Por Noelia Leiva
Péle es una artista urbana que se dedica a realizar ‘pintadas’ en los muros del Conurbano. Muchas veces cuenta con colegas que suman sus manos. Los motivos son variados pero el objetivo es siempre el mismo: que las paredes que se vuelven cotidianas hablen y “cambien la forma de mirar” de las personas.
Ella sale a “zapar” pero su instrumento no es una guitarra sino un pincel y algunos tarros de pintura. Hace cuatro años que Celeste Robles camina las calles del Conurbano sur (sobre todo las de Banfield, donde nació; y las de Temperley, donde vive) y es recién cuando encuentra una pared que cree adecuada que el dibujo que dejará impreso empieza a tener forma en su mente. Pero no todo es azar, sino que hay un motivo: “modificar” la forma de pensar y también su entorno, para que cada persona y su comunidad sean el motor de lo nuevo.
Aunque estudió en la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano de Barracas, su arte trasciende la formación académica. Rechaza las galerías de exposición por ser un ámbito “elitista” y se distancia del Street Art porque, aunque concebido como expresión callejera, “se vuelve inalcanzable” cuando busca asociar una marca a un exponente. “Péle” -como le dicen desde los 15- contó sobre su experiencia en el trabajo ancestral de dejar huellas en la pared.
-¿Cómo comenzaste tu labor en el Conurbano?
-Fue antes de empezar a estudiar, con un amigo que trabajaba para un mapuche que marcaba murales con motivos originarios. Hacía una olla popular y los murales eran comunitarios. Después, fui voluntaria en el hospital Borda, donde compartí talleres con los internos. Ahí conocí a un grupo de chicas que estudiaban en la Escuela de Bellas y me dijeron que por qué no hacía la carrera; así que comencé a cursar ahí. También pinto cuadros como un trabajo personal pero no le encuentro mucho sentido a la galería y la exposición, son ámbitos muy chicos y elitistas que están dirigidos a las personas que invitás o que ya realizan esa actividad.
-¿Qué rescatás de esas primeras experiencias?
-Encontrás de todo. Al principio no sabés muy bien cómo hacer las cosas. A veces depende los barrios, porque en los más pobres la gente responde menos a lo público y lo privado. En cambio, en otros con más recursos las personas creen que toda la cuadra es de ellos y, aunque no estés en su frente, llaman a la Policía. No es un delito pero pueden demorarte. Ahora, por ejemplo, dejé de trabajar de noche, que era lo que hacía que la gente tuviera más miedo. Sí sigo sin pedir permiso porque lo que hago tiene que ver con la modificación de un espacio. Es así como lo descubren las personas. Además, si nadie te pide permiso para colocar un cartel publicitario, tampoco lo tengo que hacer yo, que no te vendo nada.
-¿Buscás una constante temática para tus obras?
-Al principio no lo hacía, pesaba más el desafío de salir, la adrenalina. Todos los que hacemos esto somos un poco transgresores. Pero cuando la gente empieza a buscar y a hacerse preguntas, hay que tener un concepto. Yo hago zapadas, como si fuera un músico: no sé qué voy a hacer, llevo los elementos y veo qué sale. Pero hace dos años que tengo una cierta militancia por que el símbolo anarquista deje de asociarse con algo violento y se vincule como la búsqueda del cambio. Si bien no se puede salir del sistema, uno en lo individual puede hacer su propia versión, sin que exista ningún mandato social.
-¿Lo comunitario pesa también en quienes te dan una devolución, mientras trabajás?
-Los chicos son los que rápidamente te van a decir algo porque no son como las personas adultas que van a mirar y a cuidarse de hablar. A mí me completa más cuando se acerca gente más grande que no tiene ningún contacto con el arte. Si sale un señor de trabajar y te dice “gracias”, ahí se cumplió. La modificación de las cosas es lo que busco, por eso uso más que nada pasajes peatonales porque a veces los alegran y sienten que es para ellos. Las primeras preguntas que me hacían era si alguien me pagaba por hacerlo. Que se vayan pensando que todavía hay gente que hace cosas porque tiene ganas es una modificación. Por eso no creo hacer Street Art, donde buscás tus diseños y la gente empieza a registrarte. Si es arte callejero, tiene que mutar todo el tiempo. Lo que quiero es modificar, y el Street Art se volvió inalcanzable. Antes de que asocien mis dibujos con mi cara, prefiero que las personas cambien su forma de mirar.
-Esa conceptualización se vincula con tu intención de modificar lo que se piensa del anarquismo.
-Sí, no tengo una militancia partidaria pero sí anarquista. Si bien el viejo pensamiento político está asociado con cambiar el sistema, considero que eso no va a llegar; es una batalla perdida. No creo en el formato social sino en la comunidad. Por ejemplo, mi manera de salir es compartir un alquiler de palabra con varias personas. Con quienes pensás similar podes asociarte en lo micro, creer que se puede salir. Se basa en la confianza y en los vínculos: si sos bueno en algo, te vas a destacar por eso en la comunidad y el resto de los roles se van a distribuir en los otros.
Para más info: Pinto Elconurbano