Por Martín Azcurra
El nuevo escenario compromete a las organizaciones de izquierda: quedar al margen de la historia o sumarse al envión para frenar a la derecha.
Es uno de esos momentos que nos interpela como sujetos políticos, donde se ponen en juego nuestros principios más cómodos en contraste con la realidad más cruda y, por supuesto, más incómoda. ¿Nosotros quiénes? Cada militante, cada organización, pero también cada familia, cada grupo de amigos… Nadie puede desentenderse, porque cada voto y cada punto son necesarios en este balotaje que promete ser extremadamente parejo.
Pero, definitivamente, el desafío más grande les toca a las organizaciones de izquierda. Su voz, su llamado, tiene que sonar por encima de los intereses de su propia organización, y sobrevolar a la altura de la historia y las necesidades reales y concretas del pueblo trabajador al que representa. No sirve de nada perder horas y días enteros buscando en los clásicos del marxismo una situación similar que pueda dejarnos tranquilos de no cometer un crimen revolucionario. Es el momento de escuchar para el único lado donde debiéramos tener orientados nuestros oídos ¿Qué nos dice el pueblo? ¿Qué nos dicen nuestros propios compañeros y compañeras en su intimidad, en una charla de mate o vino, lejos de las imposturas discursivas?
Cambio de escenario
Hay tres hechos novedosos en esta contienda, que están por delante de cualquier análisis. No sólo es el primer balotaje en la historia argentina (lo cual es muy distinto a una elección entre propuestas variadas), sino que además es la primera vez que una derecha sin tapujos se consolida como fuerza política y, por si fuera poco, tiene la posibilidad muy cercana de gobernar el país. Y en tercer lugar, y quizás sea lo más grave de todo, se trata del momento más regresivo desde que se inició el proceso bolivariano en América Latina y el Caribe, en el marco de una crisis mundial que empieza a castigar ferozmente a la región.
En este contexto inédito, el kirchnerismo comete grandes errores que lo llevan al precipicio de una dura derrota. Muy pocos confían en Scioli como la expresión política del denominado “proyecto nacional y popular”. Los que parecen más convencidos son los movimientos piqueteros K; algunos podrían decir que la razón es que dependen de la caja del Estado, pero ellos plantean que es momento de no titubear en la defensa de los derechos obtenidos.
¿Y el trotskismo qué?
Después de una recaída del FIT en las elecciones (no alcanzó los 800.000 votos, es decir que no pudo retener el millón de votos que obtuvo la izquierda en las PASO) y del llamado de Nicolás Del Caño a votar en blanco en forma inmediata (lo que expresó una falta de reflexión interna, y de proceso de debate democrático con las bases), la izquierda tradicional mostró una faceta antipopular y marginal. A nadie sorprendió esta posición de parte de una vanguardia iluminada que no puede leer la realidad por fuera de recetas, ni aceptar situaciones novedosas (porque todo ya sucedió en otro momento de la historia y fue escrito en algún libro por alguno de los tres autores revolucionarios), ni comprender los movimientos subjetivos que están por debajo de los procesos políticos.
Un llamado a la incomodidad
Votar a Scioli, o lo que es lo mismo, no votar a Macri, es sin dudas un llamado a la incomodidad, a la mugre, al barro político. ¿Qué sentido tiene llamar a votar en blanco cuando sabemos que muchos de nosotros, en la intimidad del cuarto oscuro, en el más absoluto silencio, lo vamos a votar (con caras largas por supuesto) o en el peor de los casos vamos a pasar la noche del domingo 22 de noviembre, con el control remoto en la mano, deseando que una mayoría del pueblo lo haya elegido, a costa de nuestra pureza intelectual? ¿Qué clase de cobardía es esa? Es casi como mandar a la guerra a los indios. Que se ensucien los plebeyos.
Seguramente, si tomamos individualmente a cada uno de los dos candidatos del próximo balotaje, no notaremos grandes diferencias en sus ideas. ¿Pero quién está detrás de cada uno de ellos?
