Por María Cecilia Rivera*
No hay campo o ámbito en donde la mujer no haya sido relegada a un segundo o tercer plano. El mundo de la cultura y las artes no ha sido la excepción. Son muy pocas las mujeres que han logrado ocupar un lugar preponderante, esto claro está, no se debe a una falta de talento o disciplina sino más bien a las dificultades que deben enfrentar a la hora de entrar a ese mundo.
Si hacemos un repaso histórico podemos observar que la presencia de la mujer en el mundo de las artes estuvo relacionado más bien con ser la musa o modelo de grandes artistas, pero no siendo la creadora. En un principio sólo se pudo convertir en protagonista activa a través de la creación de objetos funcionales directamente relacionados con las tareas domésticas que debía realizar tales como la cerámica, telares, bordados, tapices, etc. Por eso durante siglos el aporte femenino a las artes fue encasillado en un nivel inferior denominado artesanías.
Son muy pocas las que pudieron llegar a desenvolverse como artistas directamente y sin esconderse. Como bien dijo Virginia Woolf lo más probable es que la mayoría de los autores anónimos fueran mujeres. Jane Austen es un ejemplo de ello, hoy es una de las autoras más conocidas en el mundo, pero al momento de publicar sus obras debió utilizar un seudónimo ya que era impensado que una mujer de su posición pretendiera ganarse la vida con sus relatos. La gran mayoría de las obras realizadas por mujeres en épocas pasadas no podían ser consideradas más que como un pasatiempo, jamás una ocupación real o una forma de vida.
No solo ha sido difícil el desarrollarse como artistas sino que también obtener el merecido reconocimiento. Es por todos sabido que Gabriela Mistral recibió el premio Nobel antes que el nacional y tanto su figura e importancia quedan eclipsadas por la de otros escritores. Por su parte, Violeta Parra nunca ha obtenido el prestigio que le corresponde, se le suele retratar como una mujer que sufre por culpa de un amor no correspondido por lo tanto decide quitarse la vida. Ella fue mucho más que eso, un ser humano mucho más complejo y completo, lo cual dejó plasmado en su obra. Lamentablemente esto no es lo que se suele destacar.
La ausencia de figuras femeninas no puede ser atribuida a la falta de talento o disciplina. Hay múltiples factores que han provocado esto. Lo primero en la lista es la escasa o nula educación que recibieron durante siglos. En la antigüedad, la instrucción que recibían las mujeres estaba dirigida a la enseñanza de las labores domésticas, sólo en pocas civilizaciones como la Espartana existía igualdad de enseñanza en ambos géneros. Al pasar a la Edad Media esto comenzó a cambiar pero de forma muy limitada como lo plasmó Erasmo de Rotterdam: “la finalidad de instruir a las mujeres es para hacer de ellas hijas y esposas devotas y sumisas”. Lo que claramente no dejaba espacio ni les entregaba las herramientas para que pudieran desarrollarse en otros roles. Con el paso de los tiempos los campos de instrucción femenina se fueron ampliando pero se mantenía la misma finalidad doméstica o a lo más se buscaba que la joven pudiera convertirse en una esposa capaz de entretener al futuro marido con sus habilidades musicales o pictóricas.
Si no contaban con una educación eficiente no era posible que las mujeres fueran capaces de desarrollarse en el mundo del arte. Cómo sería esto posible si prácticamente se les mantuvo analfabetas durante siglos. Si bien la falta de educación es la primera barrera que debieron sobrepasar, la multiplicidad de labores que deben enfrentar no les facilita para nada la tarea. Para una mujer resulta muy difícil compaginar los múltiples roles que debe asumir, como esposa, trabajadora o madre. Un bebé llorando no puede esperar que la madre termine de escribir una página. Silvia Plath es un ejemplo de ello, en sus letras podemos apreciar como plasmó lo duro que resultaba para ella conseguir ese equilibrio. Fue una mujer que sufrió la presión de querer ser escritora, madre y esposa todo al unísono. Su amigo y confidente Ed Cohen le advertiría que sería imposible para ella dedicarse a su carrera y criar una familia al mismo tiempo, ya que el marco social en donde ella se desenvolvía no se lo permitiría.
Mientras el hombre puede estar horas encerrado en su estudio dedicado a la creación confiando que su esposa cuidará de la familia, la mujer no cuenta con esa red de apoyo. Hacer un repaso histórico sobre la presencia de artistas femeninas nos deja un sabor amargo al ver como la ausencia y exclusión son una constante. De hecho hace un año atrás, Diamela Eltit escribió una columna en donde gráfica como muchas de las escritoras chilenas han quedado olvidadas y con poco reconocimiento. La obra de Rosario Orrego termina perdida en el olvido al lado de Alberto Blest Gana a pesar de ser contemporáneos y plasmar el mismo ambiente post colonial.
El camino para las mujeres artistas fue difícil, es difícil y probablemente lo seguirá siendo, pero a pesar de todo, ha existido una Frida Kahlo, una Doris Lessing, una Camille Claudel. Un reconocimiento a todas las que han logrado pasar a la historia, pero sobre todo a las que han quedado injustamente marginadas, en el olvido. Lo importante es que seguirán naciendo niñas que no se conformarán solo con el pedacito de cielo que pueden ver desde sus ventanas, irán por más, de nosotros tanto hombres como mujeres depende que las nuevas generaciones no tengan que esconderse y puedan desarrollarse en plenitud.
*Artista y feminista chilena. Artículo originalmente publicado en Las Simones