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    De la política a la historieta y de la historieta a la política

    12 octubre, 20129 Mins Read
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    De la política a la historieta y de la historieta a la política

    Por Rodrigo Oscar Ottonello. La historieta biográfica sobre el Che de Oesterheld y los Breccia cierra hoy la semana de homenaje a Ernesto Guevara en Marcha Cultura y abre lugar para algunas inquietudes actuales: militancia y trabajo artístico, el Eternauta como bandera política y la capacidad agitadora de las viñetas.

    Nacimiento y fin de una historieta

    Era octubre de 1967 y había que ser rápidos. Ernesto “Che” Guevara acababa de ser asesinado en Bolivia y el editor Jorge Álvarez (en cuyo sello encontraron lugar trabajos de Juan José Saer, Manuel Puig, Quino y Oscar Masotta, entre otros) pensó que era buena oportunidad para iniciar una colección de historietas biográficas sobre personajes relevantes en la historia del continente americano. Álvarez ofreció el trabajo de guión a Héctor Germán Oesterheld, quien gracias a sus historietas de los años 50 (Sargento Kirk, Ernie Pike, El Eternauta, Randall, Ticonderoga; todos realizados para revistas de su propia editorial, Frontera) era el guionista más célebre de la Argentina. El país era entonces gobernado por la dictadura militar de Onganía y Álvarez no ignoraba que un trabajo sobre el Che podía tener algunas repercusiones incómodas, por lo que dijo a Oesterheld que no era necesario que firmase la obra. Oesterheld tenía 48 años y desde el quiebre de Frontera, a inicios de los años sesenta, sus intereses habían iniciado un viraje cada vez más marcado hacia la política. Como muchos intelectuales de su generación, no se había sentido a gusto con los gobiernos de Perón, en los que temía ver rasgos fascistas. Como muchos miembros de la clase media argentina, las vivencias de los golpes militares, de la proscripción del peronismo y de la tenacidad de quienes la resistieron, lo fueron llevando a abandonar sus posiciones progresistas a favor de nuevas lecturas del peronismo hechas desde una izquierda de inspiración latinoamericana antes que europea. Este Oesterheld en transformación fue el que pidió a Álvarez que su nombre estuviese en la tapa de Vida del Che.

    Oesterheld escribió dos guiones. El primero cuenta la vida del Che desde su nacimiento hasta que deja Cuba para llevar a cabo nuevas guerrillas revolucionarias en otras partes del mundo; son largas parrafadas de texto de un narrador con voz poética que solicita al dibujante que haga postales estáticas antes que secuencias con movimiento. Oesterheld entregó este guión a Alberto Breccia. Con 48 años Breccia tenía una relación problemática con la historieta; dibujar le parecía un trabajo más, como vender camisas en una tienda. Una noche de fines de los 50 caminaba con Hugo Pratt por los bosques de Palermo y escuchó que el dibujante italiano le decía: “Vos sos una puta barata, porque estás haciendo mierda pudiendo hacer algo mejor.” Breccia se enojó muchísimo pero supo que Pratt tenía razón. Poco tiempo después Oesterheld quedaría gratamente sorprendido al ver la calidad del trabajo de Breccia para la que fue su primera colaboración importante: Sherlock Time. Entre 1962 y 1964 guionista y dibujante se sentían oscuros, cansados, padecían problemas económicos y hacían una historieta magnífica, Mort Cinder, en la que Breccia mostró las luces y las sombras como nunca nadie antes y encontró nuevas dimensiones para las expresiones de sus personajes. Tras esa experiencia Breccia esperó nuevos guiones de Oesterheld que lograsen desafiarlo a crear recursos gráficos inéditos, pero lo del Che no lo entusiasmó; no le daba espacio para desarrollar climas y requería una claridad documental que solo dejaba lugar para figuras clásicas y apenas algunos experimentos con collages y texturas en los fondos.

    El segundo guión contaba, casi sin palabras, los últimos días del Che en Bolivia. Oesterheld lo entregó al hijo de Breccia, Enrique, de solo 22 años y cuya experiencia con la historieta se limitaba a hacer de ayudante de su padre. Enrique sí se entusiasmó: dibujó figuras que recuerdan lo mejor del muralismo mexicano y las saturó en un contraste entre negros y blancos que parecen efecto de una iluminación alucinada y trágica.

    Vida del Che, intercalando las dos historias en un mismo volumen, fue publicada en enero de 1968. En un momento en que todavía era mayoritaria la idea según la cual las historietas son para niños, el diario La Nación editorializó con alarma sobre los peligros de una historieta sobre el Che. La publicación se vendió bien durante el verano y logró insólitas repercusiones. Desde la Embajada de los Estados Unidos contactaron a los autores para felicitarlos y avisarles que si hacían una sobre J. F. Kennedy (estaba prevista en la colección de Jorge Álvarez) la comprarían. Por otra parte, a la vez que el Servicio de Información del Estado de la Argentina fichaba a los autores como posibles elementos subversivos, el Ejército nacional trataba de contratarlos para que contaran su historia y repartirla entre los soldados. Hacia el otoño del 68 la editorial de Álvarez fue allanada y cerrada debido a sus relaciones demasiado explícitas con pensamientos de izquierda; fueron quemados todos los ejemplares de Vida del Che, así como los originales. Álvarez, agotado, decidió olvidar la editorial y se pasó al rubro de la música, fundando el sello Mandioca, vital en los inicios del rock nacional.

