Por Gonzalo Reartes
Después de los incidentes en el estadio de Talleres de Remedios de Escalada, el cronista hace un paneo de la violencia televisada y las diferencias que se encuentran entre el fútbol de primera y el del ascenso, también, en la manera en que los medios informan al respecto.
Es fácil caer en los lugares comunes de la violencia en el fútbol. Casi una tentación el repudiarla por repudiarla, sin más ni análisis. Aunque, quizás, haya matices en el ascenso. El pasado domingo, en Remedios de Escalada, incidentes fuera del estadio de Talleres obligaron al árbitro a suspender el partido del local contra Defensores de Belgrano a los 25 minutos del primer tiempo, por el campeonato de la Primera B Metropolitana. Sin tener mucho detalle a mano, pareciera ser que integrantes de la barra brava de Talleres de Remedios de Escalada se enfrentaron con la policía en las puertas de la cancha de ese club, donde hubo un auto quemado, unas doscientas balas de goma disparadas, y la calle quedó repleta de piedras lanzadas por los hinchas.
Condenar la violencia es la primera respuesta. General, compartida. Tiene el visto bueno masivo. Algún periodista dice: “La violencia es mala”, y uno casi puede oír los aplausos de fondo. De todas maneras, es interesante tomar este caso como disparador de lo que ocurre en las canchas del ascenso. ¿Cuánto acceso real tenemos a los hechos? Lo cierto es que este partido en particular estaba siendo transmitido por la señal TyC Sports, y aun así, el relator, el comentarista y quien se encontraba en el campo de juego poco podían decir respecto de lo que estaba pasando. Algunos vistazos aislados de una cámara mostraban piedras que volaban, de fondo se escuchaban estruendos, algún policía levantando las manos, pidiendo “tranquilidad”. Pero no mucho más.
De pronto, nubes de humo negro, espeso, surgen detrás del arco que defendía en ese primer tiempo el arquero visitante. El viento da un efecto más cruento. El humo se expande por la popular local, la gente comienza a vaciar la tribuna, se especula con que se había prendido fuego un auto, un patrullero, una camioneta. Los cronistas quieren proteger su integridad y se asoman hasta donde el cuerpo les permite. Es lógico. El partido se suspende y a los pocos minutos TyC emite un combate de boxeo. El espectador se queda en el limbo. Sin ser hincha, quizás busca refugio en una radio partidaria pero la información no es mucho más contundente. De ser una pequeña trifulca entre, por ejemplo, Racing y River, horas y días inundarían la televisión de información, opiniones, indignación y pronósticos.
Violencias televisadas
Sin embargo, y teniendo en cuenta que son la mayoría, uno no puede evitar preguntarse: ¿qué hay de todos los partidos que no son televisados? Bueno, comencemos por aclarar que la violencia no es inherente al fútbol. Quien acude asiduamente a la cancha sabe que, en la mayoría de los casos, los partidos transcurren en paz. Claro, con que haya un sólo hecho ya es más que suficiente para repudiar todo tipo de violencia en-sí, además de los negocios entre hinchas caracterizados (falsos hinchas), dirigentes corruptibles (falsos hinchas) y presidentes acomodaticios (falsos hinchas). Nadie va a poner en tela de juicio eso, no se trata de defender “la violencia en el fútbol”, sino del acceso a la información, de la parcialidad y del negocio (sí, negocio) de la violencia del fútbol. También queda demostrado que no se trata de estar a favor o en contra de la presencia en los estadios de los hinchas visitantes: la violencia tiene raíces más profundas y no se erradica con un decreto.
Los medios de comunicación masivos son los grandes héroes: se indignan porque ocurrió un hecho violento, sin denunciar a los culpables. Se quedan en lo general, repudian la violencia abstracta sin atacar la raíz del asunto y se autocondecoran como salvadores de la patria o, peor aún, independientes. “El escenario era imposible para un partido de fútbol. El partido entre Talleres y Defensores de Belgrano se suspendió a los 24 minutos. En otro insólito y triste episodio de violencia del fútbol argentino, barras de Talleres chocaron contra la Policía de Buenos Aires” se puede leer en la publicación online del diario Olé del 27 de marzo de 2015. Pero en ningún medio se puede leer por qué “chocaron” esos barras con la Policía de Buenos Aires. Y en caso de que se arriesgue un “eran barrabravas sin entradas”, no se puede evitar leer el típico “los violentos de siempre, la sociedad no cambia más, este país está perdido”, etcétera. Pero pocos medios se meten en la interna, en la convivencia (y connivencia) triangular entre barra bravas-dirigentes-policía.
Nos dicen que el choque se debe a que la Barra quería entrar al estadio sin entradas, cuando cualquier persona que haya ido más de tres veces a cualquier cancha del fútbol argentino (ni hablar del ascenso) sabe que cualquier Barra siempre entra sin entradas, que las entradas se revenden y que, en permanente diálogo con la policía, la Barra siempre hace entrar a quien quiera sin entradas. Hace no más de 20 días un agente de control apoyaba impunemente una y otra vez su tarjeta sobre el detector de los molinetes (con el cartel de AFA plus al lado) para que sectores de la Barra de Tigre pudieran entrar a la cancha, en Victoria. Las imágenes están ahí, parecen hablar: hacían cola mientras dos o tres de la primera línea daban el visto bueno con la mirada (“este sí, este no”). La popular es su territorio y allí se mueve a sus anchas, haciendo y deshaciendo, mandando y ordenando. No parece ser suficiente esa versión (o por lo menos pareciera haber algo más detrás) y el hincha, el espectador o el simple curioso se encuentra en un mar de incertidumbre del que sabe no saldrá jamás, porque los pasos siguientes son conocidos: suspensión del estadio y a otra cosa.
Para el Ascenso que no lo mira por tevé…
Los clubes de barrio, los equipos de Ascenso, no venden, no garpa gastar tiempo precioso en los medios masivos dedicando algunas líneas o algunos segundos para ellos. Mejor hablar de cuántos penales erra Messi, del boliche de Riquelme, de las novias de Daniel Osvaldo. La Agencia de Prevención de la Violencia en el Deporte (A.Pre.Vi.De) habría comenzado una campaña para que nadie ingrese a los estadios sin entradas. Las pruebas piloto siempre se hacen en el Ascenso. A los incidentes en Remedios de Escalada deben sumársele otros tantos en Morón, en las afueras de la cancha del Gallo. Pero los grupos de barrabravas, como grupos de fuerza de choque, siempre encontraron y encontrarán apoyo político o de los sectores privados o de la burocracia sindical para lograr sus cometidos. En el caso de que alguna de las facciones no pueda ingresar, habrá desmanes, quizás incluso lucha cuerpo a cuerpo, hasta que el intento cese; en el caso de que el hincha común no pueda entrar, habrá algún golpe, alguna corrida, un poquito de la tan conocida represión policial.
Mientras tanto, el hincha sigue pagando la cuota, la entrada, metiendo dos, cinco pesitos en un piluso en el entretiempo cuando le piden una colaboración para los pibes que están privados de su libertad. Sigue tolerando horarios horribles que condicionan su rutina, como que su equipo juegue un martes a las cuatro de la tarde. Sigue sufriendo por ese equipo que no da tres pases seguidos.
Ese es el hincha del Ascenso, alguien que ya no sabe quién es el malo de la película (aparte de la siempre antipopular policía), si los dirigentes maleables, los barrabravas sin colores o los medios de (des)comunicación que siempre cuentan el lado de película que les conviene. Al final del día no importa. A nadie le importa hablar de la violencia comunicacional. Parece ser que los negociados continuarán, al igual que la desinformación.