Por Gabriel Casas. A horas de enfrentar nuevamente a Brasil, hoy en el Chaco a las 21.45, el técnico de la Selección Argentina volverá a mostrar sus verdaderas intenciones defensivas. Esas que mamó como jugador en Estudiantes de La Plata (aunque paradójicamente era un diez talentoso) y que sólo las abandona cuando tiene a Lionel Messi a disposición.
Pareciera que Sabella es como entrenador de la Selección un claro caso de personalidad bipolar. Y el equipo es fiel a ese estilo. Cuando tiene completo a todas las estrellas europeas, es euforia al atacar de local con Messi, Higuaín, Agüero (o Lavezzi) y Di María. Y depresión cuando defiende con una línea de cuatro con todos centrales de naturaleza (Campagnaro, Garay, Fede Fernández, y Rojo), sumado a Mascherano detrás de la línea media para que haga todos los relevos. Gago es el comodín. Juega, corre y marca en 30 metros del medio para arriba. Lástima que nunca lo deja ser el punto de partida del juego, como era en Boca con Basile. Acá lo es Mascherano, porque Sabella confía en lo que aprendió como central en el Barcelona.
Ahora, con los que juegan en el fútbol doméstico (más algunos que andan por Brasil) es el Doctor Jekyll, su verdadera personalidad. A Mister Hyde apenas lo suelta en las Eliminatorias como anfitrión porque le tiene terror al veredicto popular. Entonces, en el Chaco, vuelve a su esquema fetiche bilardista mentiroso de tres defensores (Desábato, Domínguez y Licha López), ya que se transforma en cinco cuando lo atacan con el retroceso de Peruzzi y Clemente Rodríguez, los laterales. Utiliza tres volantes con prioridad para raspar y marcar: Maxi Rodríguez, Braña y Guiñazú y deja a los dos delanteros a la buena de Dios: Burrito Martínez (por afuera) y Barcos (en el área). Aunque en Goiania ambos estuvieron más cerca del medio que del arco rival.
¿A qué le teme tanto Sabella del resultado de un amistoso, aunque sea ante el Brasil de Neymar, que mostró poquito incluso en la estancia de Goiania? Al repudio del ambiente futbolero, claro. En un fútbol resultadista como el nuestro (fomentado por los medios de prensa en general, dirigentes y los hinchas de los clubes), perder significa el comienzo del ocaso. Nobleza obliga, es un temor generalizado de los entrenadores de nuestro medio, salvo excepciones como Gareca, Asad, Martino y ahora Sensini. Y Alejandro, que no es el Magno, quiere a toda costa llegar al Mundial.
Lo incomprensible es que hoy, Pachorra dirigirá a la Selección Argentina, donde los hinchas suelen esperar algo distinto ya que no se dejan ganar por el fanatismo y la analizan de manera diferente. Obvio que todos quieren ganar (¿alguien conoce al que disfrute perder?), pero desean que se intente jugar bien al fútbol. Con los titulares que pone Sabella diría que, lamentablemente, eso será muy difícil para la gente que concurrirá emocionada al estadio de su provincia para ver a la camiseta celeste y blanca en un clásico ante Brasil. Aunque los aprovechadores de siempre hayan puesto la entrada popular a ciento veinte pesos, cuando en las Eliminatorias cuesta noventa mangos, con el plus de ver a Messi y los otros mosqueteros del ataque.
Lo triste es que en el mismo plantel que está en el Chaco tiene a jugadores capaces de intentar darle ese vuelo que la gente desea, como lo son Montillo, Sánchez Miño y el pibe Mugni. Sin embargo, Sabella no se traiciona. En ésta, no es bipolar. En una entrevista a Messi que le hicieron en el diario español El País, se encuentra una verdad dentro de este asunto. Cuando le preguntaron sobre la final del Mundial de Clubes entre Barcelona y Estudiantes, la que el propio Messi definió con un golazo de pecho en el tiempo suplementario, contestó sin pensar demasiado que recuerda que fue un partido como suelen ser para Argentina los de las Eliminatorias Sudamericanas. ¿Se habrá olvidado de que el entrenador rival (el de ese planteo ultra conservador) era el mismísimo Sabella? Con esa respuesta de la máxima estrella creo que está todo dicho.