Por Noor Jimenez Abraham* – @noor_j_abraham / Foto Tadeo Bourbon
El Día Internacional de las Mujeres y las dosis cotidianas de machismo, porque a quien le quepa el sayo, ya es tiempo, que de una vez y para siempre, se haga cargo.
Llega un nuevo 8 de marzo y ahora que todos y todas reconocen que no es una cuestión de flores y bombones sino de derechos, y al tiempo que se da lugar a la cobertura de noticias para que no se naturalicen los femicidios -que, más allá de la visibilización, no se logran detener y hasta parecen aumentar en número y en aberraciones-, se vislumbra como un momento propicio para la introspección sobre la semilla de la violencia.
Envueltas en frases como “podemos cambiar la historia”, “no permitamos que nos culpen del legado machista”, “no seamos sumisas”, gran cantidad de mujeres siguen educando niñas y niños bajo estereotipos patriarles. Porque cambiar los mandatos no significa solamente que ellos laven la vajilla si el metalenguaje sigue sugiriendo “buscáte un tipo con plata para que te mantenga” en lugar de “esforzáte para ser económicamente independiente y así tener la posibilidad de acercarte a ser todo lo libre que desees”.
Si depilarse y tener la cola y las tetas paradas son actividades que consumen mucho de las energías, el dinero y el tiempo de las vidas femeninas – ya que a igual de naturales, los vellos de ellas siguen siendo objeto de vergüenza y los masculinos, de orgullo; si los consejos entre amigas aún suenan del tipo: “no digas todo lo que pensás, porque a los hombres no les gustan las mujeres con carácter” o “dejálo que crea que manda él, y vos después hacé lo que quieras”; entonces, la batalla cultural todavía no ha terminado.
“Pobre, solo entre tantas mujeres”, suele decirse de un hombre que tiene que hacer alguna actividad sin la compañía de sus congéneres, por lo que se tratará de que las cosas le sean fáciles, livianas; en cambio, en las situaciones contrarias, ellas tendrán que esforzarse doblemente para demostrar que son capaces, mucho más que los varones, porque la prueba de la blancura se les exige para la ropa, la sexualidad y también la inteligencia.
Mujeres que critican los tatuajes de otras, que condenan su forma de vestir o de desvestirse; si ellas usan short o escote sigue siendo un tema de inquietud para algunas que a veces son las que están en posiciones clave como juezas, docentes, madres, jefas o las vecinas que decidirán sobre la bien ganada o no reputación.
Si no cuidan bien a sus hijos, si les gusta salir mucho, si no tienen pareja estable, si regresan de madrugada, o en automóviles diferentes, continúan entre los temas que desvelan la moralinas de muchas personas que juzgan a las mujeres con una vara muy distinta a la que usan con los varones. Esas mismas que luego se horrorizarán cuando un hombre pegue o mate disfrazando también de valores éticos o sensibles sus ataques patriarcales.
¿Cuál sería el problema de una pollera corta si no prevaleciera la lascivia de todos pero también de todas al mirar ese cuerpo? ¿Si se sigue esperando que las mujeres dejen todo por la maternidad mientras que los hombres pueden ir y volver de la familia, abandonar, ser perdonados y nuevamente ser aplaudidos por sus éxitos en el afuera mientras a ellas se las tilde de poco capaces cuando simplemente no se les permitió volar?
Y cada uno de esos gestos va tejiendo el entramado que a veces termina en los peores crímenes con los que toda la sociedad se horroriza pero que de algún modo ayuda a moldear sin ver que en cada partida, en todos los lugares, en distintos momentos, ellas fueron cediendo algo de esa libertad que nunca volverán a recuperar.
Mientras prevalezca el crédito social en el “ir de putas” o mentirle a las novias, ocultarle las cuentas a las esposas, burlarse de las suegras y criticar a las compañeras de trabajo; el pasaporte hacia la felicidad para los varones se reforzará en el dinero y el poder, horizonte de sus vidas; y para las mujeres quedará la belleza, sin méritos pero con esfuerzos, tan injusta y perecedera, siempre inalcanzable.
Y cada vez que se advierta que las jóvenes no deberían ir solas a buscar un trabajo, no se les estará enseñando a independizarse ni a protegerse , dado que es lo mismo que decirles que no usen minifalda ya que son ellas las que están obligadas a no provocar ataques misóginos.
Porque aún cuando se habla de dos mujeres juntas se dice que están solas, y al exhortarse que no se las viole, se hace alusión a que podrían ser una hermana o una madre para llamar a las conciencias masculinas, en lugar de poner énfasis en que se las debe respetar por humanas, sin más rodeos, ni excusas, ni permisos.
Y no disminuye el miedo de ellas a transitar libremente por la calle, no hace falta irse lejos, porque el solo hecho de tomar un tren puede ser el pasaporte para el depósito corporal del semen de algún pasajero, mientras el terror de sentir unos pasos caminando atrás resulte, cada día, geométricamente repetido y angustiante
¿Y cuántos femicidios ya?, ¿la cuenta sería: en lo que va del 2016, en los últimos diez años, cuando comenzó el siglo XXI, desde que se penaliza la trata o se visualiza la violencia de género…? Las historias se repiten, parecidas, algunas en sus casas, otras de viaje, muchas en la calle… por no desear tener sexo, por querer independizarse, por buscar trabajo, o soñar con una profesión, por usar ropa ajustada, por ir a bailar, por un piercing …. no, ya es obvio que el motivo es por ser mujeres, aunque todavía haya quienes pretendan buscar una violencia compensatoria hacia los varones para llamarla también de género.
Este fue el primer genocidio, y mientras la humanidad avanza, las respuestas retroceden. Porque a las mujeres, cada minuto, se las agrede, denigra, abandona, subestima, insulta, descarta, abusa. Cada uno, cualquiera, la sociedad, el libre mercado. Todas #NiUnaMenos desde el nacimiento, a veces, con la pérdida de trabajos, otras, de familias o amores, la mayoría de la dignidad y espeluznantemente, también de la vida.
*Doctora en Ciencias de la Comunicación Social