Por Gabriel Casas
El cronista esperó algunas fechas para tirar sentencias. Esperó a mirar un superclásico que ya no nos tiene en ascuas, por lo mediocre de su juego y resultados. Y llegó a una conclusión: de fútbol, mejor ni hablemos…
En la década del ochenta y en los noventa, se había puesto de moda una canción entre las hinchadas argentinas. Decía: “Olelé, olalá, si este no es el fútbol, ¿el fútbol dónde está? “ Sucedía cuando su equipo brindaba un espectáculo de toques, paredes y lujos, con goleada incluída al rival de turno. Lamentablemente, esta canción hace rato que desapareció de nuestras canchas.
Y claro, si vemos la mediocridad general y la falta de ambición, en especial en los equipos grandes, ¿cómo podemos pretender escuchar esa dulce melodía los fines de semana? Que eran el orgullo para los que lo disfrutaban como hinchas, pero también un placer para los que lo veían por televisión sin identificarse con esos colores.
Nobleza obliga, Rosario Central, Lanús y dicen que también Defensa y Justicia (equipo al que no vi todavía en este torneo) proponen un fútbol ofensivo y que alcanza muchas veces lo lírico. No hacen nada del otro mundo respecto de los equipos de los ochenta donde la mayoría tenían un diez y una segunda guitarra que jugaban muy bien. Dos talentosos. La modernidad y la aparición del doble cinco y los volantes por afuera de ida y vuelta (odio la palabra carrileros), se comieron al conductor, enganche, enlace, o como quieren llamarlo. Pero no conformes con eso, también borraron a esa “segunda guitarra”.
Es como si en los setenta se hubiera querido destrozar a Los Beatles y se cargaran primero a John Lennon y después a Paul McCartney. Quedan los George Harrison, entonces. También talentosos, pero no tanto como para liderar la banda. En Lanús es el caso de Román Martínez, que le hace honor a su nombre de pila, por el Román más extrañado desde que se retiró. En Rosario Central, Lo Celso y Cervi podrían ser Lennon y McCartney por sus talentos, pero las estrellas del equipo son Marco Ruben y Larrondo, los que depositan el juego que le generan los otros en la red.
En San Lorenzo, Guede amagó más de lo que concretó con eso de subirse a la ola de técnicos súper ofensivos (en los ochenta, lo eran todos, hasta lo de los equipos chicos). Si bien mantiene ese espíritu de ir a atacar con varios hombres y de que su equipo sea protagonista en el dominio del balón y de que sus laterales suban siempre, pareciera que Guede se enamoró más del mote que la prensa le endilgó (eso de “súper ofensivo”) y mete mano en el equipo partido a partido.
Entonces, es común que haya cinco cambios de un partido a otro en su San Lorenzo. Nadie siente que la titularidad está asegurada. No se pueden conocer los nuevos y los viejos para armar sociedades futboleras, porque los va cambiando tanto. Y a veces, como ante Gimnasia, cae en el doble cinco con Mercier y Kalinski, que son ideales para correr, marcar y meter, pero a la hora de crear algo con la pelota, se les nubla el panorama. Así, San Lorenzo está enredado en la mitad de camino entre la idea y la realidad. Quizás haya que darle un poco más de tiempo porque vienen de ser dirigidos por Bauza, un amante del pragmatismo en el bloque defensivo, ya desde el mediocampo hacia atrás, y cuando se podía, se atacaba.
El resto de los grandes son un canto al amaterrismo desde sus entrenadores. Gallardo, el Mellizo Guillermo (en estas dos fechas archivó los tres delanteros que ponía en Lanús), Sava y Pellegrino, no se la juegan nunca. Por sus planteles, podrían poner en la cancha equipos ultra ofensivos con un enganche y tres puntas. ¿No? Veamos: D’Alessandro; Viudez, Alario y Mora en River. Lodeiro; Palacios, Tévez y Chávez, en Boca. Romero; Roger Martínez, Bou y Licha López en Racing; Cebolla Rodríguez; Martín Benítez, Denis y Vera en Independiente. Si no lo hacen, pero siempre le dan lugar al doble cinco y a los volantes externos, es otro cantar.
Ahora, después no vengan con la excusa de que el fútbol argentino es muy difícil porque todos los equipos tienen una intensidad, una concentración y un apego a la marca notoria. Si eso sucede, es porque los entrenadores lo proponen y los jugadores lo aceptan mansitos. Si Coudet, Almirón (aunque su equipo juegue sin un diez) y Holan están consiguiendo resultados en base a su audacia y al riesgo que asumen sus dirigidos, ¿se imaginan lo que sería el campeonato si los técnicos de los clubes grandes, con un menú mucho más apetitoso en variantes, también se animaran? Aunque difícil que el chancho chifle.