Por Simón Klemperer
El intempestivo cronista está podrido: de la televisión, del fútbol espectáculo, querer mirar a la pelota rodar y sólo encontrar una y otra vez las mismas palabras vacías. Y entonces arremete contra los periodistas deportivos y no se se salva nadie: ni ellos, ni Tévez ni el fin de semana de clásicos, una nueva rapiñada made in AFA.
No me gusta ver televisión, pero la veo. Y cuando la veo, no puedo ver nada que no sea deporte. Mi tele tiene una decena de canales deportivos y nada más. El resto de los 970 canales son simplemente inútiles y no se para qué me los pusieron. Debería pedir una rebaja a Telecentro. Ni cine, ni noticias, ni realitis, ni bailando por sueños compartidos, solo canales deportivos. Prefiero padecer el masoquismo de ver televisión en un solo rubro. Toda la tontería del mundo se concentra en la caja boba y se amplifica la idiotez a causa del apretuje. Una hora seguida de televisión basta para quedar convencido de que el pensamiento ha sido erradicado del planeta o que, de tanto usarse, se ha extinguido por completo.
Claro está que padecer tantas horas de trasmisión inútil es únicamente culpa mía. No culpo ni a ESPN, ni a Fox, ni a TyC, ni DeporTV, ni a ninguna de las industrias del entretenimiento deportivo. Me culpo únicamente a mí y nada más que a mí. Hace meses que dejé mi laburo y trabajo desde mi casa, lo que me obliga a ver la televisión cuando almuerzo, como para sentirme un poquito acompañado. Hace unas semanas que a causa de la soledad hogareña comencé a hablar solo, y comer viendo la tele obliga a otros a hablar por mí. Dicho esto y asumiendo la responsabilidad de mis actos y la culpabilidad de la propia autodestrucción neuronal, declaro: qué tontos son los programas deportivos. Cuánta inefable tontería surge de los periodistas deportivos, entretenedores del balón, y reporteros varios. Cuánta palabra vacía, cuánto vacío. Vacío a roletes.
Es increíble que con una semana sin ver televisión resurgen las esperanzas en el mundo: todavía, allá afuera, hay quienes aprovechan sus pensamientos para generar ideas. Sin embargo, dos horas de televisión tiran todo por la borda y las esperanzas de que exista un mundo mejor desaparecen al instante. La semana pasada comenzó con el ejemplo más claro al culto del pensamiento adolescente. Desde el momento en que Bentancur, jugador de Boca Juniors, le dio el pase al delantero de San Lorenzo para que metiera el gol de la derrota dominguera, toda reflexión periodística se encargó de analizar en profundidad, segundo tras segundo, tan complejo hecho.
Escribo esta nota días después del pase errado, y hasta hace cinco minutos los periodistas siguen hablando de eso. Sopa, sopa, y más sopa. Increíble. Un jugador dio un pase mal y alimentó la verborrea más gansa hasta niveles estratosféricos. Y todos se dan la razón, y dicen que no se puede culpar a un joven por un error, que un error lo comete cualquiera, y que hace un tiempo fue Gago, jugador experimentado, el que dio un mal pase similar a ese y no se lo trató con tanta rigidez. ¿En serio un error lo puede cometer cualquiera? ¿En serio? ¡Na! Que lo parió, cuánta luz. ¿Cuántos años de carrera hacen falta para decir eso? Y entonces todos dicen lo mismo, en todos los canales y no se cansan del vacío inocuo de sus pensamientos. Uno dice lo mismo que el otro, y es tan obvio, y los demás lo repiten como si no lo hubieran escuchado antes, y todos parecen tener enormes verdades humanas sobre un hecho que sorprende por su nula importancia. Todos al unísono repiten obviedades que no importan.
Y el problema es ese, que no importan. Porque si fueran obviedades importantes no sería tan grave, de última habría acuerdo sobre algo necesario, pero sucede que nada de lo que dicen importa. Pero no es que no me importa a mí, Simón, que escribo aquí y me hago el inteligente, es que no le importa a ellos mismos, que son los emisores de tan repetida pavada. Centenares de periodistas deportivos hablando sobre un joven que dio un mal pase sin darse cuenta que ninguna de sus palabras les importan ni un poquito. Ni a ellos, ni a su madre, ni a su padre. Hablan y hacen oídos sordos a su propios sonidos, oídos sordos a sus propios pensamientos, y son pura inercia, y no se escuchan porque no se soportarían y correrían el riesgo de desintegrarse.
