Por Martín Obregón
Pasados unos días de la primera gran medida de fuerza contra el gobierno nacional, reflexiones sobre lo que dejó y sobre las tensiones entre la economía y la política que el gobierno no puede resolver.
La primera movilización masiva en contra del gobierno de Macri coincide con un momento en el que parece haber llegado a su fin la política de “blitzkrieg”. Los tiempos de la guerra relámpago parecen haber quedado atrás porque ningún gobierno se sostiene (ni siquiera con el apoyo de los grandes medios de comunicación) a partir de una política de ajuste permanente.
Debido a su propia naturaleza de clase el macrismo le deja un espacio muy pequeño a la política. Ese es su talón de Aquiles. Gobierna el poder económico, que poco sabe de mediaciones simbólicas y políticas. Esas mediaciones –que sí existían en ese complejo experimento político que fue el menemismo– hoy brillan por su ausencia.
La política económica del macrismo erosiona cualquier base de sustentación política. Por fuera de los sectores que se benefician con ella (básicamente el sector primario exportador y el sector financiero) ni siquiera los sectores de mayores ingresos entre los asalariados resultan favorecidos. En esos términos es muy difícil construir un proyecto hegemónico.
El gobierno no puede –debido a su naturaleza de clase– disciplinar al poder económico. Por eso el precio del dólar, el acuerdo con los fondos buitres y la inflación se han convertido en dolores de cabeza para la administración macrista. Las contradicciones y dislates de las últimas dos semanas (paritaria docente, crisis en el INDEC, impuesto a las ganancias) tienen que ver con la imposibilidad de resolver adecuadamente la tensión entre la economía y la política. A todo esto se suma un contexto económico (a nivel mundial y regional) sumamente adverso.
Como la política es un juego de suma cero, la pérdida de consenso por parte del gobierno favorece y potencia la respuesta popular, que poco a poco irá creciendo y articulándose. Todo lo que el kirchnerismo fue capaz de dividir – tal vez porque su terreno principal fue el de la política – el macrismo lo irá unificando. La marcha del 24 de febrero a Plaza de Mayo fue un paso importante en el largo camino de la recomposición del campo popular.
En este contexto – en el que se licúa rápidamente el margen de tolerancia social hacia las políticas de ajuste – para el gobierno de Macri resultarán vitales las alianzas que pueda trabar tanto con la burocracia sindical como con diversos sectores del peronismo.
El gobierno confía en que podrá contener a las distintas fracciones en que se ha dividido la CGT (esa sigla tan temida por la derecha argentina) ofreciendo como prenda de negociación el dinero de las obras sociales. También confía en que conseguirá los votos que necesita para aprobar leyes fundamentales en el Congreso a partir de una negociación permanente con sectores del peronismo a cambio de fondos frescos para las provincias.
A medida que pase el tiempo el gobierno dependerá cada vez más de esas anquilosadas pero poderosas estructuras de poder para mantener la gobernabilidad. Muy significativamente, el mismo día en que se producía la primera movilización masiva en contra del gobierno el PJ realizó un congreso en el que los sectores kirchneristas quedaron en franca minoría frente los sectores tradicionales y colaboracionistas encabezados por los gobernadores y los intendentes. Ya se sabe: cría cuervos y te sacarán los ojos.
Nada se puede esperar del PJ ni de las estructuras sindicales tradicionales, a las que les resultará cada vez más difícil sostener la colaboración y hasta la neutralidad con el gobierno a medida que aumente la conflictividad social y la presión de las bases. Hasta la CGT vandorista participó del Cordobazo después de años de coqueteo con el gobierno de Onganía.
El primer desafío para el campo popular será, una vez más, recomponerse para resistir y bloquear las iniciativas de las clases dominantes. A medida que disminuya el consenso social irá disminuyendo también el margen para una política represiva. El segundo desafío, mucho más complejo y de largo plazo, implica la construcción de una verdadera alternativa de poder que evite la tentación de los atajos.