    La radicalización de los historietistas

    Tras Vida del Che Oesterheld y Alberto Breccia comenzaron a radicalizarse: el primero políticamente, el otro artísticamente. La publicación de la historieta y la visibilidad de sus repercusiones dieron coraje a Oesterheld para acelerar su pasaje a la militancia en el peronismo de izquierda. Siguiendo a sus cuatro hijas, se afilió a Montoneros. En 1975, en su última entrevista, dijo que el Che era el mejor escritor argentino. Para 1977 él y sus cuatro hijas habían sido desaparecidos por la Dictadura encabezada por Jorge Rafael Videla.

    Contrastando la frialdad profesional de sus páginas dedicadas al Che con la pasión y la fuerza expresiva de las que había hecho su hijo, Alberto Breccia también sintió que no podía detenerse. Breccia el viejo, durante los 70, no paró de mutar, de reconvertirse, de ser con cada trabajo un dibujante completamente nuevo y completamente original. Ver los dibujos de Un tal Daneri, de Buscavidas, de Viajero de gris, de Los Mitos de Cthulhu y de Perramus, y luego pensar que se trata de obras de un mismo autor en un período de diez años, es una experiencia sobrecogedora. Para los 80, cuando se hace pública la noticia de la desaparición de Oesterheld, Breccia es reconocido como uno de los mejores dibujantes del mundo. Sin embargo, antes de tomar caminos tan distintos (¿tan distintos?), Oesterheld y Breccia tuvieron oportunidad de emprender una última aventura conjunta.

    En 1969 fueron contratados por el semanario de actualidad Gente. La idea de los editores era que Oesterheld reescribiese su historieta más famosa, El eternauta, pero que esta vez los dibujos no fuesen del dibujante original, Francisco Solano López, sino de Breccia. Conociendo el tipo de revista que es Gente (alimento en papel para una vida gregaria, frívola e impotente) y que los autores venían de trabajar con el Che, el vínculo entre las partes parece inverosímil; sin embargo podemos tener en cuenta que el historietista más incendiario y brillante (y oscuro) de la actualidad, Diego Parés, fue contratado por el diario conservador La Nación para estar presente todos los días en su página de humor. Pero Gente tuvo menos paciencia con Oesterheld y Breccia que la que La Nación, felizmente, tiene con Parés. El nuevo guión de Oesterheld dejaba muy en claro sus cambios políticos: ahora la invasión extraterrestre no recae sobre todo el planeta, sino que los países del primer mundo negocian con los conquistadores la entrega del tercer mundo; ahora los militares que enfrentan a los extraterrestres y reclutan civiles no son héroes simpáticos sino profesionales duros que amenazan con disparar a quienes no se les suman y que explicitan a sus nuevos subordinados que los usarán de carne de cañón, porque mejor es preservar a los soldados con experiencia; ahora Juan Salvo no rescata a un niño gracioso, sino a una jovencita que despierta deseos y quiere pelear codo a codo con los hombres. Por su parte, Breccia se prueba a sí mismo en cada viñeta: las sombras son opresivas, todos los rostros se tensan y cansan en infinitas arrugas, los invasores, en vez de tener formas definidas, son indescifrables como un horror. Gente les pidió que acortasen la historia para sacarla de sus páginas lo antes posible, porque los lectores se quejaban al encontrarse con esos textos interminables y esos dibujos caóticos.

    Oesterheld y Breccia sintieron que habían fallado, que era mejor la versión de El eternauta de 1957-1959. De hecho, cuando Oesterheld, en la clandestinidad y poco antes de su secuestro, escribe una secuela sobre el personaje en la que están plasmadas todas las desesperaciones y certezas de su militancia, vuelve a pedir los dibujos de Solano López.

    Viñetas políticas

    La divergencia entre los caminos de Oesterheld y Breccia parece remarcar una dicotomía de la que se ha hablado y discutido hasta el cansancio: compromiso militante por una parte y experimentación artística por la otra. Del lado de la militancia se pone a la pedagogía, la claridad, lo colectivo, la cautela, el realismo. Del lado del arte se pone a la desmesura, la arbitrariedad, el individualismo, lo fantástico, lo misterioso.

    Sin embargo Vida del Che y El eternauta del 69 se ofrecen a nuestras manos y ojos para desmentir, aunque sea por un instante, a ese prejuicio (el cual a su vez no carece de razones). Es cierto que se trata de obras farragosas, poco fluidas, que carecen del ritmo cautivante que Oesterheld y Breccia lograron en sus mejores historietas, ya sea juntos o por separado. Son obras que se traban, como si fuesen enigmas que deben ser descifrados, inquietudes irresueltas.

    El eternauta de 1957-1959 fue concebido por Oesterheld y Solano sin ningún ánimo panfletario y sin ninguna ambición de vanguardia artística. A pesar de la humildad de esos orígenes, o tal vez gracias a ellos, ha llegado a ser una de las obras más originales y notables de la literatura nacional, a la vez que, mediante una serie de operaciones y apropiaciones, ha llegado a ofrecer elementos para una de las imágenes más destacadas de la política argentina del siglo XXI: aquella en la que es Néstor Kirchner quien camina dentro del traje de Juan Salvo.

    En Vida del Che y El eternauta de Oesterheld y Breccia, trabajos apresurados, ambiciosos, difíciles, fallidos y fascinantes, hay otras imágenes, otras preguntas y otras propuestas. Aprender a leerlas es una tarea lenta, compleja, actual e irresistible.

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