Por Sebastian Tafuro. El asesinato de una chica de 18 años en Aimogasta el domingo pasado marcó un nuevo capítulo de violencia policial y generó un masivo repudio popular en dicha localidad riojana.
La pueblada originada por la muerte de Belén Brizuela, una chica de 18 años, en la localidad riojana de Aimogasta a manos de la policía el pasado domingo se inscribe en una serie de episodios que se han sucedido con sorprendente frecuencia en los últimos tiempos en algunas ciudades del interior de nuestro país. Una secuencia que se inicia con lo que se ha popularizado como “gatillo fácil” y que termina con un amplio colectivo social dirigiendo su furia contra quienes percibe como responsables de los crímenes.
En marzo de 2010 en Baradero, una camioneta en la que iban dos inspectores de tránsito de la municipalidad persiguió a una moto en vista de que sus ocupantes -una pareja de adolescentes de 16 años- iban sin casco. En esa persecución, según versiones de familiares y testigos, la camioneta atropelló a la moto y ambos chicos murieron a consecuencia del impacto.
El relato del accidente esgrimido por los inspectores tuvo poca credibilidad y, tres horas después de la noticia, más de 2000 vecinos del pueblo se habían juntado en la plaza central. Lo que vino luego reflejó la indignación focalizada: apedreo contra los vidrios de la Municipalidad, destrozos en el interior del edificio y posterior incendio; destrozos en el Concejo Deliberante, en las oficinas del Juzgado de Faltas y de la Inspección General, así como ataques contra el hogar y el auto del director de esa dependencia y una FM local.
En junio de ese mismo año, el estallido sobrevino en Bariloche. Una madrugada helada -más helada aún en la pauperizada zona de El Alto- fue el marco de la muerte de Diego Bonefoi, un chico de 15 años que se encontraba, junto a unos amigos, en una plaza del barrio Boris Furman. Al ver llegar a un par de efectivos policiales de la comisaría 28, que habían sido alertados por una denuncia de robo nunca fue comprobada, salieron corriendo y fueron perseguidos y baleados. Uno de los disparos impactó en la cabeza de Bonefoi.
En la mañana, mientras Argentina jugaba con Corea del Sur en pleno Mundial de Sudáfrica, se desató la revuelta: el barrio entero se movilizó y le arrojó piedras y otros elementos a la seccional; la Policía respondió con gases lacrimógenos y disparos de escopeta. Por la tarde, el enojo popular se había masificado aún más pero la violencia de la Policía también: el saldo de la represión contra quienes reclamaban justicia sumó dos otras dos víctimas fatales.
Poco menos de un mes después del aberrante hecho rionegrino, el drama se trasladó a Salliqueló, una localidad de diez mil habitantes siituada a 500 kilómetros al oeste de Buenos Aires y a 40 kilómetros del límite con La Pampa. Un joven de 21 años fue detenido por supuestos disturbios en la vía pública y tan sólo dos horas después apareció muerto en la celda de la comisaría donde lo alojaron. Tanto el fiscal de la causa como la Policía Bonaerense indicaron que había sido un “suicidio por ahorcamiento”, mientras que el intendente del pueblo ratificó los signos que verificaban una muerte por esa vía. Sin embargo, su padre denunció que a Gilberto Giménez lo desfiguraron a golpes y que efectivamente tenía el cuello cortado, pero no por una decisión de suicidarse.
Más de 150 personas iniciaron una protesta frente a la comisaría a la que poco a poco fueron sumándose más vecinos, que luego destrozaron la fachada de la comisaría. La quema de cubiertas viejas y de un auto Ford K chocado que estaba estacionado frente a la comisaría disparó un incendio que los bomberos locales intentaron apagar, aunque la gente no se lo permitió. Los policías iniciaron la represión con gases lacrimógenos pero, ante la persistencia popular, tuvieron que solicitar refuerzos a las ciudades más cercanas para dispersar a los manifestantes a través de más gases y balas de goma. El saldo entre los que reclamaban: dos adolescentes heridos que fueron trasladados al hospital local.
Como se puede distinguir en los ejemplos que se suman al último acontecimiento, la forma de actuar de los distintos manifestantes responde a una lógica similar: ante la muerte injusta, ante el desfile de impunidad que en el día a día realiza la Policía de cada distrito, el pueblo se planta y le antepone un límite a esa violencia que surge desde arriba. Sí, se trata de una respuesta violenta, pero infinitamente menor a la que ejercen quienes se creen dueños de la vida y de la muerte en dichas sociedades. Mientras sigan ocurriendo estos terribles crímenes (que la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional denuncia año tras año), la reacción no se hará esperar (aunque no siempre ocurra). Y esta reacción popular no constituye una locura generalizada sin norte determinado, como algunos quieren hacer creer, sino un dedo acusador que señala a los verdaderos culpables.