Por Leandro Albani
El gobierno turco envió tropas terrestres a Irak, violando la soberanía de ese país. Un nuevo foco de desestabilización se abre en Medio Oriente.
El gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan no deja pasar un día sin generar nuevos focos de conflictos y desestabilizaciones en Medio Oriente. El plan del mandatario turco, basado en la expansión sobre la región, ahora tiene un nuevo epicentro: Irak.
Desde el viernes pasado, cuando el Ejecutivo turco ordenó que cientos de soldados ingresaran a la ciudad iraquí de Bashiqa, ubicada a 10 kilómetros al norte Mosul, la tensión diplomática ascendió otro escalón. La violación de la soberanía iraquí por parte de Turquía, tuvo como respuesta un ultimátum anunciado por el gobierno de Bagdad, que dio a Ankara 48 horas para retirar a sus tropas.
Desde el Estado turco justificaron el ingreso de los soldados con el argumento de “formar” y respaldar a militantes kurdos que luchan contra el Estado Islámico (EI). El histórico rechazo de Erdogan contra el movimiento kurdo de liberación y las decenas de pruebas que implican a su gobierno con los mercenarios del Estado Islámico echan por tierra esta justificación.
El martes por la noche, aviones de guerra turcos bombardearon dos localidades del norte de Irak (Kurdistán iraquí) con una justificación repetida: desbaratar la resistencia del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), guerrilla que controla la vasta zona de las montañas de Kandil.
Ayer la agencia iraní de noticias Fars informó que la aviación turca sostuvo bombardeos durante 30 minutos Deyrluk y Shiladzhi, en la misma zona por donde se mueve el PKK.
Sin ningún tipo de permiso del gobierno iraquí ni del mandatario Fuad Masum, violando leyes internacionales, y forzando una tensión sin precedentes en Medio Oriente, el gobierno de Erdogan intenta a toda costa posicionarse como líder en la región apelando a la demonización del PKK (algo que hizo desde que asumió el poder), hostigando a Rusia, -principal aliado de Siria en la lucha contra el EI-, y acechando cualquier intento político y social divergente al modelo de su partido AKP. Envalentonado por el triunfo en las últimas elecciones en Turquía, Erdogan busca la caída del gobierno sirio de Bashar Al Assad y la destrucción del proceso en Rojava (norte de Siria), encabezado por la insurgencia kurda junto a otros pueblos de la zona.
La obsesión de Erdogan por repeler a sus contrarios quedó en claro en declaraciones brindadas en esta semana a medio turcos. El mandatario insistió “en la rápida aplicación de nuestras propuestas para crear (a lo largo de la frontera turca) zonas de seguridad libres de terror, así como un programa para equipar y entrenar a la oposición siria”.
Frente a este panorama desatado en Irak, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), de la cual Turquía es miembro, llamó a una solución diplomática entre los dos países. El secretario general de la alianza atlántica, Jens Stoltenberg, declaró que la OTAN apoya “la soberanía iraquí” e insistió “compartirá con todos los aliados de la OTAN” las “preocupaciones” presentadas por el gobierno iraquí. Aunque las palabras de Stoltenberg suenen civilizadas, poco se puede esperar de la alianza militar internacional que, hasta el momento, dejó que Turquía se moviera con total libertad para desestabilizar a Siria y estrechar sus vínculos probados con el Estado Islámico.
Desde Irak, el primer ministro Haidar Al Abadi, y el presidente del Kurdistán iraquí, Masud Barzani, calificaron de inadmisible la presencia militar turca en Bashiqa. En una conversación telefónica, ambos dirigentes coincidieron en “la importancia de una postura unida para exigir su retirada inmediata”, anunciaron en un comunicado oficial.
Barzani, representante de la burguesía kurda y aliado incondicional de Estados Unidos, no perdió el tiempo y viajó a Turquía donde se reunió con el gobierno de Erdogan. Enfrentado desde siempre con el PKK, al pisar Ankara se dirigió a la sede del MIT, la poderosa inteligencia turca, y luego se trasladó al edificio del Comando Central de Estados Unidos (CENTCOM), en las cercanías de la ciudad de Erbil, según informó el diario Hurriyet. Los buenos modales con sus socios parecen ser las principales virtudes de Barzani.
Por su parte, el Partido de la Unión Democrática (PYD), fuerza kurda que controla el norte de Siria, denunciaron la actuación de Turquía en Irak. Salih Muslim, copresidente de la organización, afirmó a la agencia Firat News que el despliegue de tropas kurdas es “un caso inaceptable y una violación de la soberanía de otro país”. Muslim alertó que la avanzada militar de Turquía podría tener como objetivo final el Kurdistán sirio. “Turquía podría tener un plan oscuro. Dicen que las fuerzas militares están allí para el entrenamiento, pero no está claro lo que van a hacer”, aseveró Muslim.
Queda claro que Turquía inyecta más presión sobre una región azotada por las masacres del Estado Islámico, quebrada por bombardeos permanentes que afectan a buena parte de la población civil, e intenta por todos los medios detener a las fuerzas más progresistas que surgen tanto en su territorio como en otros países. Las diferencias entre el Califato propuesto por el Estado Islámico y el Sultanato ideado por Erdogan quedan cada vez más difusas. El petróleo que comparten y trafican desde Siria, y la ortodoxia y represión de sus políticas lo demuestran.