Por Pablo Kulcar
Marcha recuerda a Jorge Pistocchi entre anécdotas y pinceladas de una vida cargada de sueños y convicciones que fueron posibles.
El domingo por la noche murió Jorge Pistocchi, creador de las emblemáticas revistas Expreso Imaginario, Pan Caliente y Mordisco, todas publicaciones que en la década del 70, se atrevieron a todo y contra todo. La figura de Jorge alcanzó su punto máximo con la exposición de la nueva corriente humanista y ecológica que la revista revindicó .Con la pluma de excelentes periodistas y escritores (Pipo Lernaud, Miguel Grinsberg, entre otros) despertó y activó miles de neuronas en chicos de 15 a 30 años.
La idea de un arte liberador, que como un huracán atropellase todo lo que se establecía como la norma a seguir, fue solo una de las características de su creación. El concepto de humanidad universal acariciaba un pacifismo bien definido y determinado a marcar diferencias con un mundo violento y estructurado en el poder.
El rol político era animarse a ser libres, a pensar, a crear, ya sea música, escultura o ensayos filosóficos donde el límite era solo el cansancio de escribir sin parar. El expreso contenía en sus páginas las semillas de lo nuevo, de lo improvisado, del coraje, del riesgo a cualquier cosa. Ya en plena dictadura pasó desapercibido por la nefasta maquinaria represora, arrogándose entonces un valor tan mítico entre la resistencia juvenil como lo fue el rock.
Pistocchi fue un visionario, mecenas de muchos tipos de la época como el propio Luis Alberto Spinetta, para quien compró los primeros instrumentos y dio lugar en su casa para que viva. Estuvo contra la guerra de Malvinas, organizó una comunidad de alimentos orgánicos a la que llamó “Centro Cósmico La Paternal”, instrumentó la recuperación de la primera fábrica en manos de los obreros (AMAT, en Monte Grande). Creía fielmente en la expansión del espíritu, en el desarrollo de una sociedad totalmente libre de cuerpo y mente. Jamás vendió su alma al diablo, jamás continuó algún proyecto que a su entender transaba con el sistema comercial.
Dejó su revista cuando vio que el rock perdía su fuerza: “Comenzaron a decir y cantar lo que la gente quería escuchar, eran un producto más del sistema, me aburrían, había cambiado su discurso por plata”, eran sus palabras. Jorge Pistocchi siempre intentó, trabajó para darle un lugar a los invisibles: “Con salvar a uno de estos pibes de la calle, todo valdrá la pena, sino que estamos haciendo para modificar la realidad”. El mundo como tal era una debacle, la sola idea que se construyan armas nucleares era la tarjeta de presentación de la locura colectiva disfrazada de progreso, de nacionalismo, de muerte. No le temía a nada, creía tan fielmente en la inmortalidad del espíritu, se sabía un pasajero del expreso de la vida. Jamás dio por terminada su lucha, ni aquella que sus pulmones dejaban escapar en cada palabra.
El recuerdo de un buen día
Conocí a Jorge Pistocchi un verano, luego que Danilo, un amigo con el que vivía (y lo cuidaba) me llamó. Era la respuesta a un viejo pedido mío de participar en cualquier aventura que tuviera a Jorge nuevamente al frente. Llegué a las seis de la tarde y pasé por un patio gigantesco lleno de bananeros y plantas. En una mesa estaba Él. Nos dimos la mano y como buen admirador, le dije que conocía todo su trabajo. Esto pareció no importarle en absoluto o por lo menos no lo impactó. Sentado, me preguntó si leía el Expreso, aclaré que sí, que lo recordaba como algo que me había incomodado fuertemente en mi adolescencia. En su contratapa tenía una historieta llamada Litlle Nemo, llena de diseños barrocos bien recargados. Sus historias eran los sueños de un pequeño llamado Nemo que viajaba con su pijama en una cama por el Espacio. Se topaba con personajes, todos muy circenses, en aventuras muy oníricas que carecían de una lógica lineal.
Jorge sonrió entonces y me dijo “te gustaban los dibujos, ¿no? Esa fue idea mía”. Trajeron una botella de vino y como no soy un buen bebedor, lo degustamos lentamente de a dos. “¿Qué es el rock para vos?”, fue la siguiente pregunta. Allí comencé un análisis sociológico de la sociedad media norteamericana de los años cincuenta. Su voz finita y estridente me interrumpió: NO NO NO, nada de clase media, ¡el rock viene de los trabajadores!
Hablaba de las experiencias anteriores a nuestra vida, de los problemas ambientales, de cómo hacer para no aniquilar el mundo y así de rebote no aniquilarnos a nosotros mismos. Capitalismo y marxismo eran dos caras de la misma moneda, la destrucción del Planeta, de la sociedad, esa que él soñaba alimentándose sanamente y explorando todos lo terrenos posibles.
La Boca, su barrio por elección, todavía no sufre las consecuencias. Desde un viejo conventillo, un hombre con todas las letras ha despegado .La luna roja del domingo, como una cósmica transfusión se llevó su sangre para que la noche se transforme en arte y nos acurruque. Quisiera ser ese personaje de historieta, en donde el sueño termina cuando el chico finalmente se cae de la cama. Que la mañana me encuentre tirado en el piso de la habitación, despertando de un sueño y que un tren viejo con todos los colores me pase a buscar. El Expreso Imaginario no se rinde, estará dando vueltas por toda la eternidad con el mismo terco y único maquinista, mi amigo Jorge Pistocchi.