Por Mabel Bellucci y Gabriela Mitidieri / Foto por Facundo Nívolo
Hacia 1980, los feminismos de América Latina comenzaban a emerger con fuerza, al calor del retorno democrático que también suponía la vuelta del exilio de muchas mujeres activistas. En esa línea, los Encuentros Feministas Latinoamericanos y del Caribe que tomaban cuerpo en la región, evidenciaban qué nuevos elementos podían aportar al feminismo la multiplicidad de mujeres latinoamericanas. A la vez, marcaban una ruptura de toda ilusión de homogeneidad entre el colectivo feminista del norte y el sur. Nuevas voces de chicanas, negras, indígenas, mestizas, campesinas, pobladoras pobres urbanas y rurales, migrantes irregulares, lesbianas, trabajadoras formales e informales, precarias sin techos, entre otras tantas, resultaron decisivas para que un feminismo blanco y heteropatriarcal que se había inscripto como una matriz universalista comenzara a resquebrajarse.
En julio de 1981, más de doscientas feministas latinoamericanas se reunieron en Bogotá para conocerse, intercambiar ideas y hacer proyectos para el futuro. Hasta ese momento, América Latina había permanecido aparentemente ajena al movimiento de liberación de la mujer. Este fue el primer envión para sostener en el tiempo la continuidad de los Encuentros Feministas Latinoamericanos y del Caribe. Tal como exponía la investigadora Virginia Vargas sobre el movimiento feminista en América Latina durante los ‘80, los vínculos entre muchas latinas habían comenzado por lo general fuera del propio continente, como un reflejo de la centralidad del feminismo del hemisferio norte.
Por ello, no puede desconocerse la importancia que tuvo para el crecimiento de redes de mujeres, la instalación con cada vez mayor fuerza de estos encuentros: en Bogotá, en 1981; Lima, 1983; Bertioga, 1985; Taxco, 1987 y San Bernardo, 1990. Así, mujeres de distintos puntos del continente reafirmaban aquello de que al “reconocer que no éramos unas cuantas en cada país sino varias más en muchos países contábamos con más seguridad”, llegando a valorar la necesidad de un intercambio más directo entre las mujeres de este lado del mapa.
Los Encuentros tuvieron y aún tienen una organización autogestiva, por fuera de las instituciones clásicas, sustentado con el trabajo activista de cientos de mujeres. Se llevan a cabo cada dos años aproximadamente. Al finalizar cada Encuentro, se elaboran documentos que concentran lo debatido a lo largo de las jornadas, los cuales permiten armar un cuadro de situación sumamente significativo en torno a los principales ejes del feminismo regional, de acuerdo a cada coyuntura histórica. El próximo será el número 14 a realizarse en Montevideo, Uruguay, en 2016.
En el manifiesto del V Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, llevado a cabo en San Bernardo, Argentina en 1990, se definía al movimiento como “siempre opuesto a un orden específico, sea patriarcal, capitalista, imperialista y colonialista.” Pretendía “transformar las relaciones de poder de un sexo sobre otro, de una clase sobre otra y de una raza sobre otra.”2 Esa heterogeneidad, que reflejaba necesidades diferentes, exigía encontrar demandas conjuntas para avanzar en la construcción de un movimiento amplio y autónomo.
Se hacía evidente la relación del movimiento feminista con otros sectores de mujeres y movimientos sociales, ya que en nuestros contextos las mujeres encarnaban un sujeto activo de los distintos movimientos de contestación en América Latina; organizándose alrededor de múltiples demandas, desde la sobrevivencia hasta los derechos humanos. Así, la crítica a la dominación no sólo se expresaba en el cuestionamiento al sexismo, sino también al racismo, y al etnocentrismo. En lugar de un modelo único de lucha contra la desigualdad, se proponían una multiplicidad de luchas, diferentes entre sí, como diferentes eran las mujeres de acuerdo a su condición de clase, etárea, cultural, étnica, su nacionalidad y disidencia sexual.
Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe en San Bernardo
Tres mil mujeres de todos los tamaños, edades y colores -en representación de 38 países de nuestro continente y de otros también- se reunieron la noche del domingo 18 de noviembre de 1990 en la plaza central de la ciudad balnearia de San Bernardo. Allí, dieron comienzo al V° Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe. Juntas o separadas debatieron acerca de todos los temas vitales para el feminismo latinoamericano y mucho más. Ningún tema quedó en el tintero: sexualidad, trabajo, salud, cultura, lesbianismo, mujer indígena, campesina, vida cotidiana, educación, poder, participación política y social, ciencia, medios de comunicación, derecho, economía, violencia contra la mujer en todas sus formas.
