Por Martín De Battista
Un nuevo atentado sacudió a París y los estertores de una nueva guerra imperial suenan en Medio Oriente.
El múltiple atentado en París del viernes pasado y el reciente operativo de la policía francesa que dejó dos muertos y siete detenidos en la localidad de Saint Denis (norte de la capital gala) que, según el gobierno de Francois Hollande, intentaba dar con el paradero de Abdelhamid Abaaoud, presunto organizador del grupo terrorista responsable de los ataques, se pueden entender teniendo en cuenta tres dimensiones:
1- Lo que efectivamente dice la prensa mundial: los atentados son acciones (de superficie) del Estado Islámico (EI) contra la civilización Occidental y, en particular, contra Francia.
2- Como una gran excusa para que los franceses y toda Europa, que sostenían diferencias con Estados Unidos sobre el transcurso de la guerra en Oriente Medio, entren de lleno en la arena militar y política, justificando un accionar recolonizador a ojos de su población, cuestión que al mismo tiempo le sirve para desarrollar un profundo clima de islamofobia y políticas contra los refugiados, y, a su vez, reforzar los intereses de las grandes empresas armamentísticas y los bancos que financian esa misma guerra.
3- Como una política de maniobra profunda del profundo Estado mundial, con niveles de coordinación entre sectores de las agencias de inteligencia de los países imperialistas -fundamentalmente de Europa occidental y Estados Unidos, que coordinan con Israel, Turquía, Qatar, Jordania, Arabia Saudita, entre otros- para, de esta forma, generalizar una guerra en el Oriente Medio, donde los trabajadores, las mujeres y el pueblo pondrán los muertos como siempre. A su vez, los grandes monopolios orquestarán los movimientos generales, como lo han hecho anteriormente, siendo una misma farsa como el 11 de septiembre de 2001, con las Torres Gemelas y sus posteriores consecuencias militaristas.
Lo que actualmente se vive de manera envolvente en todo el mundo y con epicentro en Siria e Irak, tiene que ver con una Guerra Mundial Localizada (GML), donde la gran mayoría de los Estados y círculos de poder juegan una parte crucial de manera abierta o encubierta, con grupos paramilitares y Fuerzas Aéreas oficiales. Es en ese marco que los medios masivos de desinformación desempeñan un papel social eminentemente militar.
Hay una orquesta mundial, afinadísima y sonora. Los oboes nos aturden mintiéndonos que guerrean contra los bombos. Los platillos, que suenan luego, parecieran disputar el brillo con los violines. Pero el director imperialista (me refiero al imperialismo como sistema mundial, y no como el anticuado análisis de imperialismos nacional-centrados), a pesar de las improvisaciones de algún que otro contrabajo o violín, mantiene la música alienante a todo lo que da.
O en otras palabras: mientras el Estado Turco prohíbe en un día 96 sitios de información y noticias del pueblo kurdo, los estadounidenses y europeos no prohíben ni bajan ni uno solo de los miles de sitios web del Estado Islámico.
Porque los ataques del EI en París son los resonares de los tambores, los bombos y platillos que necesita el conjunto de cuerdas occidental para decidir y alinear el movimiento conjunto; son el pizzicato anunciador de nuevos compases en sintonía con la islamofobia y la furia anti-refugiados, que viene desde lejos pero aceleradamente.
El degüello de periodistas por parte del Estado Islámico son la propaganda que las cuerdas y vientos estadounidenses hacen sobre esos bombos y percusiones supuestamente islamizantes, que les repite, al mismo tiempo, a esos bombos del EI: “Sí, el ISIS es el enemigo de Norteamérica y de Occidente; sí, el ISIS es el auténtico representante de los valores de nuestro pueblo islámico del Oriente Medio, el anti-occidentalismo personificado”.
Las explosivas mascaritas teatrales de Francia y Estados Unidos en la ciudad siria de Al Raqqa hasta ahora no han sido otra cosa que la confirmación para esos bombos islamistas, y los bombazos “yihadistas” en París y el mundo, no son otra cosa que la nueva excusa de Occidente para ascender la espiral colonizadora en la vida de los pueblos del Oriente Medio y el mundo.
Con su supuesta reacción-alarmista-antiterrorista, Estados Unidos lo que hace es pura propaganda para el Estado Islámico. Pero ahora, con Francia a la cabeza, se despliega una política de hechos consumados, que significa irrespetar cualquier diplomacia y acuerdos, actuar, bombardear, maniobrar, mandar tropas, y luego armar la propaganda, la diplomacia, la situación para justificarlo, diciendo: “Ahora ya estamos acá, si nos vamos es peor, además el otro hizo esto otro y entonces me quedo haciendo más de lo que ya hago”.
La lógica detrás del 98% de la información que consumimos de las grandes cadenas no es otra cosa que panfletería barata, inundación de datos sin ningún significado trascendente que no sea el objetivo estratégico que se puede leer entrelineas: generar confusión y miedo. El proverbio popular dice: “Si no puedes convencerlos (cosa que ya nadie come vidrio), confúndelos”. Y el miedo no solo es lo contrario al amor que moviliza los mejores actos de la humanidad, sino que el miedo es al mismo tiempo la puerta de entrada a todo tipo de concesiones, de retrocesos en la libertad, la justicia y la verdad.
Ante este panorama, los primeros que deberían ser llevados a los tribunales internacionales son las cadenas de desinformación, los periodistas y dueños de los medios que juegan un papel social alineados a la política militar desinformando, confundiendo y vendiendo mentiras para colaborar con el caos del mundo capitalista, y con el miedo inmovilizador de los sectores democráticos, solidarios, honestos, y de los pueblos en general.
Esta es la melodía que quieren que bailemos, que nos obligan a bailar. Esta es la música que elegimos no escuchar pero a la cual debemos prestar oídos sólo para tratar de desentrañarla, entenderla y combatirla, para recuperar de nuestras raíces y difundir el baile que queremos, el que cantamos, el que poco a poco los pueblos volvemos a armar, en rondas de halay que bailan las libertarias milicias kurdas de las YPG, de los cantos ancestrales de los pueblos originarios de Nuestra América, los cantos de resistencia y lucha que mantienen viva la llama de nuestra armonía, ritmo y melodía. Pero Wagner, ayudado por Adorno, improvisa nuevos regguetones y pops made-in-usa para que no podamos bailar nuestro baile; para que los esfuerzos descolonizadores de los colonizados sigan en la sintonía de la colonización.
Pero por mucho que suenen las obras de Wagner en los helicópteros Cobra que ametrallaban las aldeas vietnamitas, aquellos campesinos, con su ritmo, su armonía y su melodía seguían con sus cantos reconstruyendo un país mil veces más bello. Esa es la actitud que hoy debemos tomar. Por más fuerte que cante, grite y aturda el monstruoso Wagner, a nuestro canto, a nuestro baile, igual, se lo vamos a bailar.