Por Paloma Santoro/ Foto por Dagna Faidutti
Quienes salieron a cuestionar las pintadas y basura que dejó el Encuentro Nacional de Mujeres en Mar del Plata no repudiaron la represión que se vivió en la explanada de la Catedral, no cuestionaron las detenciones ilegales ni que esas mujeres hayan permanecido demoradas en una iglesia, ni que un grupo neonazi haya zamarreado las rejas de la Catedral que después empujaron las mujeres. Algo más grave aún: tampoco se oyó ni leyó ninguna palabra indignada por los femicidios cometidos horas antes.
A la materia fecal que algunas habrían arrojado, como dijo el jefe de la policía bonaerense en la ciudad, se respondió con balas de goma y gases para todas. Las mujeres, muchas con niños, otras mayores, incluso las artesanas que estaban sobre la Plaza, salieron desesperadas con los ojos ardiendo por los gases, y algunas con balazos de goma en sus piernas. Un fotógrafo recibió un impacto en el pecho y otro en el lente de su cámara. La imagen, después de que el lugar había sido desalojado, mostró a policías de civil agazapados con sus armas buscando objetivos a lo lejos, cubiertos por uniformados de la fuerza de la Provincia de Buenos Aires con sus escudos. Fue una cacería. La secuencia se repitió dos veces más. Y allí las detenciones. La imagen, permítanme disentir con tantos comentarios leídos, es más fuerte que la Municipalidad o un comercio escrito con aerosol. Esto también es violencia.
Las detenciones fueron ilegales: sin orden judicial, sólo puede concretarse ante un delito flagrante y para ello debería imputarse a las tres mujeres detenidas el delito de daño. Pero dos de ellas estaban observando y filmando la represión y a quienes estaban apostados en las escalinatas; otra pasaba por allí circunstancialmente. Las arrastraron de los pelos y las tuvieron detenidas a un costado de la Catedral, no sin antes romper el celular que tenía las imágenes de todo lo acontecido. Las causas abiertas son, por el momento, por resistencia a la autoridad. Pero para que esto se constituya en delito exige una orden legítima, que no hubo en este caso, por lo cual, no habría delito tampoco. Esto también es violencia.
Luego de que reprimiera la policía de este gobierno provincial, los ultracatólicos que ante el pedido de interrupción voluntaria del embarazo para que no mueran más mujeres responden con el Ave María, se fueron de las escalinatas. La foto llamativa –o no- fue que sobre el Pasaje Catedral, junto a los uniformados, quedó apostado Carlos Pampillón, dirigente neonazi autoconfeso, quien está procesado por la Justicia justamente por pintadas contra un monumento de “Memoria Verdad Justicia” y un centro de residentes bolivianos. E incluso fue declarado persona no grata en el Partido de General Pueyrredon tras los violentos incidentes provocados en el recinto deliberativo. Decidió irse cuando se enteró que una de las detenidas era integrante de HIJOS. “Uh, cagamos”, dijo y se subió a un automóvil que lo esperaba sobre Rivadavia, de acuerdo al relato de las presentes.
La provocación estuvo no sólo en el escudo humano de rezadores y sus ataques verbales, sino también cuando el grupo neonazi “Bandera Negra” estropeó los murales del Encuentro en los días previos e incluso cuando fueron los mismos hombres los que zamarrearon la reja de la Catedral, que luego se cayó con otros empujones de las mujeres presentes. La provocación –y agresión- también fueron cabezas rapadas amedrentando y golpeando a mujeres: antes de la marcha, durante la marcha y después de la marcha, según las denuncias de las jóvenes. Pero la provocación también se vive cotidianamente cuando nos enteramos que una mujer muere cada 30 horas por violencia machista, cuando las mujeres llegan a los hospitales con sus úteros destrozados o mueren por abortos clandestinos, cuando se arruinan tantas vidas por abusos sexuales (y la Iglesia calla), cuando las mujeres son presas de las redes de prostitución y trata. Eso es violencia. La violencia de las oprimidas podemos cuestionarla, pero bajo ningún punto de vista se puede poner en pie de igualdad con la violencia del opresor.
No podemos quedarnos solamente con los grafitis o la imagen de una mujer sin remera insultando. El derribo de las rejas ya queda en discusión de qué lado se fogoneó y se cometió. Nadie se pregunta tampoco por qué Pampillón custodia una Catedral cuyos arreglos interiores pagaría el Estado y están previstos en 10 millones de pesos.
El reclamo allí tuvo que ver con el rol de la Iglesia como institución y su influencia sobre las políticas públicas, desde la interrupción voluntaria del embarazo a la educación sexual. A eso fueron a gritarle las miles de mujeres que pasaron por la esquina de la Catedral o tiraron pastillas simulando el Misoprostol, la droga que permite a abortar en casa. Porque mientras se mire para otro lado con el pedido de la legalización del aborto, siguen muriendo mujeres pobres en el país. Eso es violencia.
A contrapunto de lo que también se dijo, lo sucedido no pudo ni debe opacar el Encuentro, el debate, el conocernos y reconocernos en la otra. “Soy nosotras”, decía una bandera en medio de la marcha. De eso se trató. Y no fue el Encuentro ni la marcha por el “NiUnaMenos” como muchos medios se encargaron de decir. El Encuentro trasciende la consigna, aunque considere necesaria la implementación urgente de políticas que combatan la violencia machista. No nos olvidemos que el 3 de junio fue histórico, pero nos siguen matando. Reducirnos al “Ni Una Menos” implica invisibilizar grandes e históricas luchas del movimiento de mujeres. Ojalá podamos ver más allá de las pintadas y la mugre.
Nota relacionada:
Represión en el ENM: el día en que una catedral se convirtió en comisaría