Por Juan Manuel Olarieta
El vencedor de las presidenciales austriacas ha sido el partido fascista FPÖ. Con este cambio, Austria se suma a la ola neonazi en la UE.
El vencedor de las elecciones presidenciales austriacas ha sido el partido fascista FPÖ, cuyo candidato, Norbert Hofer, ha obtenido el 35 por ciento de los votos en la primera vuelta. Europa vuelve a estar en manos de los partidos fascistas, racistas, xenófobos, islamófobos y militaristas, si es que en algún momento dejó de estarlo.
El 22 de mayo se celebrará la segunda vuelta, en la que Hofer se enfrentará a Alexander Van der Bellen, de 72 años, profesor de economía y candidato del partido verde, que obtuvo el 21 por ciento de los votos, su segundo mejor registro.
Los fascistas austriacos siguen el guión de las demás fuerzas reaccionarias que dominan el centro y sur de Europa, especialmente caracterizadas por su oposición a la Unión Europea y a la emigración. Es muy posible que se apoderen del gobierno de la Segunda República austriaca, profundizando la irreversible crisis política del Viejo Continente.
Los viejos partidos que emergieron en Viena tras la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial, la socialdemocracia, el partido popular y el conservador, se desploman, con sólo un 22 por ciento, si se suman todas sus papeletas. Con ellos lo que se desploma es la propia República, ya apenas una sombra de sí misma.
Cumplida su función, los viejos han aupado a los fascistas y les han allanado el camino. En 1999 le abrieron las puertas del gobierno a Jörg Haider, que entonces dirigía al partido fascista, cuyas arcas han llenado de monedas muy generosamente.
En toda Europa los partidos tradicionales, especialmente la socialdemocracia y los sindicatos, se han dedicado a combatir y a aplastar a las fuerzas revolucionarias, que fue el primer paso antes de dirigirse contra el conjunto de la clase obrera para destruir sus condiciones de vida. Cuando ha habido alguna oposición, ha sido simbólica, retórica y puramente testimonial.
Son los fascistas los que, de una forma demagógica, han denunciado el desempleo y el empeoramiento de las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera, cuyas causas no imputan al capitalismo sino a la Unión Europea. Pero es imposible que los fascistas hagan algo nuevo que no hayan hecho antes los viejos partidos tradicionales, y es imposible que Austria implemente una política diferente de la que Bruselas indica.
En toda Europa la sensación es de hartazgo y de cansancio. Está claro que nadie quiere, pero nadie tiene una oferta realmente distinta, algo que vaya más allá de un cambio de gobierno, del intercambio de las piezas del mismo engranaje.
Lo mismo que el fascismo, el racismo es la válvula de escape, cuyos fundamentos no son nuevos sino que proceden de las propias políticas migratorias impuestas durante la “gran coalición” de los populares y socialdemócratas. En Europa las verdaderas frontreras han llegado tras la caída del Telón de Acero en 1990. Austria ha cerrado sus fronteras con Hungría e Italia y ha suprimido el derecho de asilo.
La única unión verdadera que muestra Europa es la que en todos los países han tejido los fascistas hasta apoderarse de los resortes gubernamentales más importantes, uno a uno. Mientras tanto, los antifascistas no saben ni a qué ni a quién se están enfrentando. Ni saben lo que es el fascismo ni saben lo que es un Estado.