Park Geun-hye, hija del ex dictador surcoreano Park Chung-hee, ganó las elecciones presidenciales en el país asiático. Conservadora, y primera mujer presidente, carga con el estigma familiar e ideologías neoliberales, en un Pacífico asiático cada vez más derechizado.
La prensa de los mercados financieros la considera la ‘Merkel del Pacífico’. La nueva presidenta de Corea del Sur tiene, en los papeles, todos los atributos para convertirse en la ‘dama de hierro’ asiática. Con el 51,6% de los votos, Park Geun-hye se convirtió en la primera mujer en llegar al cargo más alto de la política surcoreana, en un país profundamente machista. Alcanza con pensar que, en promedio, las mujeres surcoreanas ganan un 40% menos que los varones en los mismos puestos. Una herencia con la cual la familia de la nueva mandataria tiene mucho que ver.
La candidata del conservador Saenuri, es la primogénita del ex dictador Park Chung-hee, quien mantuvo el poder concentrado en sus manos durante 18 años. Militar formado en Estados Unidos luego de la Guerra de Corea, Park Chung-hee se declaró presidente de Corea del Sur tras un golpe de Estado militar en 1961, época en que Seul estaba al centro del conflicto geopolítico por el control del Pacífico en plena Guerra Fría. Partidario del bando norteamericano, y feroz opositor al gobierno de Corea del Norte sostenido por la Unión Soviética, Park Chung-hee impulsó una serie de reformas constitucionales que concentraron los poderes de la república en sus manos, y dio vía libre a la persecución política en toda la nación con el fin de derrocar ‘el germen del comunismo’.
La misma presidenta electa, durante la campaña electoral, salió a pedir oficialmente perdón por las atrocidades cometidas por su padre. Ella, que había tomado el lugar de primera dama tras la muerte de su madre durante un atentado contra el dictador, debió hacerse cargo del Estado durante una semana ya en 1979, con sólo 20 años, tras el asesinato de su padre a manos de los servicios secretos norcoreanos. Sin embargo, la propuesta política que la llevó al más importante sillón de su país en 2012, no varía sustancialmente del mandato familiar.
Sus objetivos se basan en el fortalecimiento de la expansión económica encabezada por las Cheabol -empresas concentradas multinacionales con sede madre en Seúl, como Hyundai o Samsung-, ante el miedo que provoca una caída sostenida del 2% anual de la economía surcoreana. Pero también financiación al importante Estado social, crecido, como todo surcoreano, a la sombra de las exportaciones de los gigantes tecnológicos.
Quienes ganan la elección son entonces aquellos mismos empresarios que lograron hacer fortuna con las políticas liberales del viejo dictador, pero también sus antiguos aliados externos, como los Estados Unidos, que mantienen al sur de Seul la más grande base militar del Pacífico.
Los derrotados, en cambio, son los progresistas del Partido Democrático Unificado, encabezados por Moon Jae-in, ex abogado por los derechos humanos justamente bajo la dictadura del padre de la presidenta. Moon Jae-in se quedó con un 48% de las preferencias, un dato sorpresivo ya que todos los medios internacionales, aún los más conservadores, daban de hecho un empate técnico en la previa de la elección. Moon, cargaba con el estigma de ser el delfín del ex presidente progresista Roh Moo-hyun (2003 a 2008), quien se suicidó tras una serie de escándalos familiares que precipitaron su ya pésima imagen luego de la crisis en la que sucumbió el país durante su gestión. Sin embargo, el progresismo representa hoy en el país una gran franja de la población, especialmente jóvenes, que reivindica la necesidad de un cambio en la almidonada política surcoreana, ligada estrechamente a los intereses de las grandes corporaciones gobernadas bajo un sistema arcaico y rígido, implementado justamente bajo la dictadura de Park Chung-hee.
Con la victoria de Park Geun-hye en Corea del Sur, se abre un nuevo escenario geopolítico en el Asia del Pacífico. La reciente victoria conservadora en Japón, y el rumbo tomado por el Partido Comunista Chino en su último congreso, permiten vislumbrar un fuerte crecimiento de la integración comercial en la región a manos de los capitales más concentrados. Los países asiáticos, parecen encaminarse hacia el conservadurismo político y el liberalismo económico como forma de enfrentar la crisis financiera global, y con el miedo a la recesión como principal motor.