Por Cezary Novek
Segunda parte del encuentro con el cronista. Una conversación exclusiva sobre las anécdotas de aquel que mira, escucha y huele para que, al escribir, los otros puedan transportarse al lugar de los hechos.
Alejandro Seselovsky tiene mucho para contar, sobre todo respecto de su recorrido de entrevistas, personajes y medios. En la segunda parte de su charla con Marcha, hablamos del trabajo con las fuentes. En el caso de los retratos, siempre aporta que estén a favor. Pero si el retratado se niega ¿significa que no se puede hacer? Me dice que no, para nada, que el trabajo sobre Tinelli lo está haciendo sin su colaboración. Especifico la pregunta: ¿Cómo hacer para que una fuente que ha puesto todos sus recursos a nuestra disposición no se sienta ofendida ante la honestidad de un texto que puede no ser amable con el personaje? Le recuerdo una nota de Cicco sobre Dolina, que le pide pasar al baño y termina hablando toda la nota sobre los productos para el pelo de aquel, que reaccionó con furia ante el retrato.
“Hay una línea de Caparrós, muy linda, que dice ‘Toda entrevista es una traición’. No hay manera de salir de esa traición”.
Y para ilustrarlo, me cuenta una anécdota. Hace poco hizo un retrato-entrevista para Playboy. El Pity Álvarez.
“Cuando llegué, sacó una bolsa de cocaína y empezó a tomar ahí mismo”.
Se le plantea el dilema ¿qué hacer? ¿contarlo o no?. Puede que sea parte de su deseo, del personaje que quiere mostrar. O puede ser un elemento interesante.
“El texto es siempre una solución. Y hay miles de opciones. La que yo elegí para el Pity no necesitaba que yo contara que él tomaba cocaína. No me pareció que me estuviera operando. El pibe es así, muy, muy roto. Pero me parecía que se iba a llevar todas las miradas el tema que se abrió una bolsa de cocaína ahí adelante… y me iba a descompensar al texto, poniendo todas las luces en esa escena. Y yo tenía muchas escenas. La gran escena era el Pity en ese lugar. Era un lugar podrido. Había mierda, estaba derruido, todo meado por el piso. Por la calle Jorge Newbery, frente al murallón del cementerio de la Chacarita. Era irrespirable. Estaba lleno de cosas de música, fierros, parlantes, un taburete de baterista, unas consolas. Y a la vez había otros elementos de la vida ordinaria, que se mezclaban. Por ejemplo, había un parlante grande y sobre el parlante, un calzoncillo. El calzoncillo caía como si fuera un reloj de Dalí, derritiéndose sobre el parlante. Esa es la escena. Yo estaba ahí, haciendo el laburo, esta tarea de recolección de fotogramas. Veo ese calzoncillo sobre el parlante, cayéndose como si fuera un reloj de Dalí sobre el parlante, pero era un calzoncillo usado del Pity. Y yo ya no necesito la imagen de la cocaína ¿entendés? Había otro montón de escenas riquísimas y la bolsa me las iba a obturar. Así es como vas componiendo, también.
Le planteo la relación precio-tiempo-revisión.
“Escribís porque escribís, después ves cómo vivís. Ahora ha crecido mi trabajo docente. Siempre que tenés dos o tres notas pesadas en un mes ganás algo de dinero, pero no es un buen negocio escribir. Mi último trabajo con un salario todos los meses fue en 2008, en diario Crítica. Ya van varios años que yo estoy completamente fuera del mercado… y, bueno, no me hace mal. No me voy a Nueva York. Cuando estaba adentro del mercado viajaba mucho y ahora me cuesta muchísimo. Son elecciones. A mí los bienes y servicios no me interesan, me interesa más ser dueño de mi tiempo y componer la escritura que se me cante el culo. Si vivir bien es tener poder adquisitivo, viajar, tener tu auto… bueno, vas a tener que negociar con la gente que te da esos recursos, que son las empresas. Ahora, si vivir bien es ser dueño de tu tiempo a lo mejor puedas salir del mercado y ser un monotributista pequeñito… y escribir como quieras escribir. Igual, uno nunca tiene todos los bienes y servicios que quiere ni es dueño de absolutamente todo su tiempo”.
Otro dilema: velocidad versus calidad. Buscar una historia, traerla y escribirla lleva tiempo. Mientras tanto, hay cuentas que pagar y un espacio en el medio que mantener.
“Hay que construir la relación con el editor. Es un elemento importantísimo. No hay texto sin él. Una crónica es un laburo con dos agentes activos. Quien la escribe y quien la trafica. Es importante construir relaciones con los editores para que sepan qué te pueden pedir. Tiene que saber cuál es tu puesto en la cancha ¿entendés? Que no te puede mandar al arco, si jugás de cuatro. Para ello hay que ser prolijo con las entregas, generoso con el propio texto, saber recibir con humildad la corrección. A mí me han mejorado los textos de una manera… Ahí perdés plata, porque te tenés que volver a sentar con un texto que ya creías terminado. Te demora con el siguiente, con los otros laburos, estás perdiendo plata. Ese es el punto. No me importa perder plata, me importa ser capaz del mejor texto del que sea capaz, superarme, competir conmigo, entregar un texto y salir de ahí con la sensación de que no lo podría haber hecho mejor. Ya veré de dónde saco la plata para pagar las cuentas”.
Le pregunto: ¿cómo trabajar a fondo y no contaminarse?
“Ir a un lugar como cronista no es lo mismo que ir a un lugar a secas. El traje de cronista, la escafandra te permite ir a cualquier lado. Una vez Gatopardo, la revista colombiana, me pidió un retrato de Cecilia Pando. Y yo me pasé las tardes con ella, tomando mate, comiendo bizcochitos, charlando con el marido, acompañando a sus hijos al quiosco. Éramos como dos amigas. Y era este monstruo que es la Pando. Pero yo no estaba ahí. El que estaba ahí era mi cronista. El cronista que yo tengo construido para ir al campo. Si no, no hay texto. ¿Voy a ir a la casa de la Pando con una remera de Madres de Plaza de Mayo? Me tengo que hacer el amigo –‘toda entrevista es una traición’, me repite–. Voy a la casa de Cecilia Pando con mi escafandra de cronista. Pero el que escribe voy a ser yo. Esa es la distancia. Para ir al campo a encontrarme con este monstruo, yo voy con una sonrisa, le estrecho profusamente la mano, comparto un mate con ella. No tengo ningún problema, porque ahí está mi cronista, que es mi instrumentación para poder apreciar el campo y el personaje. Cuando salgo, a mi cronista lo cuelgo en la percha de mi placard y el que se sienta en la computadora soy yo. Y ahí sí que Pando es un monstruo. Me parece que es un desdoblamiento imprescindible para poder escribir no ficción. Sino, sos un militante. Perfecto. No vas a lo de Pando”.
Antes de despedirnos, le pregunto qué vendrá más allá de la biografía de Tinelli.
“Tengo dos libros que estoy trabajando. El de Tinelli, más rimbombante, y el otro, más personal. Es una crónica que tiene que ver con la búsqueda de mi madre biológica. Soy adoptado y estoy buscando a mi madre biológica. La muerte de mi madre en enero de este año me abrió a mí una crisis personal. Muerta mi vieja, yo empecé a pensar “¿Cómo será un encuentro con la mujer que me parió?” Y empecé el proyecto, que se llama Numeral Mamá. Es una crónica escrita en tiempo real. Ya hice un par de viajes a Rosario a ver si puedo ubicar a esta señora, que supongo que estará viva. Es ir hacia otro campo, es ir hacia una escritura íntima, muy personal”.
Primera parte: