Por Laureano Debat desde España / @laureanodebat
La decisión de la Candidatura de Unidad Popular (CUP) de no investir a Artur Mas abre un surco alternativo en el independentismo catalán. Se abandona la figura del líder que guía al movimiento y se multiplican los referentes. Al precio, claro, de ralentizar un poco todo.
Hasta ahora, la cabeza más visible de todo el proceso independentista catalán se llamaba Artur Mas. Un presidente que supo leer muy bien las coyunturas para capitalizarlas a su favor, que se bancó todos los ataques desde el gobierno español y que se jugó varias veces la cabeza en elecciones que siempre ganó. No es casualidad que siga indispuesto a ceder su cargo. En política, nadie hace nada por amor al arte.
Con el reciente No de la CUP, el proceso se expande. Ya no se trata sólo del líder de un partido jerárquico que aparece como cabeza indiscutida. Ahora, esta figura se desgasta y compite con la de otro partido que funciona con asambleas, con candidatos que nunca repiten mandatos y con un sistema de organización comunal que prioriza las políticas sociales.
El proceso entra en crisis, claro. Pero en una crisis a la manera de Gramsci. Una crisis en su sentido positivo: un tiempo revuelto, lleno de incertidumbres y plagado de oportunidades. Porque esta negativa no sepulta nada y una crisis nunca significa la muerte del todo sino que genera las condiciones para que muera lo viejo y surja lo nuevo.
Hay otra alternativa, un nuevo curso en el proceso. La CUP abre una brecha pagando un costo alto con los electores independentistas (con propios y con los ajenos). Pero un costo que, tal vez, se pueda amortizar con el hecho de haberse mantenidos coherentes con la plataforma que presentaron para las elecciones del 27-S. Siempre dijeron que no investirían a Mas y así lo han hecho, definitivamente.
Es posible que dentro de la CUP se inicie un proceso interno de reorganización. Muchos quedaron descontentos con la medida. Hay militantes que hubieran votado a Mas para avanzar con el proceso y, una vez independientes, ya verían la manera de reemplazarlo o esperarían a nuevas elecciones.
Pero la mayoría eligió el camino inverso. Y semejante decisión ha cambiado el escenario del proceso, no lo ha anulado. Al precio, claro está, de retroceder casilleros. La coyuntura dirá cuántos. Pero es la primera vez que la figura de Artur Mas tambalea sobre una cornisa, que está más en crisis que nunca.
Sólo que el presidente tiene a su favor otro concepto gramsciano, ya no tanto el de crisis sino el de hegemonía. Y con él, ha sabido hacer maravillas. Quizás tenga algo preparado para jugar en unas nuevas elecciones de marzo que, muy probablemente, se convoquen el próximo lunes.
Comienza una batalla de la Crisis contra la Hegemonía. Esta vez, hacia el interior del proceso catalán, que lejos de acabarse, se expande aún más.