Por Gustavo Ramos* / Ilustración por Cabro
Voces todo el tiempo,
no paran,
deben tenerle
miedo al silencio.
Brazos y manos
que saludan,
que sacan celulares
y sujetan llaves,
o botellitas preocupadas
por el peso,
nunca satisfechos,
sin detenerse un momento.
Consumen arte
como si fuera chocolate
y en cinco ya terminaste
con el museo.
Deseo, deseo.
Lo tengo,
ya no lo quiero,
pero siempre el reloj
es más grande
que los sueños,
y el dinero,
no pueden parar
de hablar de él,
aunque la vida
sea tan bella,
ver el polvo flotar
en el haz de luz
del sol que entra
por el galpón
entre las chapas sueltas.
Cada partícula
es distinta e igual
y las telarañas
son simétricas.
Tantos absurdos Pacman,
subidos a la bestia del oeste,
tragan mensajes y emoticones,
mientras el fantasmita sabe
que el arte es cagarse de frío
en un Mayo corrido,
en un sueño permanente.
*Gustavo Ramos es escritor y profesor de literatura. Este poema forma parte de su libro “Un instante en la noche” publicado en 2013