El XVII Congreso Nacional del Partido Comunista Chino coronará hoy a Xi Jinping como futuro presidente de la potencia oriental. Cierran así los trabajos de renovación de la dirigencia china.
Ayer, los 2.268 delegados del XVII Congreso Nacional del Partido Comunista Chino (PCCh) definieron los integrantes de su nuevo Comité Central, y hoy anunciarán los del Politburó y su Comité Permanente. Asimismo el congreso se encargará de anunciar al nuevo secretario general, puesto que desde hace años se sabe que será cubierto por el actual vice presidente chino, el principito rojo Xi Jinping.
El nuevo presidente hereda un Estado que quiso ser ‘modernizado’ a partir de 1992, cuando se aplicó por primera vez esta forma de elección de cargos adentro del PCCh. Los líderes de entonces evaluaron las revueltas populares que surgieron a finales de los años ’80 como una señal de debilidad de la pesadísima estructura estatal china, y pensaron en una renovación invocando las consignas que la mayoría de los manifestantes defendieron hasta la muerte. Gran parte de ellas tenían que ver con la introducción de reformas de corte neoliberal en la economía, y la instauración de un régimen liberal en lo político. En palabras del profesor Minqi Li, “si retrocedemos hasta la década de 1980, la vida intelectual de la mayoría de los intelectuales que tenían conciencia política o que eran políticamente activos y de la mayor parte de los estudiantes estaba dominada por las ideas neoliberales. Ese fue virtualmente también el caso de todos los dirigentes del movimiento democrático de 1989. Pero las cosas empezaron a cambiar a mediados de los noventa”.
De allí, la nueva ideología de Estado estuvo marcada por el pragmatismo. Jiang Zemin, líder político y presidente chino entre los años 1989 y 2002, profundizó la receta de ‘reformas y aperturas’ iniciada por Deng Xiaoping, que se basó en fusionar los mandos económicos y los mandos políticos del país en un solo cuerpo, el que hoy cierra su XVII congreso. Esta inmensa clase político-económica -sin ser ajena a disputas y litigios-, concentra en sus manos casi todo el poder de China, dejando sin sentido cualquier discusión acerca de la lucha de clases y la emancipación popular. Así, el afán por subordinarse al interés nacional permitió modelos de explotación extrema y pobreza ‘calculada’, mientras los indicadores económicos se disparaban a niveles jamás vistos. Se permitió la creación de empresas estatales con acceso preferencial al crédito y condiciones de desarrollo extremadamente favorables, que se convirtieron en las más poderosas del país, disputando también los primeros puestos a nivel internacional. La mayor parte de las 73 empresas chinas ubicadas en los primeros lugares del ranking de las 500 empresas mundiales más poderosas elaborado anualmente por la revista Fortune son estatales. Y esto, entrega al PCCh una estructura capaz de convertirse en uno de los principales factores de poder a nivel mundial.
Corrupción, capital y ‘nueva izquierda’
Un sereno pero decidido Hu Jintao apareció el jueves pasado en cadena nacional para la apertura del congreso del PCCh. “La lucha contra la corrupción y la promoción de la integridad política, que son un importante tema político de gran preocupación para el pueblo, representan un compromiso político claro y de largo plazo del partido”, afirmó Hu en su discurso de casi dos horas, mientras fábricas, escuelas y oficinas paraban toda actividad para escuchar a su líder. “Si no somos capaces de manejar este tema bien, podría resultar fatal para el partido, e incluso causar el colapso del partido y la caída del Estado. Debemos, pues, hacer esfuerzos incansables para combatir la corrupción”, aseguró.
Un mensaje que tiende a aplacar los rumores a nivel internacional, disparados por distintos hechos que se desarrollaron en la vigilia del congreso. En una investigación con olor a operación política, el New York Times publicó, una semana antes de la apertura del congreso del PCCh, un artículo en el cual se detalla el enriquecimiento desproporcionado que obtuvo la familia del primer ministro chino, Wen Jiabao, desde su llegada al poder. A través de un intricado sistema financiero, la familia Wen logró poner a su nombre una enorme cantidad de acciones de empresas estatales, por un valor global cercano a los 2.700 millones de dólares. También se cuestiona allí el patrimonio de la esposa de Wen, Zhang Beili, la ‘reina de los diamantes’ de Beijing, que habría utilizado la posición del marido para trepar a lo más alto del mercado de joyas a nivel mundial.
La corrupción es, sin duda, uno de los problemas endémicos en la estructura de poder china. La enorme mayoría de sus dirigentes están ligados al intenso movimiento comercial producido por las empresas estatales, y con ello la disputa se hace cada vez más dura.
El ejemplo más evidente de esto está representado por Bo Xilai, líder de la corriente denominada ‘Nieva Izquierda China’, y actualmente en prisión. Bo es uno de los ‘principitos’ del PCCh, quizás el más rebelde entre ellos. Su carrera política lo llevó al mando de la próspera ciudad de Chongqing, donde logró deshacerse del crimen organizado, y promover un modelo partidario menos burocrático a partir de una mayor participación ciudadana en la vida del PCCh. Sin salirse de los dogmas del modelo estado-partido, Bo logró implementar un sistema que disminuyó la desigualdad social -uno de los grandes problemas de la China moderna- y fortaleció la línea interna del retorno al maoismo clásico, poniendo el acento en el búsqueda del bienestar social. El mismo día en que se anunció la fecha de inicio del XVII congreso del PCCh, los medios estatales dieron a conocer la decisión de expulsar a Bo del partido a causa de la condena a cadena perpetua que recibió su esposa, supuestamente cómplice del asesinato de un hombre de negocios británico. Así, el ‘modelo Chongqing’, o Nueva Izquierda china, perdió su principal representante en el Politburó, y aún más importante, su fuerza en el congreso, dejando la disputa en manos de las facciones reformista y conservadora.
Lo que se define hoy entonces, es el lineamiento general de la república popular entre la propuesta reformista-neoliberal, encabezada por el actual presidente Hu Jintao y sus ‘tuanpai’ -dirigentes formados en la antigua Liga de la Juventud Comunista-, y una vertiente más conservadora y estatizante, liderada por el ex presidente Jiang Zemin. A la primera, pertenece el próximo primer ministro, Li Keqiang, y los principitos que no pertenecen a una tradición familiar en las filas del PCCh. A la segunda, en cambio, pertenece el próximo secretario del partido, Xi Jinping, junto con los jóvenes dirigentes de ‘sangre roja’.
Lejos de tratarse de un empate, la disputa se solucionará con la conformación del Politburó, que se dará a conocer hoy. De allí, surgirá la élite que definirá la política interna y exterior de China, y por ende de buena parte del globo. Comerciantes, sojeros y estados en crisis están avisados.