Leandro Lutzky desde el bunker de Cambiemos
Después de la contienda electoral tan sorpresiva, este cronista repasa los detalles de una jornada histórica para el macrismo y para la política nacional en su conjunto de cara al primer ballotage presidencial de la historia.
“Hasta que no bajen el volumen de la música no voy a hablar, humanicen el lugar, ¡así no se puede!”, reta el actor radical, Luis Brandoni, a un miembro del PRO que se encarga de la organización en el centro de campaña ubicado en Costa Salguero. El diputado Federico Pinedo sigue la misma línea, está fuera del foco de atención, detrás de las vallas junto a la prensa, mirando al escenario con gestos estáticos que no representan ni el más mínimo grado de alegría.
De los cientos que hay, son pocos los periodistas que se le acercan, de todas formas él no quiere hacer declaraciones “por el ruido que hay en el ambiente”. “No me dejan hablar”, es otra excusa que usa el ministro de Educación porteño, Esteban Bullrich, para evitar a los reporteros. Cerca de las 20 comienza a llegar la militancia, y aunque no son un gran número, planean poner mucho colorido. Al amarillo se le suma el rojo radical, pero también hay globos celestes y blancos para adornar una jornada histórica.
En ese rincón se la puede ver a la otra Bullrich, Patricia, pero está en un lugar inaccesible para los medios. Inaccesible si se toman las medidas de seguridad correspondientes, cuestión que no sucede. Para ingresar al sector de la militancia, que en realidad se trata de personas vinculadas a la campaña, se debe contar con una invitación previa y hasta una acreditación. Sin embargo, colarse allí es una cuestión de minutos. Entre el cotillón está el Mago sin Dientes y un público feliz que baila y se saca fotos con sus referentes políticos. También hay un drone dando vueltas, registrando imágenes que seguramente se verán en varios spots publicitarios.
Bien de cerca se pueden observar las principales características de la militancia PRO, y resulta muy difícil no caer en los clásicos estereotipos: camisas debajo de los pantalones achupinados y calzados en punta para los hombres, lindos peinados y lujosos zapatos para las mujeres. Este cronista no quiere catalogar a las y los allí presentes con un adjetivo en particular, pero la realidad es que cuesta encontrar excepciones: todo es bastante homogéneo.
Afuera no hay olor a choripán ni vino embasado en cartón, los puestos de comida móvil, tipo fast food, son bien recibidos por la militancia. Así las cosas, la diputada recordada por los recortes a los jubilados allá por el trágico 2001, desobedece las reglas de los asesores de prensa y comenta: “estamos seguros de que va a haber ballotage, nuestros números no fallan”. La bajada de línea discursiva es muy clara, aunque los mortales comunes no tienen cifras, desde el mundillo PRO saben que hay buenas noticias.
En efecto, hay más dudas que certezas entre los diarios, radios y canales de tv, desde el centro de cómputos habían prometido que recién después de las 23 soltarían los primeros datos oficiales. Todavía no hay nada, ¿pero a quién la importa? Se acerca la hora y todo es fiesta en Costa Salguero. Las y los jóvenes despliegan un telón y los globos rebotan de un lado hacia el otro por encima de la tela. Es un bello espectáculo. Minutos más tarde, sale todo el elenco de Cambiemos (menos Fernando Niembro y Pinedo, quien quedó relegado en un costado del establecimiento) y en el lugar explota la euforia.
El ballotage es un hecho, no se saben muy bien los números, pero mientras en el Luna Park todo es gris, en este lado de la Ciudad la noche se vive como un verdadero festejo democrático. Ahora hablan Vidal, Michetti y Macri, todos arengan a su gente. “Hay que saltar, hay que saltar, para Mauricio, el ballotage”, agita al público la candidata a vicepresidenta desde su silla de ruedas. Los cánticos van y vienen, hasta Carrió recibió un mimo: “Liliiiita, Liliiiita”, corearon. ¿Y Mauricio? Está en su salsa, baila y se divierte, mientras Rodríguez Larreta y el rabino Bergman le devuelven sonrisas y gestos de aprobación. Marcos Peña, el diseñador de la campaña (a quien deberían hacerle un monumento como el “estratega de la década”), aplaude con mucha satisfacción.
Ninguno hace mención al candidato a intendente de Puerto Iguazú, Manuel “Toto” Álvarez, fallecido hace tan solo unos días en medio de un debate con otros postulantes, el 20 de octubre. No hay tiempo para ello, todo es alegría. Cuando terminan de dar los discursos, sus simpatizantes se retiran del lugar, con felicidad, un tanto serena. Sin embargo, por la Av. Costanera Rafael Obligado pasan algunas mujeres gritando “¡aguante Mauricio Macri!”, golpeando la puerta de sus vehículos. Casi nadie se vuelve en el transporte público o caminando por debajo de la Autopista Arturo Illia. En Av. Libertador se pueden ver pasar, y escuchar, muchos autos, algunos de alta gama, con bocinazos y gritos desaforados.
En los balcones de los edificios se festeja la noticia como si los Pumas hubiesen pasado a la final en el Mundial de Rugby. El resultado electoral se siente en las calles de Palermo y Recoleta, bien cerca del búnker. Sin embargo, hay que ser justos en un aspecto: no sólo los sectores acomodados votaron a esta fuerza política, el macrismo caló profundo en las clases medias y hasta tiene un importante caudal de votos en las villas del país. ¿La culpa es de la soberbia kirchnerista? ¿De una izquierda ofuscada en los libros y no en la política de hoy? ¿Del electorado? El pueblo habló en las urnas y su deseo es muy claro: se prefiere a un Presidente como Scioli, Macri o Massa, los candidatos “bien”.