Por Nadia Fink (desde General Roca)
El próximo viernes 11 de marzo a las 12 y en la Ciudad Judicial, será la sentencia contra el policía Jorge Villegas, acusado de matar a Pablo Vera en un caso de gatillo fácil. Conversamos con la abogada querellante y con familiares de Pablo.
El 25 de septiembre de 2014, muy temprano, cuando era aún de noche, el policía Jorge Villegas mató de un tiro en la nuca a Pablo, de 23 años. Su justificación inicial fue que Pablo estaba adentro de su auto e intentaba robarlo. Después de más de un año se pudo llegar a juicio, y acusarlo de homicidio. En el medio, hubo miles de trabas para poder acusarlo, cientos de mentiras, decenas de encubridores vestidos de uniformes, y una familia que nunca bajó los brazos, más allá de amenazas, encarcelamientos y torturas. “Si no encaramos esto no había nadie que lo hiciera, mi vieja está muy triste pero quiere llegar hasta el final. El miedo siempre está pero llegamos a esta instancia por Pablo”, dicen.
La ciudad de General Roca (o Fiske Menuko, tal su nombre originario) se en la zona de Alto Valle, en la provincia de Río Negro. El barrio Gómez, donde vivía Pablo y aún vive su familia, está cercano a la zona frutícola lindera al galpón de Expofruit, compañía conocida en la desaparición del trabajador Daniel Solano hace ya más de cuatro años.
La policía de Río Negro tiene un prontuario frondoso de abusos de autoridad, represiones feroces, vínculos abiertos con los poderosos y amedrentamiento a jóvenes, trabajadores y, por supuesto, pobres.
Jorge Villegas prestaba servicios en la Unidad Regional II de esa provincia. Está acusado de “Homicidio doloso triplemente agravado: por empleo de arma de fuego, por abuso de la función policial y por alevosía”. Así lo explica la abogada Victoria Naffa, quien está al frente de la causa como representante de la querella: “El arma era la reglamentaria, una 9mm, y estaba bajo el estado policial, situación jurídica prevista en la ley orgánica de la policía provincial, por la cual los policías no sólo están obligados a portar el arma y a usarla cuando la situación lo amerite. La alevosía se relaciona con que el disparo fue por la espalda, a 2,5 cm de distancia y con Pablo en un total estado de indefensión”.
La primera tarea de la abogada, de la mano de la Coordinadora 13 de enero, fue desterrar la hipótesis del robo porque fue la estrategia inicial, tanto de la policía como de los funcionarios judiciales para legitimar el asesinato. En ese sentido, explica: “Se usaron las huellas del auto de la parte de afuera pero no pudieron encontrar ninguna por dentro, entre las pertenencias de Pablo no se encontró ningún elemento contundente que pudiera generar el daño que el auto tenía, los policías que intervinieron fueron los únicos testigos del procedimiento y hubo contradicciones en sus declaraciones (por ejemplo: en determinar si la puerta del auto estaba abierta o no)”. Y agrega: “La querella apuntó a dos ejes: uno, la manipulación de la escena destinada a orientar la investigación al robo de Pablo en vez de investigar el asesinato por parte de Villegas. Otro, la mecánica del hecho del disparo: el policía habló de un forcejeo y el perito balístico determinó que no pudo tratarse de un disparo accidental”.
Mientras los diarios locales hablaban del “ladrón abatido” (así comenzaba la noticia del 26 de septiembre de 2014 en el diario Río Negro: “Un policía que estaba de licencia, a sólo unos meses de jubilarse con un legajo impecable, mató de un tiro en la nuca a un joven que quiso robarle el auto en la puerta de su casa y quedó detenido”), la familia enterraba a Pablo y fueron los mismos amigos quienes les dijeron: “Esto no puede estar así. Hay que salir a la calle para mostrar que la policía mató a un pibe como cualquiera de nosotros”. Así surgió la primera marcha espontánea, desde la avenida principal hasta Tribunales, para pedir justicia. Y para que sepan, también, quién era Pablo.
¿Quién era Pablo?
Pablo había nacido un 12 de septiembre y había cumplido los 23 años hacía unos días. Uno de sus hermanos lo describe como “cumbiero, alegre y muy amiguero”. Por eso tantas y tantos decidieron organizarse ese día para marchar por él. Con 15 hermanos más, su padre falleció cuando Pablo tenía 6 años “así que los mayores, que teníamos 16 o 17 años, criamos a los más chicos a la par de mi madre”. Aclara, para que nadie se olvide, “mi viejo nos enseñó a trabajar, y así se formaron los más chicos. Pablo era trapito en el centro y también trabajaba en un aserradero”. Y no es un detalle menor, porque también tenía una hijita, Tatiana, de 5 años, a quien no le contaron aún y que lo espera cada tarde mirando por la ventana para que regrese el camión que lo llevaba del trabajo a su casa.
Repiten, los hermanos, más de una vez durante la charla que “Tatiana era su alegría”, que “el Gordo”, como le decían cariñosamente, daba todo por ella, que solía volver del trabajo, armar una casita para ella con las frazadas y ponerse a jugar a la par. Por eso dan vueltas para contarle la verdad: “¿Cómo le explicás a una nena de cinco años que su papá no va a volver?”, se preguntan en voz alta.
También cuentan de lo que le gustaba estar con la familia y de que era el que organizaba las reuniones familiares para las fiestas o los cumpleaños: yendo casa por casa, convenciéndolos… por eso “al Gordo se lo extraña todos los días”, aclaran.
Pablo vivía con su madre, María, y a esa casa llegó una orden de allanamiento a nombre de “Pablo Alejandro Vera” el día que lo mataron. Esa misma casa fue baleada el último martes de febrero, el “después de la marcha que hicieron policías y familiares de Villegas”, el policía acusado.
Volver a empezar
Durante aquellas primeras marchas, luego de que soltaran a Villegas y fueran a reclamar a Tribunales, familiares, amigas y amigos sufrieron una respuesta feroz de parte del (en ese entonces, flamante) grupo COER (Cuerpo de Operaciones Especiales y Rescate, ex BORA). En ese entonces sufrieron traslados y torturas en la Comisaría 21, y el miedo se apoderó de muchos y muchas. “Después de eso pararon un poco las marchas porque había mucho miedo y seguía habiendo amenazas. Pero tuvimos que volver a empezar, no bajar los brazos por justicia para Pablo”, cuentan.
Luego de que más de 20 testigos dieran testimonio, las y los jueces de la Cámara Tercera del Crimen; Fernando Sánchez Freytes, Verónica Rodríguez y Laura Pérez determinaron que la sentencia será el próximo viernes 11 de marzo al mediodía.
Mientras esperan una condena ejemplar, la familia completa: “Hacemos todo esto para que no se vuelva a matar a los pibes o que si pasa salgan a pedir justicia y para que no los ensucien más”.