Por Francisco J Cantamutto. El contexto de la crisis mundial, con epicentro en los países centrales, tiene efectos sentidos sobre los países periféricos y semi-periféricos incluyendo al nuestro. Es dato insoslayable para la discusión sobre la economía y la política argentina.
Claro que para un país como el nuestro, hablar de crisis remite al imaginario de 1989 o 2001, y ciertamente esas experiencias no se condicen con la realidad actual del país. Sin embargo, la noción de crisis tiene referencias más amplias, y no siempre se manifiesta de modo explícito: las explosiones sociales y discontinuidades políticas hacen visibles problemas que se construyen lentamente. La explosión es manifestación de lo latente.
Señalamos aquí tres indicios de problemas económicos que pueden estar gestando una crisis manifiesta.
Primer indicio de problemas
Uno de los logros del actual gobierno habría sido la reversión de los saldos de la balanza de pagos: mientras en los noventa el déficit de cuenta corriente se compensaba con la entrada de capitales por inversión y deuda, en el nuevo período el superávit comercial permitiría un saldo positivo en la cuenta corriente, disminuyendo la dependencia de los flujos financieros.
Es decir, supuesta fortaleza de la producción en lugar del capital volátil.
Sin entrar en debates sobre esta diferencia, queremos apuntar un primer signo de problemas: desde 2010 a esta parte, ha habido trimestres donde el saldo de la cuenta corriente es negativo, cerrando el 2011 con un saldo anual con este signo. Esto es resultado del deterioro del saldo comercial desde 2009 y la dinámica creciente de la remisión de utilidades y dividendos.
La crisis en los países centrales repercute en forma de menor demanda externa y la necesidad de extraer capital de la periferia. La expectativa respecto de los términos de intercambio es a la baja, lo que deterioraría el poder de compra de las exportaciones domésticas.
Esta dinámica implicaría un peligro para la sostenibilidad del superávit externo, uno de los pilares del “modelo”. De aquí las necesidades de controles a las importaciones, las restricciones a la compra de divisas y el apuro presidencial por arreglarse con el mercado financiero global.
Segundo indicio de problemas
El crecimiento elevado de la producción ha sido un logro incuestionable, fuente de recursos que facilitan la redistribución sin entrar en directo conflicto entre partes: se reparten recursos en expansión, sin necesidad de quitar a alguien para darle a otro/a.
Sin embargo, la tasa de crecimiento del PBI ha caído a la mitad desde el estallido de la crisis: el promedio anual de expansión era del 10% desde la elección de Kirchner hasta el tercer trimestre de 2008 (cuando cae Lehman Brothers) y pasó al 5% a partir de allí.
El crecimiento del año que arranca con la reelección en 2011 fue del 1%. Esto implica mayores disputas redistributivas, entre las que el gobierno deberá mediar.
Pero aún más, entre los sectores productores de bienes la tasa de crecimiento entre ambos períodos disminuyó de 9% a 2%, con la espectacular caída en el sector de construcción, que pasa del 21% al 1%. La industria manufacturera, por su parte, cae del 9% al 4%.
Estas caídas son muy importantes por el impacto que tienen en la generación de empleo, como veremos a continuación. La caída entre los sectores productores de servicios es menos marcada, pasando del 10% al 6%, lo que señalaría una creciente importancia de estos sectores en la generación de valor agregado. La prédica productivista e industrialista encuentra aquí un dato que la contraviene.
Tercer indicio de problemas
De la mano del menor crecimiento de la producción, en especial en los sectores productores de bienes, se ha producido un importante estancamiento en la capacidad de creación de empleo. El desempleo, a pesar de haber variado, no se ha reducido desde mediados de 2007. Es decir, hace más de 5 años que el desempleo no disminuye, estabilizado en niveles elevados respecto de la historia nacional.
El imaginario de desarrollo creado a partir de la idea de crecimiento con inclusión vía empleo se ve severamente cuestionado por esta realidad (las cifras son del INDEC). Se vuelve vital el rol de la política social, ya no como momento del ajuste, sino como estándar firme de la realidad. Esto repercute fuertemente entre los/as trabajadores/as que no logran incluirse productivamente en el “modelo” y pasan a ser marginados, objeto de la crítica social conservadora. Estos sectores incluidos en el relato pero relegados en la realidad, han protagonizado muchos de los conflictos recientes de saqueos o tomas de viviendas.
Entre los capitalistas, sin embargo, también se produce un efecto en relación con esta realidad. Aunque sus espadachines a sueldo puedan volver al mantra de recorte del gasto social, saben que es el último recurso para garantizar cierta gobernabilidad (la gran recompensa que les ofreció el kirchnerismo). Claro que cuando comienzan a verse las grietas de esta contención, el apoyo del capital se socava. Una segunda función de este gasto, además de la relativa estabilidad política, es que sirve de fuente de demanda interna. En un contexto externo de crisis, que la burguesía detecta, la importancia de esta demanda se incrementa. La pregunta siguiente es: ¿alcanza?
Es imposible hacer futurología respecto de cómo serán los tiempos por venir. En la medida en que los sectores relegados sigan mostrando abiertamente su malestar, la estabilidad política no es un dato. Aunque la inteligencia política del kirchnerismo ha mostrado gran habilidad, se pueden notar signos de agotamiento económico, impacto de un mundo en crisis y la falta de cambios estructurales. Mientras, los sectores del capital aún no han logrado una confluencia política que les permita orientar un nuevo programa de gobierno. Es una gran oportunidad para proponer otra orientación de política.