Por Redacción Marcha.
Handala, un dibujo que se convirtió símbolo de la resistencia del pueblo a la ocupación.
La voz de los silenciados. La pulsión de un pueblo que se niega a desaparecer. La denuncia ante una fuerza de ocupación. La ternura de los niños y las niñas que todas las mañanas se despiertan con la esperanza de vencer, otra vez, a las injusticias que les impusieron. El grito de libertad que se escucha, una y mil veces, en Cisjordania y Gaza. Todo eso representa Handala, personaje creado por el dibujante Naji al-Ali, que comenzó siendo una viñeta pero con el correr del tiempo se convirtió en uno de los principales símbolos de la resistencia palestina ante la invasión de Israel, que lleva más de cinco décadas.
Ahora se puede acceder en Argentina a la obra de Naji al-Ali con la publicación del libro “Palestina. Los ojos de Handala”, editado por Sudestada, y que recoge más de 60 viñetas del ilustrador nacido en 1937 en la aldea palestina de Al-Shajara, y asesinado en 1987 en Londres por un sicario. En el libro -que se conforma con los artículos “La canción de Handala”, de Hugo Montero, e “Historias de una nueva Intifada”, de Leandro Albani-, además se puede leer una entrevista a la dibujante gazatí Omayya Joha, y un homenaje de otros artistas a la obra de al-Ali.
El libro, prologado por el periodista y analista internacional Pedro Brieger (ver más abajo), permite ingresar a Medio Oriente, y en particular a Palestina, y cómo desde el dibujo la resistencia contra la ocupación se extiende, no solo en su difusión, sino como formador de conciencia.
Handala, que nació el 13 de julio de 1969 en una viñeta publicada en el diario kuwaití Al-Siyyasa, hoy se reproduce en las paredes de toda Palestina y flamea en las banderas del pueblo cuando se moviliza en reclamo de su independencia. “Quise dibujarlo inquietante –afirmaba al-Ali-, incluso feo; con el pelo erizado, porque los erizos utilizan su pelo como un arma… Este niño, como pueden ver, no es guapo ni mimado ni está bien alimentado. Va descalzo, como muchos niños en los campamentos de refugiados. La verdad es que es feo y ninguna mujer querría tener un hijo como él. Sin embargo, quienes llegan a conocer a Handala, como descubrí más tarde, lo adoptan porque es sensible, honesto, un poco charlatán y otro poco buscavidas (…). A pesar de su aspecto, tiene un corazón puro, con una conciencia que huele a almizcle y a ámbar; y estaría dispuesto a matar a quien intentara hacerle daño. Tiene las manos a la espalda como señal de rechazo a todas las ataduras negativas en nuestra región”.
El niño que creó Naji al-Ali sigue dando la espalda al mundo, porque sólo nos mirará a los ojos cuando su patria transite los caminos de la libertad plena.
Prólogo de Pedro Brieger: “Una sonrisa de esperanza”*
La historia del pueblo palestino está atravesada por el drama de los refugiados y el exilio. Esto uno lo puede ver cuando se interna en los campamentos del Líbano, los mismos donde nació Handala. Allí se puede percibir la mirada distante y triste de los niños sentados frente a la inmensidad del mar Mediterráneo mientras sueñan con su tierra. Son niños que continúan siendo refugiados y crecen con una identidad partida entre un presente sin futuro y un pasado que los acosa desde la imagen del destierro de sus abuelos, bisabuelos o tatarabuelos. Estos niños, como Handala, suelen mirar la pared, el mar o las fronteras que se convierten en gigantescos muros que ocultan una Palestina que está a pocos kilómetros de allí y que no vieron ni conocen, aunque parezcan conocerla al dedillo.
Esos niños palestinos ven sin ver, pero viendo a Handala en los restos de los pueblos destruidos en 1948 y pueden percibir los aromas originales del más sabroso y espeso aceite de oliva que todavía se extrae de olivares aún mucho más viejos que la memoria colectiva de los palestinos y que los israelíes se empeñan en extirpar, como si las aceitunas que de ellos brotan fueran a multiplicarse para alzarse contra el ocupante que les arranca los olivos y les quita el agua y las tierras.
Basta caminar por los campamentos de refugiados de Sabra y Shatila, al sur de Beirut, y conversar con los niños que sobrevivieron a la masacre de 1982 para darse cuenta de que Handala no tiene edad, como decía Naji al-Ali, y que también ellos quedaron suspendidos en el tiempo por haber escuchado los gritos de sus padres y hermanos asesinados durante la ocupación israelí de Beirut.
Sin embargo, los dibujantes, al igual que los niños, saben que la protesta y la burla se entremezclan y que una sonrisa triste también se puede convertir en una sonrisa de esperanza, como la que transmite y seguirá transmitiendo Naji al-Ali.
*Prólogo de “Palestina. Los ojos de Handala”, de Naji al-Ali, publicado por Editorial Sudestada