Por Carina López Monja – @carinalopezm
Esta noche el presidente de Estados Unidos llegará a Buenos Aires directo de Cuba en una gira cargada de gestos simbólicos, pero necesaria para los tres presidentes. La visita a la Argentina, a horas del 40 aniversario del golpe cívico militar, ha cosechado rechazos y protestas, en lo que se cristaliza como una nueva etapa entre las relaciones de Estados Unidos con nuestro país.
De relaciones carnales, gestos simbólicos y necesidades presidenciales
Hace pocos días, el diario Clarín daba cuenta de dos datos. El primero, de una encuesta que afirmaba que el 51 por ciento de las y los argentinos le tiene desconfianza a Estados Unidos. El segundo, en una muestra de lo que el relato macrista es capaz de hacer, aseguraba que la canciller Susana Malcorra vinculó el sentimiento antiestadounidense del país con un “complejo de inferioridad de nuestra población”. No es un problema geopolítico, ni del terror que ha sembrado en América Latina y en el mundo el imperio norteamericano, sino sólo una cuestión psicológica.
Analistas de todo el mundo califican la visita de Obama a Cuba como histórica. En el pago chico, para quienes buscan la “normalización” de las relaciones entre Norteamérica y la Argentina, esta es la oportunidad única para hacerlo. Ambos presidentes tienen motivos para sacarse la foto. Macri se llevará un espaldarazo del Imperio y Obama buscará contrarrestar las críticas que hacen los sectores más conservadores de su país por visitar Cuba. Hechos concretos habrá pocos, pero ambas visitas están cargadas de contenido simbólico y buscan mostrar una Argentina y una América Latina que giran hacia la derecha.
Cortina de humo y… ¿baño de popularidad?
Con 100 días de gobierno, se podría aseverar que la luna de miel del presidente Mauricio Macri con la sociedad debería llegar a su fin y alertar sobre el dato de que todas las encuestas (incluso las oficialistas) dan cuenta de que la principal preocupación de las y los argentinos es la inflación. El hecho de que esté próxima la suba de la tarifa del gas y el transporte y que se espere una nueva ola de despidos masivos en el Estado, a lo que se suman cientos de miles en la órbita privada, entre otras cuestiones, no colocan al gobierno en la mejor de las situaciones, si de popularidad se trata.
Acaso por eso, y por el afán de cuidar el relato M, en todas las entrevistas dadas a distintos medios el domingo pasado, Macri resaltó los mismos ejes. El apoyo del Banco Mundial, la promesa de un “drástico” descenso de la inflación en el segundo semestre y la expectativa de acuerdo con los buitres porque no hay plan B, y del otro lado está el abismo.
Recordemos también, como dijo el gran diario argentino en un sincericidio: “El Plan B implicaría un ajuste fiscal del 30% y un dólar a 25 pesos, con lo cual quedarían 500.000 personas en la calle y los salarios de todos los argentinos experimentarían una abrupta e irreparable contracción del 30%”.
En ese contexto, la visita del presidente de Estados Unidos, después de once años, es una buena cortina de humo. Un gesto de apoyo. Para no discutir el acuerdo entreguista con los buitres, para mostrar respaldo de la primer potencia mundial, para intentar contagiar la “popularidad en el exterior” que efectivamente ha cosechado Macri, pero hacerlo en su país.
Otro de los motivos, cargado de valor simbólico, es el relato M que, casi calcado a los años de relaciones carnales, habla de “abrirse al mundo, a los mercados y dar confiabilidad para atraer inversión”. El cuento de la buena pipa.
Plata y subordinación, dos caras, the same coin
¿Qué acuerdos lograrán Estados Unidos y Argentina? Pocos. Nulos. Insignificantes. O más o menos. Según la Cancillería, serán “acuerdos de mucho peso político y comercial”. Uno de los ejes centrales: la cooperación en la “lucha” contra el terrorismo y el narcotráfico.
Según Macri un acuerdo de Libre Comercio (TLC) con el país del norte “es un proceso que va a ir más lento”, pero que mientras tanto Argentina debe intentar “poder venderle limones, aumentar el biodiesel, traer tecnología”.
Sin embargo, al leer las palabras en el diario La Nación de Alejandro Díaz, el CEO de la Cámara de Comercio de Estados Unidos en la Argentina (se buscarán “mecanismos de financiamiento para empresas estadounidenses que deseen desarrollar negocios en el país como el apoyo de los Estados Unidos en los directorios de los organismos multilaterales de crédito”), quien además realizará una jornada el 23 en la Rural en la que se espera hable Obama en el cierre, todo indica que se trata de otro tipo de acuerdos.
