Por Laureano Debat desde España
Lo primero que se ve en las tortas con los números de las elecciones del domingo es que Catalunya quedó dividida en dos mitades: los que quieren la independencia y los que no. Dentro de cada parte, abundan los matices y las diferentes modalidades, pero el primer juicio salomónico que puede hacerse es que los ánimos de la población estaban polarizados y así se reflejaron en las urnas. Fue una elección de posturas extremas, un referéndum no oficial por el Sí o por el No a la Independencia.
Leídas de ese modo, se puede empezar a decir que ganó el No a la Independencia, porque la suma de votos entre todos los partidos integracionistas fue del 51% mientras que la de los catalanistas llega a un 47%. Pero la alianza entre Convergència Democrática y Esquerra Republicana, Junts pel Sí, obtuvo casi el 40% de los votos, siendo la fuerza más votada (más de un millón y medio) y superando por más de la mitad a Ciutadans, que se afianzó como segunda fuerza con casi el 18%. Leídas de este otro modo, se podría decir que ganó el Sí a la Independencia.
Es muy difícil, entonces, acertar con el diagnóstico sobre quién ganó y quién perdió. Los movimientos que harán los partidos durante estas próximas semanas, antes de la investidura del nuevo Congreso, serán fundamentales y merecerán un seguimiento diario. Así y todo, se puede hacer un balance de quién salió más beneficiado, quién creció y quién decreció.
Lo que se jugaba el oficialismo era llegar a los 68 escaños necesarios para tener mayoría absoluta en el Parlamento, pero por sí solos obtuvieron unos 62 y contaban -hasta hoy- con los 10 obtenidos por la CUP, la otra lista independentista. Pero desde esta fuerza de izquierda ya aseguraron que la condición para dar sus votos era que no sea presidente, otra vez, Artur Mas, a quien responsabilizan de los recortes gubernamentales y a quien vinculan con la corrupción. Desde Junts pel Sí siguen firmes con la idea de envestir al actual presidente de la Generalitat y este tema parece haber entrado en un bucle sin salida.
Otro punto de desajuste entre estas dos fuerzas es el tema de la declaración unilateral de la independencia, que era la consecuencia pensada luego de una mayoría absoluta: una representación legítima y autosuficiente en el Parlamento para vehiculizar el proceso sin obstáculos. Pero en este punto, desde la CUP han asegurado que no se puede hacer una declaración unilateral cuando los votos de ellos sumados a los de Junts pel Sí no llegan al 50%, pese a que la mayoría catalanista será evidente en la próxima configuración del legislativo.
Desde la vereda opuesta, la fuerza que se consolida como oposición al proceso catalanista es Ciutadans, una agrupación de la derecha aggiornada conformada por ex PP y jóvenes profesionales de clase media-alta que proponen un “cambio sensato”. Esa ha sido su manera de captar, por un lado, el voto conservador y, por el otro, de catalizar a aquellos catalanes hastiados de la avanzada catalanista.
La fuerza liderada por Albert Rivera triplicó la cantidad de votos con respecto a las últimas elecciones de 2012 y pasará de 9 a 25 diputados. Serán los abanderados del bloque que intentará frenar todos los pasos de la hoja de ruta del proceso catalanista en el Parlamento, seguidos por los 11 diputados de un Partido Popular que perdió 8 escaños y que este 27S significó un duro golpe de cara a las próximas elecciones presidenciales de España.
El retroceso de las dos fuerzas que proponían una tercera posición intermedia entre el catalanismo y el españolismo más extremos, demostró que la intención mayoritaria de votos no iba por esas vías. El PSC (la versión catalana del PSOE) perdió cuatro diputados (pasó de 20 a 16) y es un claro ejemplo de que la polarización los perjudicó, aunque los que más sufrieron en este caso fueron los de Catalunya Sí que es Pot, la lista integrada por Podemos, Iniciativa per Catalunya y Equo, quienes no supieron o no pudieron capitalizar los triunfos en las últimas municipales de la fuerza nacional liderada por Pablo Iglesias, ni siquiera los pudo favorecer la reciente victoria en Barcelona de Ada Colau.
En unas elecciones que no son obligatorias y cuyo índice de participación suele ser bastante bajo, que haya participado más del 77% del padrón electoral no es un dato menor. Las y los catalanes necesitaban expresar su opinión en unas elecciones y muchos todavía sueñan con un referéndum real y reglamentario, aprobado por el gobierno de Mariano Rajoy. Y no se conforman con uno que debe disfrazarse dentro de unas parlamentarias.
Pese a un electorado fragmentado y dividido, el Procés catalanista parece que seguirá su ruta, tratando de capitalizar ese casi 40% de votos que obtuvo Junts pel Sí y de contar con el 8% de la CUP. Por su parte, Ciutadans liderará el proceso inverso: una campaña para unir Catalunya al resto de España, arrastrando tras sus filas al PP y a un dubitativo PSC que tiene un pie puesto con los de Albert Rivera y otro con los de Pablo Iglesias.
Hay mucha gente que piensa que la región “ya se fue” hace rato de España y que la independencia está en la cabeza de muchas personas y que se acabará dando por decantación y de manera irreversible. Y hay mucha otra que apuesta al agotamiento del proceso y a que se enfríen los paños de una vez por todas para que todo siga como está.
En estos momentos, hay reuniones por todos los rincones de Barcelona y el transcurso de las semanas aclarará más el panorama sobre el nuevo diagrama parlamentario de una Catalunya dividida y en procés.