Este Encuentro marcaría para la historia de los Encuentros un punto de inflexión. En primer lugar, porque las asistentes ya no eran exclusivamente feministas, mujeres “de una militancia clara y explícita alrededor de la problemática de género (…) Como testimoniaba Vargas: “Ahora, la composición era otra: además de las cristianas, ecologistas, pacifistas, investigadoras, lesbianas, heterosexuales, centroamericanas, conosureñas y andinas, de una cultura urbana de clase media la mayoría de ellas, estuvieron las negras, las indígenas de Honduras, México, Perú, Bolivia, Argentina; las pobladoras guatemaltecas, mexicanas, brasileñas, las sindicalistas argentinas, uruguayas, peruanas.”
Esta novedosa confluencia de identidades, si bien profundizó algunas líneas divergentes, también reforzó lazos trasnacionales y sentó las bases para los acuerdos posibles y necesarios. Entre los lazos de convergencia que trascendieron fronteras pueden nombrarse, los talleres propios que convocaron las académicas feministas, o las instancias de intercambio entre militantes de partidos políticos, quienes por primera vez se unieron para diseñar estrategias feministas en el interior de sus las partidos; las mujeres de los pueblos originarios que aportaron herramientas potentes para abordar género y racismo, cultura y etnicidad. Mientras que el grueso del movimiento lésbico organizó un taller alrededor de un tema vital que atravesaba sus experiencias en el movimiento: la lesbofobia dentro del feminismo. Entre tanto, las feministas esotéricas proponían hermosas ceremonias nocturnas en la playa, a la luz de las velas.
Hubo lugar también para aquellas alianzas que marcarían a fuego los horizontes de ese feminismo amplio, en vías de consolidación y crecimiento: nuevas fechas que se transformarían en jornadas de lucha en nuestro calendario feminista latinoamericano comenzaban a consensuarse entre todas las presentes en San Bernardo. Uno en particular que aún nos convoca con fuerza inclaudicable: el 28 de septiembre como día de acción feminista latinoamericana por el derecho al aborto.
La iniciativa surgió desde el Taller sobre Aborto, organizado por la Comisión por el Derecho al Aborto de Argentina y por las Católicas por el Derecho a Decidir de Uruguay junto con la participación de colectivas de feministas procedentes de Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, El Salvador, Guatemala, México, Nicaragua, Paraguay y Perú, entre otros tantos lugares. La propuesta surgió de un grupo de brasileñas al elegir el 28 de septiembre como “Día de la Lucha por la Despenalización y Legalización del Aborto en América Latina.
Se designó esa fecha no de manera casual ni caprichosa: todo lo contrario, se conmemoraba en ese país la resolución de la “libertad de vientres”, sancionada en 1888. Para las latinoamericanas, dicho acontecimiento encarnó un símbolo de soberanía de los cuerpos: “Libertad de vientres. Libertad de esclavos. Legalización del aborto. Libertad de la mujer para decidir”. Entre tanto, esta propuesta llamaba también a convocar movilizaciones en cada país para ese día con ese objetivo puntual. Para conquistar la despenalización a lo largo y ancho del continente proponían un sinnúmero de acciones que se llevarían a cabo en un corto y largo plazo, a saber: “1. Crear comisiones por el Derecho al Aborto en cada país y/o apoyar a las ya existentes. 2. Formar la Coordinadora Latinoamericana y del Caribe para la movilización por el Derecho al Aborto. 3. Lograr el apoyo de las mujeres de los países que ya cuentan con este derecho en la práctica y su vez apoyarlas en sus luchas por mantenerlo vigente. Hacer campañas en cada país y conjuntamente en nuestro continente para lograr ejercitar este derecho en forma legal, no clandestina, segura y digna para cada una de nosotras”.
El 24 de noviembre, con muñecos con sombreros de brujitas y unos estandartes que preconizaban “Mi cuerpo es mío”, “Para no morir: aborto legal”, “Nosotras parimos, nosotras decidimos”, moviéndose al son de tambores, una marcha de cinco mil mujeres por las calles, clausuraba este encuentro multitudinario latinoamericano, dejando tras de sí un legado importantísimo para el movimiento feminista y consignas que todavía hoy siguen vigentes en nuestra lucha por el aborto legal, seguro y gratuito.