Por Leandro Albani
El gobierno israelí desató una masiva represión contra el pueblo palestino, que se mantiene movilizado en rechazo a la ocupación.
Hadil Hashlamon se negó a descubrir su cabello. El chador negro que vestía su cuerpo era parte de su fe religiosa, el Islam. Hadil intentaba pasar por un puesto de control en la ciudad palestina de Hebrón el pasado 23 de septiembre. Frente a ella, dos soldados israelíes la apuntaban con fusiles de guerra. En silencio, la joven se mantuvo inmóvil, mientras los soldados le gritaban. Cuando las balas que asesinaron a Hadil retumbaron, un grupo de palestinos y palestinas se acercó al lugar. El cuerpo, de apenas 18 años, se desangraba en el suelo. Durante 30 minutos, los soldados que asesinaron a Hadil no permitieron que nadie la asistiera.
Cuando la muchacha fue trasladada al Centro Médico Shaare Zedek, su vida pendía de un fino hilo de esperanza. Los doctores que la atendieron poco pudieron hacer. Hadil falleció por una bala que le partió el pecho
Sin perder el tiempo, el Ejército israelí declaró que la joven había intentado apuñalar a los soldados. Los testigos en el lugar, y una serie de fotos difundidas posteriormente, echaron por tierra esa versión. Hadil fue asesinada por negarse a descubrir su cara.
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El cuerpo tapado por banderas pasa de manos en manos. El cuerpo es pequeño, flaco, de apenas 13 años. Las banderas también flamean: los colores verde, rojo, blanco se mezclan con telas amarillas que dejan ver puños que sostienen fusiles.
Abdel al-Rahham Shadi Abdala Obeidallah dejó su vida en las calles de la ciudad cisjordana de Belén. Con 13 años, a Abdel se le escapó la juventud luego de que un soldado israelí le disparara. Aunque fue trasladado desde el campo de refugiados de Aida al hospital en la villa adyacente de Beit Jalah, la operación de urgencia a la que lo sometieron no alcanzó para salvarlo.
Los voceros del Ejército israelí, impertérritos, comunicaron que estaban investigando el hecho. Y aclararon que la represión desatada por las fuerzas militares israelíes se debió a que “decenas de palestinos lanzaron piedras” contra los uniformados. Se podría agregar: uniformados y sosteniendo modernas armas de guerra.
Las manos y las banderas que acariciaron a Abdel por última vez eran de palestinos y palestinas indignados. Se calcula que en el entierro del joven se reunieron 300 personas, aunque las autoridades israelís habían ordenado que solo 45 ciudadanos palestinos participaran del funeral.
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A finales de octubre del año pasado, Mutaz Hijazi, de 32 años, fue asesinado por uniformados israelíes. La acusación contra el joven otra vez ponía a la víctima como victimario. Según la versión de Tel Aviv, Hijazi era sospechoso en el tiroteo que tuvo como blanco al activista ultra-derechista judío Yehuda Glick. En Jerusalén, donde Mutaz fue ultimado, los pobladores no callaron lo que pensaban: al joven se le aplicó una ejecución extrajudicial.
La madre del muchacho declaró a la prensa que cuando entraron a su casa “vimos que fue arrasada en el interior y que había un fuerte olor a humo. Yo no sabía lo que pasó, pero al parecer Mutaz huyó a la azotea para ocultarse y ellos (las fuerzas israelíes) lo persiguieron y lo asesinaron sin más”. Nada de interrogatorios o de orden judicial; las balas calientes son parte fundamental del sistema jurídico de Israel.
La mujer, que nunca más podrá acariciar la piel de su hijo, recordó que Mutaz había sido detenido cuando tenía 17 años por participar en la Intifada, por lo cual fue condenado a seis años, a tres años y luego a otros dos años. “Pasó 10 años en régimen de aislamiento”, resumió la madre de Mutaz.
Para sellar la muerte de Hijazi, los soldados israelíes irrumpieron en la casa donde vivía. No la demolieron, algo común entre las formas de represión hacia los palestinos. Los uniformados, mientras tomaban fotos con sus teléfonos celulares, desplegaron gruesas mangueras conectadas a camiones y las colocaron en las ventanas. Cuando los grifos se abrieron las mangueras comenzaron a escupir chorros continuos de cemento. El corazón del hogar de Mutaz ahora se ahogaba en el frío cemento.
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Estas tres historias no son casos aislados. Son, por el contrario, una pequeña muestra de la sistemática represión que Israel aplica contra el pueblo palestino.
Los dos primeros asesinatos se produjeron en las últimas tres semanas, en medio de una ola de ataques y agresiones por parte de los soldados israelíes y los colonos judíos hacia los palestinos musulmanes que intentan llegar a la Mezquita de Al Aqsa, ubicada en la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén, el tercer lugar sagrado para los seguidores del Islam, desde de La Meca y Medina.
Las agresiones contra los palestinos en Al Aqsa se propagaron como fuego hacia poblados y aldeas de Cisjordania.
El martes pasado, la Media Luna Roja informó que solo el lunes 288 palestinos y palestinas resultaron heridos debido a la represión israelí. Desde que comenzaron los ataques 28 palestinos fueron asesinados por las fuerzas de seguridad hebreas.
La agencia de noticias Ma’an informó que ayer otro joven palestino murió y seis fueron heridos en una incursión israelí en el campamento de refugiados de Shufat, en Jerusalén Este.
Con tres semanas de asedio a la Mezquita Al Aqsa, la respuesta palestina no se dejó esperar: cientos de personas se encuentran movilizadas, repudiando la ocupación israelí en los territorios de Cisjordania. La desesperación y la impotencia de los palestinos y las palestinas también se tradujo en la muerte de cuatro ciudadanos israelíes.
Ante esta situación, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, actuó como de costumbre: anunció aplicar con “mano de hierro” la represión y ordenó “acelerar el proceso de destrucción de las casas de terroristas, alejar incitadores de la violencia de la Ciudad Vieja y el Monte del Templo, ampliar detenciones administrativas de alborotadores y enviar más fuerzas a Jerusalén y Judea y Samaria (Cisjordania)”.
Por su parte, el viceministro de Defensa israelí, Eli Ben-Dahan, convocó a todos los ciudadanos que tienen licencia para portar un arma a “llevarla encima en todo momento y utilizarla, si es necesario”. El funcionario argumentó que “cualquier terrorista que acuchille a alguien debería esperar que le respondan con disparos”.
Muchos dicen que en Palestina ya está en marcha una tercera Intifada. Los días por venir confirmarán si el hartazgo del pueblo palestino desemboca en una nueva rebelión contra la ocupación israelí que ya lleva siete décadas. Lo que parece seguro en estas horas es que los palestinos y las palestinas no tienen interés alguno en quedarse con los brazos cruzados mientras sus hijos mueren, unos tras otros, por las balas del Ejército israelí.