Por Mariano Pacheco – @PachecoenMarcha
A 40 años del Golpe de Estado, el cronista realiza una serie de notas en las que reflexiona sobre las resistencias –obreras, armadas– y en las que, afirma: “Repensar la pos-dictadura, entonces, es repensar las huellas que el terrorismo de Estado ha dejado en las subjetividades de las y los argentinos”.
Rozitchner… León Rozitcher (paradojas de la historia, hoy debemos aclarar sobre quien hablamos, ya que –repitiendo como farsa el apellido– hoy su hijo intenta presentarse como “filósofo” del macrismo), “El maestro” León Rozitcher –decía– supo plantear con claridad que “cuando el pueblo no lucha, la filosofía no piensa”. Que el pueblo argentino luchó en los 70 ya nadie lo pone en duda, pero a veces no sucede lo mismo cuando se piensa en la segunda mitad de la década.
En una nota anterior glosamos un recorrido por la oposición obrera a la dictadura, que comenzó el mismo día en que la Junta de Comandantes se adueñó del gobierno. Está claro, al menos para este cronista, que el terrorismo de Estado empezó mucho antes del 24 de marzo de 1976, y que sus efectos se extendieron mucho más allá de diciembre de 1983. Lo que a veces parece no quedar en claro es que ese poder que llevó adelante el Proceso de Reorganización Nacional (que también podría fecharse antes y después del inicio y el fin de la última dictadura, que uno podría situar entre dos grandes movilizaciones de masas, como fueron la respuesta obrera ante el Rodrigazo en junio-julio de 1975 y el estallido del neoliberalismo en diciembre de 2001), ese poder, como suele suceder con todo poder, se encontró con una resistencia.
No resulta en vano entonces preguntarse por qué, durante la post dictadura, hubo tanto interés en colocar a los organismos de Derechos Humanos como único actor de la resistencia antidictatorial, invisibilizando así el rol de la clase obrera y de las organizaciones armadas, que libraron –éstas últimas– batallas en el interior del país, así como también aportaron desde una visión internacionalista a las luchas de otros pueblos, sea en América Latina (Nicaragua), como en otros territorios más lejanos (Medio Oriente). Esa mirada, también, intenta todo el tiempo despolitizar el rol de esos mismos organismos, reduciendo la intervención de este nuevo sujeto político a un familiarismo moralizante. No es casual, decimos, porque el binomia “clase obrera-organizaciones revolucionarias” es inasimilable para el parlamentarismo democrático.
La memoria como política de Estado
Algo similar sucede con quienes piensan las políticas de la memoria, las conquistas en materia de derechos humanos, sólo poniendo el foco de su mirada en las políticas de Estado. Así, si se toma el período 1984-2004, cuesta entender el rol que jugaron los Organismos de Derechos Humanos, en particular, y el movimiento popular argentino en general, en esa persistencia que mantuvo el reclamo presente en la sociedad durante todos esos años. Repensar la pos-dictadura, entonces, es repensar las huellas que el terrorismo de Estado ha dejado en las subjetividades de las y los argentinos. El Juicio a las Juntas (realizado entre abril y diciembre de 1985) y el Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) –que funcionó entre diciembre de 1983 y septiembre de 1984– tienen su reverso en las “Leyes de Impunidad” (la Ley de Punto final en 1986 y la Ley de Obediencia Debida en 1987), cuyo remate final hoy puede sintetizarse en la famosa frase pronunciada por el ex presidente Raúl Alfonsín: “La casa está orden… Felices Pascuas”.
Eso, sin mencionar que la “Teoría de los dos demonios” (signo de época que abarca tanto al Alfonsinismo como al mene-delaruismo) fue también una política de Estado. Esto no quita mérito a la reactivación de los juicios, la promoción de ayuda en el proceso de recuperación de nietos, la profundización de los debates en cada vez más amplias capas de la sociedad, que durante el período 2005-2015 fue sostenido como una política de Estado, sino destacar que ese proceso raramente hubiese sido posible ya no sin diciembre de 2001, sino sin batallas anteriores, de procesos como las Marchas de la Resistencia, el surgimiento de la agrupación HIJOS (1995) y su dinámica de escraches, así como de la producción literaria, historiográfica, testimonial, cinematográfica, plástica, ensayística de los años anteriores.
Hoy, cuando las políticas de transformación radical de la sociedad no aparecen como tema de debate; cuando importantes sectores de la juventud miran desde una perspectiva conservadora la historia reciente del país (idealizar el pasado al punto de verse imposibilitado de ser reactualizado en una clave subversiva para el presente); cuando las nuevas luchas carecen muchas veces de “caja de herramientas” que podría haber sido traspasada de mano en mano, nos damos cuenta de que los años 70, sus protagonistas, son parte de una historia que se ReSiente. Se resiente ante la imposibilidad de reactualizar el deseo revolucionario, y se ReSiente en términos de ausencias concretas de trasmisión intergeneracional.
Lejos del gesto nostálgico, entonces, no viene mal recordar hoy que Benjamín tenía razón: no es del ideal de los descendientes liberados que se nutren las fuerzas de las luchas actuales de una clase que pugna por liberarse, sino de la imagen de los antepasados esclavizados, a quienes se propone redimir (porque quienes dominan en un momento histórico determinado se erigen en los herederos de todos los que vencieron alguna vez). De allí –y en sus apuntes a sus “Tesis sobre el concepto de historia” lo destaca con claridad– que el historiador materialista necesite revisar muy críticamente el pasado, y examinar con detalle el botín que los dominadores exhiben ante los dominados, en una muestra de fanfarronería que no tiene otro objetivo que establecer esa empatía entre aquellos que hoy dominan, y todos los dominadores que salieron airosos de las mil batallas que atraviesan la historia.
“Cepillar la historia a contrapelo”, entonces, nada tiene que ver con un inocente ejercicio académico “de izquierda”, sino que se parece más –intuimos- a realizar un ejercicio de contribución a la crítica del presente. Para que lo que se Re Sienta sea el murmullo de rebelión: aquel que se insubordina contra lo dado, y apuesta a gestar otros modos de pensar, de sentir, de actuar. Que apuesta a que otra vez exista una propuesta colectiva capaz de canalizar la fuerza de quienes estén dispuestos a pelear, no por vivir mejor, sino por protagonizar un proceso capaz de hacer que la tortilla se vuelva.