Por Noelia Leiva // Foto: Facundo Galan – Anccom
Cruzar el prejuicio de la cárcel y mostrar la esperanza en compás de espera detrás del muro, o también el dolor y la soledad, es lo que intenta la muestra de fotografía estenopeica que surgió del taller “Luz en la piel”, dictado en el Complejo Penitenciario de Ezeiza. Hasta octubre podrá visitarse en el Centro Cultural Haroldo Conti.
Camas pegaditas a un televisor pequeño, ropa infantil y dibujos. Pieles con tatuajes y rosarios. Voces de niños y niñas de menos de 3, que son como esperanzas. Botas. Y el alambrado tan alto como delgado, como una trampa para los sentidos que muestra la distancia y la grandeza, pero reprime y reserva para quien está del otro lado la mínima reducción del espacio. La cárcel sólo puede dimensionarse, sostienen desde dentro, cuando estás ahí. Pero desde la organización Yo No Fui ofrecen una muestra de fotografía estenopeica para cruzar la oscuridad y el prejuicio sobre el encierro. Para iluminar, “Iluminaciones”.
Todo remite a narrar. Fotografiar, ese acto de pintar con luz, se vuelve en la exposición que se podrá visitar hasta fines de octubre en el porteño Centro Cultural Haroldo Conti el medio para comunicar escenas de la vida cotidiana de mujeres de la Unidad Penitenciaria 4 y la 31 del Complejo Federal de Ezeiza. Fue realizada a partir de cámaras armadas con lo que se tenían, en el taller “Luz en la piel” coordinado por Alejandra Marin y dictado junto a Costanza Cantero, siempre bajo la mirada organizadora de María Medrano, pionera en el arte de derrumbar muros con el lema de que todas son capaces de hacer.
Esas mismas paredes donde otrora hubo fotografías de representantes consagrados, y a metros de una exposición de artes gráficas en homenaje al pintor de la clase obrera Ricardo Carpani; ahí donde hace casi cuatro décadas reprimieron y encerraron, unas veinte fotografías rescatan la claridad de la ventana a través de la cortina de la celda, los rostros de los bebés en primer plano -pueden convivir con sus madres sólo hasta el tercer año de vida-, los recortes de goma eva del jardín de infantes, una panza de embarazada y el alambrado. Ese alambrado delante del que caminan guardias, que es alto y finaliza en púas. En las imágenes, frente a él las ‘internas’ abren sus brazos, como si fueran alas.
“El taller se llama ‘Luz en la piel’ a partir de un texto de la fotógrafa Guadalupe Faraj. Creo que esta muestra ilumina lugares que antes estaban oscuros para el común denominador de las personas”, sintetizó para Marcha Liliana Cabrera, que además de poetisa (es autora del libro “Obligado Tic Tac”, que publicó desde el encierro) fue parte del espacio al final de su condena, e integra la exposición con tomas y un poema. Según relata, recién cuando las coordinadoras confirmaron que “Iluminaciones” se llevaría al Conti obtuvieron la autorización para realizar imágenes en otros espacios además de las habitaciones y el patio. Así que este conjunto de fotografías que se puede recorrer gratuitamente de lunes a sábado es también “una forma de ganar espacio al poder penitenciario, de llevar estos lugares al ojo público”, planteó la autora.
El trabajo de Yo No Fui comenzó en 2009, y hacia los últimos meses de 2013 empezaron a pensar la muestra. Primero hubo que descubrir que no hacía falta una cámara con sensor de para congelar historias. Una caja de fósforos, de zapatos o hasta dos cajitas de rollos fotográficos podían ser el cuerpo para grabar en la película fotosensible un trozo de su realidad cotidiana. Y, aunque sea así, volar por sobre ese límite irónico que les permite ver el pasto y la autopista nada más que para desearlos. ¿Acaso mejor así que una enorme pared que quite la luz? Ellas editorializan y esperan desde sus imágenes.
Cada fotógrafa, presentada en general con nombre de pila, pudo agregar un texto a su obra icónica. “Ayer mi hija me preguntó qué quería de regalo, y yo le dije que una mariposa pintada o dibujada en un cuadro. Pues nunca más volveré a ver una”, escribió Cynthia, desde las paredes de la ex Escuela de Mecánica de la Armada. Todo es símbolo.
Ese límite que duele
Para Cabrera, el dato más explícito sobre qué es estar “adentro” y qué afuera de la cárcel es pasar frente al Palacio de Tribunales, en la Ciudad de Buenos Aires, sin saber que en el subsuelo de tan imponente edificio hay personas detenidas. “No sabés lo que se sufre, yo estuve 72 horas en una celda de 2 por 2, en una situación de higiene deplorable”, describió. Por eso, entiende que las personas que no vivieron de cerca alguna experiencia con la prisión no alcancen a dimensionar lo que ocurre tras los muros, pero eso no quita la “bronca” que provoca que se cuestione desde el prejuicio, como cuando recientemente los medios hegemónicos aseveraron que la población carcelaria vivía mejor que la jubilada porque le era destinado mayor presupuesto.
En ese marco, los cursos que lleva la organización son una oportunidad de “redescubrirse”, o al menos eso asegura Cabrera que le permitió lograr la poesía, por lo que ahora vuelve a Ezeiza a dar talleres. Lo importante es que toda la oferta sea “creativa y de calidad”, no por el hecho de llegar a un contexto donde las opciones son pocas se debe subestimar a las asistentes.
Además, desde Yo No Fui están atentas “24 horas” a las necesidades de “las chicas” porque las violaciones a sus derechos son una constante, ya desde la despersonalización de que alguien que se yergue como autoridad las llame por su apellido durante años o la fractura de los vínculos con hijos, hermanos y padres que genera el mismo sistema penal. “Cuando caés, es porque no tuviste oportunidades. Pasa lo mismo cuando salís. Las personas que reinciden son las que se sintieron solas. Por eso, pensamos el afuera y el adentro como un solo camino”, aseveró.