Por Leandro Albani.
Las elecciones en Turquía se realizaron en un clima de plena tensión. Erdogan logró su objetivo de aferrarse al poder a costa de la represión
La represión permanente, el encarcelamiento de militantes de izquierda, el cierre de medios de comunicación opositores en apenas cuatro días, el asesinato de ciudadanos kurdos -periodistas incluidos-, el asedio y ataque de las fuerzas de seguridad a poblados y aldeas en el sureste del país, un atentado en Ankara que dejó más de 100 muertos y el despliegue del terror y la psicosis entre los pobladores, fueron las acciones que el presidente Recep Tayyip Erdogan y su partido, el AKP, aplicaron y utilizaron desde junio pasado cuando las urnas se habían cerrado ante ellos.
Desesperado por mantenerse en el poder, el presidente turco no dudó en la estrategia a seguir frente al revés electoral: militarizar el país, generar miedo en la población y llevar a la República turca al borde del colapso interno. Desde junio hasta ayer, Erdogan no aplicó un plan organizado desde una cabeza perversa, sino un minucioso y clásico manual que los sectores de derecha, a nivel mundial, han sabido construir en todas estas décadas. Porque el objetivo del mandatario turco es profundizar sus políticas neoliberales, tender redes con los grupos más conservadores dentro del mundo musulmán y combatir todo rasgo de progresismo en Medio Oriente.
Las elecciones de este domingo en Turquía, en las cuales el AKP obtuvo la mayoría, no resistirían la avalancha de críticas si hubieran ocurrido en otro país. Pero en Turquía, cuyo gobierno busca a toda costa avanzar con su proyecto de control sobre Medio Oriente y barrer a la oposición interna, los comicios fueron saludados por Estados Unidos y la Unión Europea. Aunque detrás de estas elecciones un tendal de muertos y heridos lleven la marca de Erdogan, el frenético dirigente islamista que pretende hacer de su tierra un nuevo Imperio Otomano.
Con el 97% del escrutinio completo, el partido gobernante obtuvo 49,35 por ciento de los votos, superando con creces el magro resultado de los comicios de junio pasado. De esta forma, la agrupación comandada por Erdogan logró 316 diputados y la posibilidad de conformar un nuevo gobierno sin convocar a las principales fuerzas políticas. En las elecciones pasadas, el AKP discutió una posible administración de coalición con el MHP (ultraderecha) y CHP (socialdemócrata), pero echó por tierra esta posibilidad.
Abocado a conseguir el control total, Erdogan desplegó una política de terror, principalmente en la región del Kurdistán turco, donde se levanta la principal resistencia a su gobierno. Con la excusa de combatir al “terrorismo”, el AKP cometió atentados, como en la ciudad de Suruc, y acusó al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) de ser el responsable de absolutamente todos los males de Turquía. Mientras tanto, dejó el terreno libre para que los mercenarios del Estado Islámico (EI) utilizaran la frontera con Siria como retaguardia y vía para el reabastecimiento de armas y tráfico de petróleo.
Aunque el AKP obtuvo la mayoría parlamentaria, al gobierno de Erdogan no le alcanza esa cifra para reformar la constitución de forma directa, una de sus principales propuestas, que tiene un fuerte rechazo en la sociedad.
En segundo lugar en los comicios quedó CHP, que mantiene el 24,7% de los votos y un total de 134 parlamentarios. El tercer partido que tendrá representación parlamentaria es el HDP (Partido Democrático de los Pueblos, conformado por el movimiento kurdo, sectores de la izquierda turca y movimientos sociales), con el 10,3% de los votos y 59 escaños. Por último, el MHP tuvo un retroceso del 16,29 al 11,97%, obteniendo 41 diputados.
Conocidos los resultados de los comicios, el co-presidente del HDP, Selahattin Demirtas, aseguró que no se trató de una votación en igualdad de condiciones. El dirigente denunció que su partido no pudo hacer una campaña normal a raíz de los ataques sufridos. “El pueblo turco no recibe estos resultados con alegría –agregó Demirtas-, incluso si un partido político ha recibido el 50 por ciento de los votos. ¿Por qué? Porque muchas personas en Turquía, en la actualidad, viven con miedo. Nadie sabe hasta dónde puede llegar el partido gobernante”.
En la jornada electoral no faltaron inconvenientes, denuncias y fuerzas de seguridad con órdenes de reprimir.
El diario turco Hurriyet Daily News denunció que varios de los observadores electorales en Ankara y en Estambul denunciaron las presiones del gobierno para firmar reportes en blanco sobre la situación en sus centros de votación. Por su parte, la delegación catalana de observadores invitada por el HDP reveló que la policía turca les impidió el acceso a los colegios electorales. Eulàlia Reguant, diputada catalana de la CUP, declaró “que las autoridades solo dejaron acceder a los observadores del OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa), invitados por el gobierno y que son 40 personas para todo el país”.
En Diyarbakir, capital del Kurdistán turco, la policía no perdió el tiempo y cuando los pobladores salían a las calles para festejar los resultados obtenidos por el HDP, arremetió con gases lacrimógenos para dispersar a las personas. En la localidad de Van, las fuerzas de seguridad atacaron a quienes esperaban para ejercer su derecho al voto, según informó la agencia ANF. Al cierre de esta edición, una explosión en la ciudad de Mardin había dejado como saldo 25 personas heridas, cuatro de ellas de gravedad.
Mientras esto sucedía, Erdogan disfrutaba de los resultados que lo confirmaban como presidente, pero también como uno de los peligros más latentes para todo Medio Oriente.