Por Carina Lopez Monja y Federico Orchani
Signos de agotamiento de cara al 22 de noviembre. Un debate en el seno de la izquierda argentina y el movimiento popular. Lo que se viene, balance y memoria.
Todos los fuegos
Por primera vez en la Argentina habrá balotaje entre dos candidatos a ocupar la presidencia. Daniel Scioli, el actual gobernador de la provincia de Buenos Aires y candidato del partido de gobierno, deberá enfrentar al derechista Mauricio Macri, del frente Cambiemos.
Hace apenas unos días, decíamos que el dato llamativo de las primarias era el escaso porcentaje con el que Daniel Scioli “triunfaba” por sobre Mauricio Macri: menos del tres por ciento que representa un retroceso de cinco puntos con respecto a las PASO. Para colmo de males, el Frente para la Victoria perdió la provincia de Buenos Aire. En el distrito de casi el 38 por ciento del padrón nacional el resistido candidato del FPV, Aníbal Fernández, perdió la elección frente a María Eugenia Vidal. Al otro día, el actual jefe de gabinete de ministros de la presidencia salió con todo a denunciar el “fuego amigo” que recibió en su contra, que no es más ni menos que la campaña en contra o directamente no campaña que hicieron algunos intendentes del conurbano, lo que generó un fuerte corte de boleta en perjuicio de Fernández; recordemos que el oficialismo fue derrotado por la alianza Cambiemos en distritos claves de dominio peronista como Lanús y Quilmes que no son precisamente de tradición radical.
Llamativamente, el fuego amigo, cruzado y de distintas clases siguió durante los primeros días de campaña. La primera reacción del “sciolismo” frente a la avalancha amarilla de Cambiemos fue diferenciarse del kirchnerismo “histórico”. Pareciera que Daniel Scioli entiende que no hay más remedio que salir a la caza de los casi cinco millones de votos que cosechó otro de los protagonistas de la elección, Sergio Massa, el mismo que propone inundar de milicos los barrios humildes con la excusa de combatir el narcotráfico. En los últimos días, se escuchó de boca de Daniel Scioli, incorporar en su agenda “inmediata” temas como el impuesto al salario (ganancias según Scioli) y el 82% móvil, también habló de la lucha contra el narcotráfico y eliminar retenciones para algunos productos agrícolas.
La interna dentro del FPV sigue por estos días: la Presidenta en sus dos apariciones televisivas no mencionó que Daniel Scioli era su candidato y optó por convocar al pueblo a “defender los derechos conquistados”. Nuevamente, Aníbal Fernández salió al cruce de Gustavo Marangoni -uno de los hombres fuertes de Scioli- acusándolo de querer “parecerse a Melconian”, quien intentó justificar los dichos del economista del PRO sobre que “no se pueden subir los salarios y jubilaciones”. Un panorama complejo que coloca al oficialismo con serias dificultades para hacer frente a un panorama adverso.
Señales de un nuevo escenario
En crisis políticas y resultados electorales adversos, como ya los tuvo el kirchnerismo, este espacio político logró recomponerse con iniciativa política.
Tras la derrota de Néstor Kirchner en las elecciones legislativas de 2009, a manos del empresario Francisco De Narváez, y la de Martín Insaurralde frente a Sergio Massa, ambos en la provincia de Buenos Aires, el kirchnerismo -por medio de iniciativa política- logró recomponerse de tales cimbronazos. Medidas como la Asignación Universal por Hijo o la Ley de Medios son producto de coyunturas de crisis, donde el gobierno parecía desmovilizado y en retirada. Sin embargo, hoy la situación parece ser otra: la incapacidad para llegar a las primarias con un candidato propio, el evidente deterioro de la situación económica en el marco de una economía que no crece como antes, explican en parte el malestar social que se expresó en un fuerte voto castigo, sobre todo en la provincia de Buenos Aires y otras grandes ciudades como Córdoba.
Escenarios de posibles derrotas electorales de algunos gobiernos en la región -llamados progresistas- se ha instalado como un debate político y teórico sobre un “fin de ciclo”. En esta denominación genérica donde según Maristella Svampa “convergen corrientes ideológicas diversas, desde aquellas de inspiración más institucionalista-socialdemócrata, pasando por el desarrollismo más clásico, hasta las experiencias políticas más radicales. Esto incluía desde Chile, con Lagos y Bachelet, Brasil, con Lula Da Silva y Dilma Roussef, Uruguay, bajo el Frente Amplio, la Argentina de los Kirchner, el Ecuador de Rafael Correa, la Bolivia de Evo Morales y la Venezuela de Chávez, entre otros” se encuentran en un escenario de estancamiento o retroceso en algunos lugares en términos de contiendas electorales y la posibilidad de perder comicios.
Al mismo tiempo, el surgimiento a nivel continental de una nueva derecha, ya no solo tosca y evidentemente golpista, sino una que busca aggiornarse a los nuevos tiempos, es otro de los datos de este escenario. La comparación en campaña de Macri con Menem o con la vuelta al neoliberalismo de los 90, parece a veces no hacer mella por la dificultad de leer el discurso y la forma en la que se asienta la nueva derecha.