En otras palabras, algo similar a lo que decía en diciembre del año pasado Luis Fajardo en la BBC. Para complacer mercados e inversionistas, había que dar un viraje de 180% en el rumbo económico. Eso incluía pagarles –a como diera lugar– a los buitres y desregular absolutamente la economía. Como en los 90, la Argentina ha dado muestras de ser buena alumna.
En la visita de Obama habrá acuerdos formales, habrá desregulación y, a cambio de una nueva ola de endeudamiento y subordinación a los mercados internacionales, tal vez Estados Unidos permita que le vendamos limones.
Obama, recuperando el patio trasero
Originalmente, el presidente estadounidense iría a Colombia el 23 de marzo, fecha en la que el presidente Juan Manuel Santos firmaría el acuerdo de paz con las FARC. Eso no se dio y terminó con la visita a Argentina. Sin embargo, no fue una decisión sin argumentos.
En pleno debate electoral estadounidense, donde numerosas voces conservadoras se alzaron críticas ante la decisión de Obama de ir a Cuba, una visita al derechista Macri permite equilibrar la política internacional y tiene un valor político importante. Ante la realidad de Venezuela, Brasil, Bolivia y Ecuador (con todas sus diferencias), Argentina es la punta de lanza de la restauración conservadora.
Más aún después de Cuba. Allí tampoco hubo más que gestos simbólicos. Las dos principales demandas de una Isla que defendió la revolución a capa y espada fueron el fin del bloqueo –causante de los mayores problemas económicos en Cuba– y la devolución de la Base Naval de Guantánamo. Ninguna fue cumplida por Obama y fueron resaltadas por Raúl Castro en la conferencia dada ayer por la tarde.
Sin embargo (y no es poco) la presencia de Obama en La Habana cristaliza que la política agresiva y fallida de Estados Unidos con Cuba fracasó y marca el reconocimiento de Estados Unidos a la legitimidad del gobierno cubano.
Las palabras del presidente de Cuba en la conferencia, planteando la preocupación por los intentos desestabilizadores en Venezuela y respondiéndole a Obama ante sus planteos, es ejemplo de un pueblo que sigue luchando y decidiendo su destino. Si en Cuba fue recibido cálidamente por parte de la población, en la Argentina lo recibirá el rechazo y el repudio de buena parte de la sociedad.
40 años del golpe, un rechazo antiimperialista y la dependencia se acentúa
La visita del Presidente del Imperio que financió la última dictadura argentina y la gran mayoría de las que le sucedieron hasta hoy en América Latina generó un fuerte descontento en un amplio abanico de la sociedad. El intento de resolverlo con la promesa de abrir los archivos militares y de la inteligencia y de brindar homenaje a las víctimas de la dictadura no mitigó el repudio general.
Obama tendrá un exorbitante operativo de seguridad, como cualquier presidente, con la excepción de que, en este caso, ya se han difundido las protestas y movilizaciones que se harán en la Rural y en Bariloche para rechazar su presencia.
Este aniversario del golpe genocida financiado por Estados Unidos no tendrá sólo como consignas Memoria, Verdad y Justicia, sino que sumará a lo largo y ancho del país el rechazo a volver a las “relaciones carnales”. Si el souvenir del gobierno norteamericano en su última visita con George W. Bush en Mar del Plata fue el Comandante Hugo Chávez Frías enterrando el ALCA, el anterior fue en 1997 con Menem y Clinton jugando al golf a pura sonrisa.
Esta visita, once años después, debe estar plagada de gestos. Desde abajo, a la izquierda, una movilización multitudinaria debe expresar la defensa de los Derechos Humanos de ayer y de hoy, el rechazo profundo a las políticas de ajuste, la denuncia al accionar del imperialismo norteamericano en los días de ayer, pero también en los de hoy, con el intento de desestabilizar a Venezuela, con la búsqueda de integrar a nuestro país a los tratados de libre comercio que ya rechazamos hace más de una década.
Hay un intento de cerrar “el ciclo progresista”. Un ciclo que en la América nuestra comenzó con los pueblos resistiendo en las calles y rechazando al neoliberalismo y al ALCA, y que siguió con gobiernos que se propusieron algún nivel de autonomía de Estados Unidos. Algunos de ellos, como Venezuela y Bolivia, nos plantearon un horizonte socialista. Otros propusieron un capitalismo con inclusión. Hoy, todo está en crisis. Relaciones carnales, capitalismo con inclusión o una salida al sistema imperante. Los pueblos tendrán la última palabra.