Por Federico Orchani
Al cierre de esta edición, todo indicaba que el 22 de noviembre habría balotaje entre el candidato oficialista Daniel Scioli y Mauricio Macri del derechista frente Cambiemos. El porcentaje entre uno y otro es muy ajustado en favor del primero, un hecho sin dudas inesperado. En la provincia de Buenos Aires la sorpresa fue la derrota de Aníbal Fernández, quien perdió en siete de las ocho secciones, con un claro corte de boleta que benefició a María Eugenia Vidal.
Habrá que analizar detenidamente el porqué de la derrota peronista en un distrito en donde el Partido Justicialista es amo y señor, lo que queda claro es que la figura de Aníbal Fernández se transformó en una especie de ancla para el FPV que no pudo mejorar lo hecho en las PASO. Ni siquiera el apoyo del ex intendente de Morón (donde el FPV también perdió) Martín Sabbatella, sirvió para oxigenar el perfil del controvertido actual jefe de gabinete.
La evidencia de un balotaje no hace más que reafirmar nuestra hipótesis: estamos en presencia de un giro conservador de la política argentina. A excepción de la política regional, hay que bucear con insistencia para encontrar diferencias entre los orígenes y estilos de Scioli, Macri y Massa y las similitudes con la agenda del establishment empresarial.
El frente llamado Progresistas de Margarita Stolbizer tuvo un duro retroceso en relación a las pasadas elecciones presidenciales y pareciera sufrir las consecuencias de una política errática de alianzas corrida hacia el centro derecha. Allí la alegría vino por la reelección de Victoria Donda, quien retiene su banca en la CABA.
El Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT), que logró alcanzar nuevamente casi el millón de votos. Es el único espacio político en esta elección que levanta una programa opuesto a las exigencias del gran capital y llama a la organización popular para defender los derechos laborales y sociales. Hasta el cierre de esta edición, Néstor Pitrola ingresaba como diputado nacional por la provincia de Buenos Aires.
Cambio y continuidad
Una de las principales virtudes de Daniel Scioli, podría no alcanzarle para ganar la presidencia: haber conjugado en su persona dos variables claves durante la campaña electoral. El pedido de “cambio” de un sector de la sociedad argentina (que obviamente incluye a las clases dominantes) pero al mismo tiempo que el significado del cambio no modifique de manera radical el rumbo iniciado en 2003 por el gobierno de Néstor y luego Cristina Kirchner. Este mensaje caló también en los candidatos opositores. Massa y su eslogan de “el cambio justo” y el propio Macri asumiendo “lo que se hizo bien” pero señalando la necesidad de “corregir lo que se hizo mal” parecen dar cuenta de lo que decimos.
Los cambios parecen desprenderse más bien a un “estilo” de gobierno de Scioli o lo hecho en la provincia más que a un programa concreto que se haya expresado en la campaña. En relación a las continuidades es claro que se hace referencia a la política social implementada por el gobierno que se va, pesa la valoración de conquistas históricas como la Asignación Universal por Hijo, los convenios colectivos de trabajo, entre otras.
La década heredada
Son varios los analistas que coinciden en lo siguiente. A diferencia de otras transiciones gubernamentales, al menos desde la recuperación democrática, es la primera vez que un gobierno podría asumir el nuevo mandato sin demasiados frentes de tormenta por venir. Para el economista Alejandro Bercovich en un artículo reciente para la edición de Octubre de la revista Crisis, “por primera vez en la historia argentina, un gobierno democrático que pilotea un ciclo de crecimiento económico exitoso con expansión sostenida del consumo masivo, aumento del salario real y reducción del desempleo, no concluye abruptamente en medio de una crisis paralizante”.
En el mismo artículo se advierte sobre la falta de dólares con las que deberá lidiar el próximo gobierno, los desafíos que plantea el agotamiento del ciclo abierto por la exportación de commodities, en el contexto de una economía “frenada” desde hace un par de años, amenazada por la inflación y solo apuntalada por el “inflador estatal”, como Pro.Cre.Ar, Ahora 12, etc. La pregunta que nos hacemos es si el hecho de no modificar la estructura productiva, la matriz dependiente de una economía en exceso primarizada, que se sostiene por el agronegocio y el extractivismo, no hace más que reforzar los límites del modelo neodesarrollista, con consecuencias políticas obvias. Nuestra hipótesis es que en los casos en donde se afectaron intereses del capital concentrado, en Venezuela por ejemplo, con el acceso estatal a la renta petrolera, existen mejores condiciones para afrontar las crisis propias del capitalismo y apuntalar un proyecto político de cambio, con protagonismo popular. Un estado popular, para ser tal, debe asumir otro tipo de herramientas de crecimiento que eviten recetas como el endeudamiento y el ajuste.
Hacia adelante
Aún con contradicciones, los procesos de Venezuela o Bolivia donde hay un enfrentamiento visible con las burguesías locales, la fuerza política en el gobierno tiende a radicalizar su acción ante cada intentona de la derecha. Por el contrario con los llamados “gobiernos progresistas” surgidos luego de la década neoliberal pero que no van a fondo con una serie de cambios estructurales, terminan “pavimentando” el camino a la derecha. Le paso a Bachelet con Piñera. En Brasil Dilma debió incorporar a representantes del empresariado local en su gabinete (Economía y Agricultura) y podría pasarle al kirchnerismo si finalmente Macri derrota a Scioli en balotaje.
Pero la herencia de la década kirchnerista no sólo es destacable en materia social y económica. La cuestión de la violencia institucional debería llamar la atención del próximo gobierno. Según el periodista Martín Rodríguez “vivimos entre el optimismo que vio sentarse en el banquillo a cientos de militares y varios civiles, al escepticismo que sigue contabilizando víctimas crecientes de la violencia institucional.” El artículo que puede leerse en la edición impresa más reciente de Le Monde Diplomatique, hace mención a los asesinatos de Darío Santillán, Maximiliano Kosteki y Mariano Ferreyra, sucedidos en protestas en los últimos años, pero también por conflictos de tierras o gatillo fácil. En todos los casos son responsables las fuerzas de seguridad que suman cada vez más efectivos y hay impunidad del poder político.
Por último, el nuevo gobierno deberá afrontar una agenda legislativa que tendrá legislaturas más parejas y heterogéneas, esto hace pensar que iniciativas como la Ley de Medios que generó un gran debate sobre la posibilidad de ir contra la concentración de los grandes medios hegemónicos quede virtualmente congelada, o la tan mentada reforma del poder judicial, uno de los poderes menos democrático y conservador del sistema republicano.
Como suele ocurrir en la política argentina, la calle y el territorio pueden ser un lugar clave de la disputa. Las organizaciones populares y de izquierda tendrán el desafío de construir una agenda de resistencia pero también proyecto político propio, desafío aún más grande luego de una elección en donde la mayoría de la población optó por opciones claramente conservadoras.