por Juan Pablo Hudson*
Un repaso por el estado de situación de la ciudad de Rosario respecto de los hechos violentos. Próximo a cumplirse cuatro años de los asesinatos de Jere, Mono y Patóm por parte de una banda narco en el Barrio Moreno, qué pasará con la sociedad friendly que propone el macrismo, al parecer, sólo en las palabras.
La noche de navidad en Rosario dejó cuatro asesinatos. Horas más tarde, en la madrugada del 26 de diciembre, mataron a un joven de 26 años desde un automóvil; en simultáneo, una joven perdió la vida y otra permanece con muerte cerebral después de que chocara el auto en el que se encontraban supuestamente escapando de un control policial. La noche del 25 sumó una feroz balacera a seis personas en el barrio Santa Lucía, en la zona oeste de la ciudad. Dos de los heridos se encuentran en estado reservado en hospitales públicos. Finalmente, ese mismo día falleció Roberto, un vendedor ambulante molido a palos en una comisaría después de que lo levantaran arbitrariamente en la calle.
La enumeración de asesinatos y heridos con armas de fuego en el marco de los festejos de la navidad destroza cualquier imagen de pretendida alegría y pacificación de la sociedad después de la asunción de Mauricio Macri en la nación y de Miguel Lifchitz en la provincia de Santa Fe. La tapa de los diarios (la del domingo de La Capital sobre el flamante sistema de bicicletas públicas es antológica), las noticias alegres que desde el 10 de diciembre comunican las radios, no logran ocultar una grave conflictividad que viene en ascenso en los últimos –al menos– cinco años en ciudades como Rosario, Santa Fe, Córdoba, Comodoro Rivadavia, ciertas localidades del conurbano bonaerense y Mendoza. El kirchnerismo dejó una economía estable, con altos niveles de consumo, aun después de la caída de los índices generales de 2012, pero no una sociedad pacificada o, bajo el lenguaje pro, friendly. Venimos alertando desde múltiples sectores sobre tipos de violencia que en su convergencia hacen crecer súbitamente los asesinados en los barrios populares. Se han consolidado subjetividades que, lejos de alguna mediación comunitaria o institucional, toman las armas para dirimir lo que sea, incluido lo que antes se consideraba una nimiedad.
Esa máquina de transferir riquezas hacia el agronegocio, el mercado financiero y, próximamente, la construcción, llamada macrismo, se monta sobre un hervidero social. Se agrega el conservador Lifchitz, quien se apoyó en estos mismos tres sectores durante sus dos gobiernos consecutivos de Rosario (2003-2011). Habrá que ver cómo repercuten los temibles ajustes económicos en las hace tiempo convulsionadas periferias, que es donde ocurren los asesinatos, salvo ínfimos casos. Los sindicatos, al menos los grandes, pueden –así parece– sucumbir ante la billetera nacional y así pacificar la abrupta caída del salario real de sus representados. Pero en los territorios el panorama es más sombrío. Ya sabemos que ni los viejos punteros manejan los hilos en los barrios. En realidad, más que una autoridad única, lo que hoy ocurre en las periferias de Rosario es un ensamblaje explosivo entre múltiples actores –transeros, fuerzas de seguridad, vecinos organizados “contra la inseguridad”, banditas– que pretenden el control de zonas.
La pregunta más dramática para responder desde el 10 de diciembre es qué ocurrirá en estos territorios cuando las posibilidades de consumo sea vean seriamente afectadas. ¿Qué pasará con el narcomenudeo ahí? ¿Qué pasará con esos pibes que vivían entre los subsidios, los nuevos derechos, los laburos hiperprecarios, y el delito transitorio? ¿Qué pasará con las doñas que se la rebuscaban entre los subsidios y el emprendedorismo cuando se ajuste el presupuesto social?
El año terminará en Rosario con un entre 10 y 12% de disminución de los asesinatos respecto de 2014. El año pasado hubo 250 casos, que representaron una tasa de 20,1 homicidios cada 100 mil habitantes. Para tener un parámetro de comparación, en la Capital Federal la tasa fue de 6 cada 100 mil, aunque con un porcentaje mayor en los barrios periféricos. Este año Rosario finalizará con entre 220 y 225 asesinatos. Que haya 25 o 20 casos menos es un dato para destacar. Son vidas. Pero lejos se está de una ciudad reconciliada, en paz, con políticas de seguridad adecuadas y a la altura del conflicto. El número de baleados dará información indispensable para, al menos desde lo estadístico, comprender los niveles de violencia. El entrecruzamiento entre homicidios y baleados arroja lo que se denomina en criminología la tasa de lesividad. ¿Por qué es importante sumar a los asesinatos los baleados? Porque muchas veces el azar, la mala puntería, hace que haya menos muertos pero no por eso menos violencia.
El gobierno provincial esperaba –de acuerdo a las estadísticas de los primeros ocho meses del año– una disminución del 20%. Fue la mitad. Está claro que la conflictividad supera con creces lo que el gobierno sabe de ella. Ayer el recientemente asumido gobernador Miguel Lifchitz habló de una multicausalidad (violencia horizontal entre vecinos, entre parejas, entre familiares, entre ex amigos, violencia de la fuerzas de seguridad, violencia narco, homicidios seguidos de robos, etc.) en las razones de los asesinatos pero, paradójicamente, o mejor: previsiblemente, ratificó la política represiva, policíaca, como principal bandera. Vale mencionar que en Santa Fe se declaró la emergencia en seguridad en enero de 2013. Ese año cerró con la máxima tasa de homicidios de su historia: 264 casos. Pero lejos de una revisión se volvió a extenderla hasta la actualidad, con los saldos ya mencionados.
El ministro de seguridad, Maxiliano Pullaro, declaró recientemente el fin de cualquier intento de control político sobre la fuerza y ratificó su autonomía. “Nunca más un político le dará una orden a un policía”, anunció en rueda de prensa. Este año un funcionario principal del Ministerio de Seguridad me respondió –en off– lo siguiente: “Una fuerza como la policía de Santa Fe, con 150 años de historia, no se reforma como pretende el progresismo”.
En los próximos meses conoceremos sus consecuencias.
* Autor del libro Las partes vitales. Experiencias con jóvenes de las periferias, editorial Tinta Limón, 2015. Integrante del Club de Investigaciones Urbanas. Para comunicarse: juanpablohudson@hotmail.com