Un eventual triunfo de Mauricio Macri podría complejizar aún más el mapa político de la región: es sabido que el líder del PRO abraza una gran simpatía con la nueva derecha pro imperialista de Uribe, Capriles y otros exponentes de la ofensiva conservadora regional. Aunque también es necesario profundizar el debate sobre el papel de los “progresismos” de la región, algunos devenidos en regímenes populistas con cierta dosis de autoritarismo, que producto de sus limitaciones y errores generan el rechazo de los sectores populares y hacen posible el surgimiento de líderes abiertamente conservadores.
Si coincidimos en que este ciclo de lucha se abrió con la resistencia al neoliberalismo y que los gobiernos progresistas o más radicales de la región fueron producto de la movilización popular y del ascenso de luchas en el continente, la asunción de una nueva derecha puede leerse en el marco del mismo ciclo, consecuencia de una fuerza política conservadora y liberal que busca actuar en el escenario planteado después de las luchas populares que se dieron en la región.
Tanto los países donde la derecha aggiornada ya es gobierno, como en los lugares donde los gobiernos progresistas siguen en pie, enfrentan un panorama económico complejo, con el agotamiento del boom de las commodities, que en Argentina se expresa sumado a un “afianzamiento de la primarización sojera, el extractivismo minero y petrolero, la perpetuación de una estructura industrial concentrada y muy desequilibrada y un sistema financiero que bloquea la inversión. No se modificaron los pilares de la desigualdad social que rige en Argentina”, según Claudio Katz.
Vale la pena en este racconto hacer una diferenciación con los procesos de Venezuela y Bolivia, que a pesar de sus contradicciones y limitaciones, apuntaron a la “redistribución del poder social y al empoderamiento de los sectores subalternos”. En el caso de Venezuela, el movimiento popular y el gobierno de Nicolás Maduro, se juega una parada clave en las elecciones legislativas del 6 de diciembre.
Memoria, balance y perspectiva
El movimiento popular y la izquierda en Argentina deberán superar la encerrona que propone el escenario de balotaje entre dos candidatos decididamente conservadores. Las respuestas hasta ahora han sido varias y diversas: desde impulsar el voto en blanco o nulo como forma de repudio contra ambos candidatos, hasta el apoyo decidido a la candidatura de Daniel Scioli para “no retroceder” y frenar el “avance de la derecha”, entre otros argumentos. Apoyar la candidatura de Scioli trae el problema de no poder explicar con claridad que tanto Scioli como Macri y antes Massa “tienen en carpeta una política de reendeudamiento en gran escala, volviendo al Fondo Monetario Internacional, lo digan o no, lo hagan al principio o más tarde. Todos tienen pensada la famosa sintonía fina que el gobierno empezó y dejó de lado”, tal como apunta Claudio Katz. Mirarse en el espejo de Brasil puede servir de ejemplo, el movimiento popular que acompañó la candidatura de Dilma frente al neoliberal Aecio Nevez, se encuentra con la aplicación de las medidas de ajuste por parte del gobierno del PT, y sin proyecto popular alternativo consolidado desde abajo.
Volviendo a los pagos chicos, el escenario de balotaje disparó en Argentina todo tipo de propuestas. A veces, el énfasis puesto en “los cambios por arriba”, en donde el cambio de gobierno parece definir los cambios irremediables que tendrá Argentina y el continente, elimina e invisibiliza que sucede “por abajo”. La política electoral, los movimientos en clave de juego de ajedrez y de especulación -tan alejados de la política como hacer colectivo que transforma realidades y construye nuevas correlaciones de fuerza- parece preponderar.
Tal vez una de las claves tenga que ver con volver a leer el 2001. Si las clases dominantes lo leyeron con claridad y el kirchnerismo recompuse la gobernabilidad y el sistema de partidos en Argentina, el relato del PRO y la elección de Macri en las primarias demuestra que la derecha más rancia también aprendió la lección. Frente a eso, los movimientos populares y la izquierda, pasado el balotaje tendrán un enorme desafío. Asumir los errores y las limitaciones, pero también lo mejor de lo construido desde la rebelión popular de 2001 a hoy y gestar una alternativa que recupere la política como quehacer colectivo, como propuesta política integral, que desafíe con la potencia de la resistencia y la lucha, pero recuperando los pisos de organización popular construidos.
El ciclo que se abrió con la movilización y la resistencia popular que tumbó gobiernos y derrotó al ALCA en Nuestra América parió al kirchnerismo y al PRO, pero aún no dio a luz una respuesta unitaria de las izquierdas a pesar de los diferentes ensayos y experiencias en curso, que retome ese cambio de raíz expresado en la rebelión popular de 2001. Una alternativa política de las izquierdas, que construya poder desde la base y que de la batalla cultural, mediática, de sentidos, electoral, política de manera integral, sigue pendiente…