Por Francisco J Cantamutto
Muchas sorpresas dejó el domingo, pero también algunas escenas previsibles. Mientras, Massa juega con las posibilidades múltiples que le brinda ser el codiciado en la alianza por el balotaje.
El escenario político que dejaron las elecciones es sin dudas novedoso en relación a las expectativas creadas, creadas por la abrumadora cantidad de encuestas, que indicaban incluso la posibilidad de que Scioli ganase en primera vuelta. Esta herramienta tiene problemas metodológicos (se siguen haciendo las encuestas por teléfono fijo para ahorrar costos), pero además un déficit de concepción: asume que el voto decidido por el individuo está fijo, y el instrumento sólo lo mide, no lo cambia. El hecho es que una gran mayoría de indecisos –y de votantes de Progresistas– ante la posibilidad de que Scioli ganara en primera vuelta, se decidió por dar el voto a Macri para evitar ese escenario. No sólo a Scioli se lo votó “desgarrado”.
Había también elementos previsibles del resultado, claros desde el inicio, como se denunció desde este espacio y que enfatizó la candidatura del FIT: el evidente giro a la derecha de los tres candidatos principales y su defensa explícita de la agenda del capital. Cualquiera fuera el resultado, estos dos puntos estaban garantizados, y así lo festejó el mercado de capitales el lunes. La agenda común incluye, pero no se limita, a una nueva ronda de endeudamiento, mayor apertura a las inversiones extranjeras (con distintos socios), devaluación (a diferentes ritmos) y contención salarial, agenda represiva, mayor influencia de la Iglesia católica con su agenda anti-liberal (lo que incluye el discurso contra libertades de género, contra el aborto, etc.). El escenario que se abre es preocupante para las clases populares, y no hay novedad ni expectativas en esto.
Los sectores progresistas del kirchnerismo creían que si Scioli ganaba este domingo, podían condicionarlo en su gobierno. Pero el candidato oficial tomó por ganados estos votos y, de las PASO a esta parte, explicitó su agenda conservadora, buscando tentar un supuesto votante medio. El recurso no le sirvió: La Cámpora ni siquiera cerró los actos de campaña junto a él, y apenas creció en votos respecto de las PASO. Obligando al electorado a elegir entre opciones de derecha, los votantes se inclinaron por las versiones menos condicionadas, y arranca ahora la etapa de negociación.
Massa, el dueño del b(v)otín
El ganador del domingo fue, sin dudas, Massa. A pesar de haber salido tercero, logró retener sus votos, más de un quinto del electorado, y ahora tiene el botín preciado para el ballotage. Esto le abre las puertas para condicionar la agenda sin tener que responsabilizarse por los efectos de sus propias propuestas: será otro gobierno el que las implemente, pagando los costos políticos. Un dato importante es que los tres candidatos han mostrado su larga trayectoria de gatopardismo ideológico, por lo que ideas y valores no serán una traba en esta disputa por el gobierno. Massa tiene tres grandes alternativas:
1) Aliarse con Macri, bajo el discurso del cambio. Massa ya hizo los guiños a Cambiemos en este sentido, que es el más fácil de justificar. A pesar de que grandes medios quieren vender esa alianza como obvia, tiene varios problemas. El mayor es que borraría a Massa de la escena política, porque le arrebataría las banderas de opositor, completando su círculo de veleta: del liberalismo al peronismo, luego al kirchnerismo, y vuelta al peronismo, y de ahí al liberalismo. Pero, para liberal, Macri lo hace mejor.
Los demás problemas son de aparatos. Por un lado, la alianza Cambiemos se basó en la promesa de cargos al aparato burocrático radical, pues en todo otro orden fueron borrados de la campaña. Macri tiene casi todo el gabinete para prometer al massismo, pero no sabe hasta dónde esto entraría en conflicto con los radicales. Por otro lado, antes de las elecciones, una gran parte de los dirigentes del Frente Renovador (como Facundo Moyano e Ignacio De Mendiguren) declararon –sin abandonar el espacio– que en segunda vuelta irían por Scioli. Estas declaraciones públicas no fueron castigadas, pues Massa aumentó su caudal de votos. ¿Cómo convencerlos ahora de ir por Macri? Recordemos que tanto en aparato como en votantes, Massa tiene una fuerte composición peronista, a la que Macri no convence con una mala estatua del General.
2) Aliarse con Scioli, argumentando su perfil más peronista que kirchnerista. Massa rompió con el gobierno acusándolo por su estilo de conducción, que con el bonaerense sería muy diferente. Ha declarado en los medios que Scioli debe dejar de ser el “empleado de Cristina”, dando a entender que si rompe ataduras, la posibilidad está abierta. Si logra torcer el perfil de Scioli para lograr el acuerdo, Massa ganaría gravitación política, sin desaparecer como en el caso anterior. Las acusaciones de filo-kirchnerista no le hicieron mella durante la campaña, no hay razón para que lo hagan ahora. Esta ruptura no sería nada más que discursiva: a la oferta de dar lugar a Lavagna en Economía y a De la Sota en Cancillería –los dos cargos políticos más fuertes del gabinete–, Massa habría requerido la presidencia de la Cámara de Diputados. Esto entra en conflicto con las expectativas de La Cámpora, que aumentó su presencia parlamentaria y esperaba que esta función la cumpliera Wado de Pedro. Si Scioli no es capaz de convencer a la tropa de que este sacrificio es necesario, aún le puede ofrecer a Massa algo diferente: celeridad legislativa de aquí a diciembre, mientras el kirchnerismo preserva mayoría en ambas Cámaras.
El Frente Renovador se compuso a partir de intendentes del Conurbano insatisfechos por el creciente peso de La Cámpora y otras agrupaciones no peronistas dentro del kirchnerismo. Scioli, con larga experiencia de arreglos con los barones del Conurbano, puede prometerles una revancha. La Cámpora no es orgánica a Scioli, pero sabe que es la única opción que tiene para mantener alguna gravitación futura: está en desventaja. El problema está en que María Eugenia Vidal ganó la gobernación y entonces la intermediación bonaerense no recaerá en el sciolismo. El avance de Cambiemos (ganó casi 70 municipios bonaerenses) puede ser una amenaza real que mueva a los barones.
3) No arreglar con ninguno y condicionar la agenda con sus propuestas. Esta estrategia le funcionó desde las PASO y sería una continuación obvia, simple: liberar a los votantes, pero condicionar a los candidatos con su programa. Sin costo político, habría ganado aún más, al poner la agenda. Ésta es la salida más probable, pues le da el mayor beneficio actual y proyección futura. El día de hoy Massa anunciará su “documento programático”, y se anticipó que no apoyaría explícitamente a ningún candidato.
Rodríguez Saá, con un caudal muy inferior, está en las mismas tratativas. Mientras tanto, Stolbizer ya liberó sus votantes, diciendo que no tendría la “soberbia” de decirles qué hacer. El FIT ha llamado al voto en blanco, lo que es consistente con su programa y discurso. En los hechos, el voto en blanco –al igual que la abstención, que se espera que crezca– favorece al que va primero, facilitándole la tarea a Scioli.
La disputa está abierta, pero también está claro: el capital concentrado y la derecha, ya se garantizaron su elección.