Si tenemos un mínimo de militancia, si compartimos siquiera algún espacio de construcción con otras fuerzas políticas, no podemos negar que el militante kirchnerista es un compañero. A lo sumo podemos criticar su falta de práctica por fuera de la gestión, su excesiva confianza en las instituciones y muchas veces claro cierta soberbia. Pero es muy claro que ya no se trata del viejo dinosaurio del PJ, sino que refleja una nueva generación muy comprometida, con ideales de liberación nacional y latinoamericana, con una gran impronta setentista desinteresada y solidaria. Muchos de ellos y ellas transformaron las oficinas del Estado durante los últimos 10 años, abriendo puertas que nunca habían estado abiertas para los sectores populares y los movimientos sociales.
Scioli también representa otras cosas. No viene solo. Trae consigo los 12 años del proyecto nacional y popular en su más oscura contradicción. Proyecto que combinó beneficios para el pueblo (proteccionismo industrial, negociaciones colectivas de trabajo, extensión de las jubilaciones, universalización de la asignación por hijo y los planes sociales, apoyo a la economía social, acceso popular a la cultura, respuestas a las demandas de derechos humanos, género y diversidad, alineamiento con los gobiernos populares de la región, batalla contra los fondos buitres, etc) con políticas regresivas (extractivismo, monocultivo, clientelismo, precarización laboral, rechazo al aborto, no reformó la estructura policial corrupta y criminal, favoreció a la burocracia sindical, pagó la deuda externa, etc). Sin embargo, esas famosas contradicciones del kirchnerismo también expresan que hay un lugar de resistencia para que la sombra no avance sobre las luces, que hoy están siendo sostenidas, desde un lugar de trinchera, por esos compañeros que los lunes se ponen la remera de Evita y los viernes la del Che.
Pero más allá de esto, todos sabemos quiénes están detrás de Macri, pegados a su trasero de familia acomodada: el golpismo que perdió la batalla político-cultural y por eso no puede recurrir de nuevo a los cuarteles. Porque ya estuvo antes esta derecha en el poder, pero no llegó por los votos como ahora. Su expresión más cruda es el grupo Clarín y su ejército de mercenarios.
Es tan grosera esta nueva derecha democrática, alineada con el golpismo venezolano, hondureño y boliviano y con los gobiernos mexicano y colombiano, que las contradicciones del sciolismo no le llegan a la punta del zapato.
Oportunidad para crecer
La izquierda amplia, es decir la gente que tiene un pensamiento transformador hacia la igualdad social, no puede caer en las redes de los miedos clásicos del trotskismo: el miedo a generar expectativas populares en un candidato de la burguesía, el miedo a que las bases pierdan el norte estratégico, el miedo a legitimar el capitalismo (humano o no), el miedo a que otra organización “de la competencia” los corra por izquierda, etc. Miedos que le impidieron acumular fuerzas en todos los períodos de retroceso de la conflictividad social. Miedos que son propios de una clase intelectual burguesa, pero ni por asomo del pueblo trabajador. Pero además son miedos que expresan una falta de confianza en el pueblo, una subestimación de la conciencia popular y del potencial revolucionario que lleva el trabajador argentino en su sangre. Si la izquierda no supera esos miedos, jamás logrará ni una pizca de revolución en nuestro país.
Muy pocas organizaciones de izquierda se animarán a llamar a votar a Scioli o No votar a Macri, pero al menos deberían no llamar a votar en blanco, es decir, dar libertad de acción a sus militantes y seguidores sin hacerles sentir que votar a Scioli es una traición a la revolución.
Pero además hace falta una postura que nos ayude en cada espacio de base, una postura que nos permita dar un paso en la conciencia de la militancia, como lección de anti-sectarismo, de madurez política y de estrategia a largo plazo. ¿Alguna vez tomaremos una decisión que nos acerque más al pueblo, que nos permita alcanzar al menos una victoria a medias, que nos permita abrazar a otro compañero de otro color político? ¿Les seguiremos dejando a nuestra militancia y nuestras bases, otra vez, un sabor amargo, esa sensación de estar dando golpes al vacío? ¿Cómo pensamos recuperar los votos de la gente que confió en la palabra izquierda y que no quiere que la derecha golpista tome el poder? A veces la historia nos regala estos momentos de presión que no son más que una oportunidad para crecer.