Por Nadia Fink y Laura Salomé Canteros / Fotos: Julieta Lopresto, Gustavo Pantano y Natalia Saá
La marcha de ayer convocó a cientas de miles de personas y consolidó la práctica de que la construcción de la memoria colectiva y la defensa de la dignidad y el poder popular son procesos que siguen vigentes y se sostienen en las calles. Una reflexión cercana sobre la potencia y la alegría de un pueblo organizado que repudió los 40 años de la más sangrienta de las dictaduras cívico- militar y eclesiástica y volvió a gritar “Nunca más”.
Toda marcha, como toda historia, empieza por el principio. Ayer sucedió una más de las que recuerdan el oscuro 24 de marzo de 1976, día en que se instaló en nuestro país la más feroz dictadura cívico-militar-eclesiástica de todos los tiempos. Pero estos 40 años de aquel día, traen el recuerdo y la presencia de las y los 30.000 desaparecidas y desaparecidos; las luchas que les truncaron en aquel entonces, y la necesidad no sólo de mantenerles en las memorias, sino que esas mismas reivindicaciones sigan sosteniéndose hoy: el “comunismo” de ayer (según palabras del presidente de los Estados Unidos, Barak Obama) es el socialismo que se sigue intentando construir en Nuestra América toda.
Fue por eso que, a la cabeza de una de las marchas de ayer, desde el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia, las Madres de Plaza de Mayo Elia Espen y Mirta Baravalle, caminaban junto a Alberto Santillán, padre de Darío. Dos épocas, de hijos e hijas señalados, asesinados o desaparecidos por los poderes de turno y por las fuerzas represivas. Con un presente que se reconfigura en Latinoamérica en general hacia gobiernos de corte abiertamente neoliberales, una Argentina con un presidente que en sólo cien días de gobierno dejó a miles de personas sin trabajo, intentando desarticular el Estado para revalorizar lo privado, y abriendo las puertas al “país del Norte” desde la economía y desde la presencia de Obama, justamente, un 24 de marzo. Una directa provocación para quienes luchan por los Derechos Humanos la presencia del representante de un país que apoyó económica y militarmente el Golpe de Estado en la Argentina y en Nuestra América.
Y entonces surgen las preguntas respecto de esas madres y abuelas que rondan desde la década de 1970: ¿Cómo sería enfrentar nuevamente gases y palos, 40 años después? ¿Cómo escuchar que el presidente de un país que ayudó a estigmatizar, torturar, desaparecer a sus hijas e hijos diga que va a visitar las tumbas de las y los asesinados por la dictadura? Las tumbas que ellas no pudieron visitar, los cuerpos que no pudieron enterrar. Porque el afán de este gobierno por reflotar la teoría de los dos demonios, de barrer bajo la alfombra el pasado, de olvidar luchas pasadas (para que pareciera que todo tiene que recomenzar de nuevo, como afirmaba Rodolfo Walsh), choca contra esas madres y abuelas inmunes al olvido y a la desesperanza, y presentes en aquellas luchas por verdad y justicia como hoy por Darío Santillán, Julio López, Silvia Suppo, Diana Sacayán, Luciano Arruga, Carlos Fuentealba y tantas otras y otros.
30 mil razones para sostener lo que se construye desde abajo y a la izquierda
Marcharon ayer quienes sienten dolor en el corazón, la cabeza y el cuerpo cada vez que se avasallan derechos con medidas antipopulares desde un gobierno, los de ayer en la construcción de discursos que lastiman la memoria colectiva histórica, y los de hoy, cuando se invisibiliza o ignora desde todos los sectores las deudas pendientes de las democracias.
Caminaron y cantaron por las calles de la metrópoli combatiente, imposibles de domesticar, pibes y pibas de murgas, de esas baleadas por la Gendarmería, sí; villeras y villeros que llevaron su dignidad a los millonarios edificios de la Av. de Mayo; integrantes de partidos de izquierda, organizaciones sindicales, movimientos sociales, artistas; las y los del Borda; viejas y viejos emocionados por saber que el lento caminar es reconocer que lo imposible solo tarda un poco más; niñas y niños cual guardianes del futuro; adolescentes en rabia que espontáneamente se sumaban al paso de la lucha feminista, violeta, verde y fucsia, repudiando los femicidios y reclamando aborto legal y justicia por los crímenes de odio.
El 24 de marzo no es un podemos, es un debemos para quienes construyen día a día poder popular sin necesidad de un aparato gubernamental que lo sostenga. Porque dejar de comer, de estudiar, de tener salud y trabajo pueden ser las consecuencias para quienes dejan de organizarse y luchar en los diferentes territorios. Salir a reclamar no es “cortar las vías de acceso” según propone el paradigma político cultural actual ni “quitar legitimidad a un gobierno constitucional” como proponía el pasado kirchnerista, sino que protestar es una práctica política de consenso social para defender y exigir los derechos donde se aprendieron a arrebatarlos a los opresores, en las calles.
Y es por eso que allí seguirán, a pesar de las represiones y provocaciones, quienes se organizan políticamente, los de las barriadas, los villeros, las feministas, lxs trans, las profes de los bachis populares, las y los cientos de miles que se movilizaron ayer y se movilizarán mañana por la memoria, en lucha diaria, retomando las banderas de las y los 30.000, en construcción de la dignidad, por el poder popular y por los Derechos Humanos de ayer y de hoy.