia, y los específicos, “dirigidos a blancos tumorales, que son los que tienen mayor respuesta antitumoral”.
Los específicos son el CIMAher, conocido también como Nimotuzumab, que es un anticuerpo monoclonal humanizado para el tratamiento del cáncer de cabeza y cuello, y el mencionado CIMAVax, vacuna terapéutica que se aplica a pacientes adultos con tumores de pulmón. Los de soporte son el Epocim, la eritropoyetina humana recombinante, que se emplea en el tratamiento de anemia, insuficiencia renal crónica, sida y pacientes oncológicos bajo quimioterapia, y el LeukoCIM, el factor estimulante de colonia granulocíticas, que se aplica a las personas sometidas a quimioterapia citotóxica de enfermedades malignas.
Si tenemos en cuenta que el cáncer es la causa de una de cada ocho muertes en todo el mundo, más que el Sida, la tuberculosis y la malaria juntas, el aporte cubano en este aspecto es fundamental.
También contra la meningitis, las empresas farmacéuticas y el bloqueo
Desde 1981 se potenció el desarrollo de la biotecnología en Cuba y un decenio más tarde se creó una estructura de coordinación horizontal entre 51 instituciones que conforman el Polo Científico del Oeste de La Habana. Entre ellos se encuentran, entre otros, el CIM, el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí y el Instituto Finlay.
Fue este último quién logró desarrollar la VA-MENGOC-BC, única vacuna disponible en el mundo contra la enfermedad causada por el meningococo B (meningitis B). Esta vacuna surgió de la necesidad de enfrentar en la Isla un aumento de la mortalidad habitual de la enfermedad causada por el meningococo B, que en 1983 alcanzó la mayor tasa de incidencia en la población total: 14,4 por 10 mil habitantes.
De esta manera, en 1985, se obtuvo un preparado que pasó rigurosamente todas las fases exigidas internacionalmente hasta llegar, en 1987, a las pruebas de campo. En ese estudio se demostró la calidad inmunogénica de la vacuna cubana, con una alta eficacia y está incluida desde 1991 en el esquema nacional de inmunización infantil del país.
Otro dato interesante sobre el desarrollo biotecnológico cubano data de mediados del año 2006, cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) lanzó un SOS internacional pidiendo la producción masiva y a bajo costo de la vacuna polisacárida contra la meningitis A y C, con destino a 23 países del llamado “cinturón de la meningitis” de África, que se extiende desde el oeste de Senegal hasta el este de Etiopía, y donde viven 430 millones de personas.
Sólo una empresa transnacional (la “Sanofi Pasteur”) fabricaba estas vacunas pero, debido a su baja rentabilidad económica, había reducido drásticamente sus volúmenes de producción, algo que ponía a África al borde de la emergencia sanitaria.
La OMS pidió entonces a laboratorios públicos y privados de todo el mundo que contribuyeran a solucionar el problema. Ninguna multinacional respondió, pero sí lo hicieron dos laboratorios públicos: El Instituto Finlay de Cuba y el Instituto Bio-Manguinhos de Brasil se asociaron para la creación de la vacuna vax-MEN-AC, específica para los tipos de meningitis que afectan a la región africana. A partir de entonces, en Cuba se produce el principio activo, y en Brasil se desarrolla el resto del proceso industrial, incluyendo la liofilización y el envasado. El precio final de cada dosis se redujo de los cerca de 20 dólares de la vacuna comercializada por la citada multinacional a menos de 95 centavos.
Esta alianza entre Brasil y Cuba ha permitido fabricar desde entonces 19 millones de vacunas para África, que son adquiridas y distribuidas por entidades como la propia OMS, UNICEF, Médicos Sin Fronteras o la Cruz Roja Internacional.
El desarrollo de vacunas y medicamentos que no se fabrican en otras partes del mundo cumple un doble objetivo para Cuba.
En primer lugar contribuye al desarrollo de la prevención de enfermedades habituales en los países menos desarrollados. Como sostuvo el Premio Nobel de Medicina Richard J. Roberts: “las farmacéuticas orientan sus investigaciones no a la cura de las enfermedades, sino al desarrollo de fármacos para dolencias crónicas, mucho más rentables económicamente”. Y señaló que las enfermedades propias de los países más pobres no se investigan por su baja rentabilidad. Por ello, el 90% del presupuesto para investigación está destinado a las enfermedades del 10% de la población mundial.
El segundo objetivo de la producción de vacunas y medicamentos es romper el bloqueo impuesto por EE.UU. desde hace más de 50 años. Crear medicamentos únicos lleva a distintos países a buscar vías, a pesar del bloqueo, para comprar la producción isleña ya que los mismos no se consiguen en otra parte del mundo.