Por Redacción Marcha
El ex comediante Jimmy Morales asumió la presidencia de Guatemala luego de un año marcado por la crisis de legitimidad de la clase política tras los escándalos de corrupción. Sin embargo, su perfil conservador y sus vínculos con las fuerzas militares no auguran buenas nuevas para el castigado pueblo del país centroamericano.
Comparte con Miguel del Sel al menos tres características: trabajó toda su vida de actor cómico, tiene poco rodaje en la política y es de derecha. Pero en 2015, el guatemalteco Jimmy Morales tuvo mejor suerte que el ex Midachi y en octubre pasado –tras un vertiginoso ascenso- ganó la batalla por el sillón presidencial. Este jueves asumió como nuevo mandatario de uno de los países latinoamericanos con mayores niveles de pobreza y desigualdad.
Paradójicamente su principal arma fue la falta de experiencia en la política tradicional. Ser un “outsider”, aparecer desmarcado de la clase dirigente, le permitió ganar sorpresivamente las elecciones. El país atravesaba una coyuntura signada por el megaescándalo de corrupción que provocó masivas protestas ciudadanas durante unos seis meses y que derivó en la renuncia del expresidente Otto Pérez Molina y la exvicepresidenta Roxana Baldetti, acusados de liderar una banda de defraudación aduanera, hoy ambos detenidos a la espera del juicio.
Fue entonces esta aguda crisis institucional lo que permitió la victoria de este actor cómico y empresario, cuya única incursión política había sido una candidatura a alcalde en 2011.
Un perfil poco gracioso
Al margen de su trayectoria como humorista de televisión, su impronta política deja poco margen para la ilusión. De pensamiento conservador, evangélico practicante y con formación académica en administración de empresas, Morales se lanzó a la aventura con el apoyo del partido Frente de Convergencia Nacional (FCN), creado en 2008 por un grupo de exmilitares de extrema derecha. Sin ir más lejos, la semana pasada el Ministerio Público solicitó un antejuicio contra el ex coronel Edgar Ovalle, el hombre fuerte de Morales en el Congreso, por su presunta participación en desapariciones forzadas y otros crímenes de lesa humanidad en la lucha contrainsurgente de los ´80 que dejó cerca de 200 mil campesinos e indígenas asesinados.
Morales se declara como “nacionalista cristiano”, está a favor de la pena de muerte y en contra del aborto, el matrimonio igualitario y la despenalización de la marihuana. Basó su campaña en mensajes bíblicos, algunos destellos humorísticos y la escueta consigna “ni corrupto ni ladrón”.
Sus últimos gestos previos a la toma de posesión también reflejan lo que será su orientación en política exterior. Al primero de los invitados que recibió fue el rey de España Juan Carlos de Borbón. Posteriormente, se reunió con el vicepresidente estadounidense Joe Biden, lo que aportó una fuerte connotación especial: fue la primera vez en 30 años de gobiernos civiles que Estados Unidos envió a un representante de ese nivel a un cambio de mando.
Sin carta blanca
El margen de maniobra del flamante presidente estará marcado por la capacidad de resistencia que muestren los sectores que se movilizaron con fuerza en 2015, principalmente la juventud urbana, junto a la madurez política que demuestren las organizaciones populares del país más potentes, que tienen fuerte arraigo en las comunidades campesinas e indígenas como el Comité de Unidad Campesina (CUC).
Sin ir más lejos, ayer también se realizaron varias concentraciones para marcarle la cancha. Una se llevó a cabo bajo la consigna “No más militares al poder”. Morales, además, estará jaqueado por las demás fuerzas conservadoras, principalmente en el Congreso donde su partido tiene una bancada de tan solo 11 diputados. Se abre así una nueva etapa en Guatemala, con pocas expectativas de cambios desde arriba, y con grandes desafíos para las fuerzas populares y de izquierda de transformar la indignación en una alternativa transformadora.