Si los periodistas deportivos de la televisión fuera conscientes del espacio y el tiempo que malgastan y el daño que hacen, se desmaterializarían al instante, como Manuk, el hombre invisible. Y cobran un sueldo, y laburan en canales prestigiosos, y el jefe les pide eso, palabrerío. Y el palabrerío vacío no es inocente porque haciéndose los tontosse encargan de disimular el vacío real que vive el fútbol, mientras los hinchas de Rosario Central balean la casa de la abuela del pobre Maxi Rodríguez. Y es necesario hacer ruido para no decir que el fútbol está hecho una verdadera lagrima, y no decir que los jugadores la pasan mal, que no disfrutan, que no juegan y no se divierten, y el público se exaspera y putea a quien tenga enfrente, y nadie la pasa bien pero todos seguimos amando un fútbol que no nos produce placer. Y no, si ya no estamos aquí para sentir placer, estamos aquí para soportar esta repetida maquinaria de la pasión total y creer, nuevamente, cada fin de semana, que todavía la sangre nos corre por las venas.
Y mientras tanto, sobrevuela la felicidad por el hombre del pueblo, que tan del pueblo es, y que dejó el fútbol europeo para venir a jugar al fútbol vernácula. El hombre del pueblo que cobra como si fuera el hombre de la aristocracia, mientras Angelici saca la guita de quién sabe dónde, y lava dinero como un campeón, para satisfacer al pueblo por tener de regreso a su hombre de pueblo.Demasiado pueblo me parece a mi. Y claro está, tampoco es culpa de hombre del pueblo, es culpa de la lupa que los boludospodemos en tan extraño héroe.
Y el error de Bentancur, y el error de Bentancur, y el error de Bentancur, y el error de Gago, y el error de Gago, y pasan las horas, y los días y los siglos, y la baba sigue siendo malgastada para decir cosas que a nadie le importan, ni al dueño de la baba, que tiene la orden de gastar el tiempo a lo pavote. Y el tiempo se gasta, y se va, y el fútbol va, se va, y no vuelve.
Y después, para trasformar el tedio en odio dicen que quizás, en una de esas, el milagroso gol de última hora de San Lorenzo fue a causa de los actos y pensamientos divinos del Papa Francisco. ¡Del Papa Francisco! ¿Será posible? ¿Será posible que decenas de periodistas pregunten eso, o será una jodita pata Tinelli? ¿Estaremos viviendo acaso, todos los ciudadanos de la Argentina, una jodita para Tinelli? Ah, no, perdón, me olvidé que ahora Tinelli es el enemigo número uno? Me olvidé que Grondona fue presidente treinta mil años, y fue socio del gobierno los últimos diez, pero que el enemigo ahora es Tinelli. ¿Seremos todos parte del reality show de la AFA? ¿En que canal estaremos siendo trasmitidos? ¡Me quiero ver! Parece que Telecentro no tiene ese canal. ¿Será del codificador de los jubilados? ¿Será el Papa Pancho nuestro Truman Show? ¿Será Bergoglio nuestro Jim Carrey?
Y el periodismo deportivo es el cable conductor de tanta eléctrica pavada. Y nosotros, el cable a tierra de la misma, el cable a tierra encargado de neutralizar cualquier tipo de sentido. No tienen vergüenza. La verdad, no tienen vergüenza, y no tienen derecho. En una de esas no hay que pedirle un descuento a Telecentro, sino hacerle una denuncia por daños y perjuicios. Alguien tiene que hacerse responsable te tanta estupidez, porque el fútbol no tiene la culpa. Porque nadie dijo que el fútbol tenía que ser tonto. El fútbol era un simple juego que fue ocupado por una privilegiada e intocable chantocracia. ¿Qué tendrá que ver con todo esto el papá Pancho?, me pregunto yo. Exijo una explicación, diría Condorito, hincha del Globo. ¿Qué dirá el santo padre que vive en Roma que le están degollando a su paloma? Ah no, nada que ver, esa es una canción de Violeta Parra, mujer que no vería ni a palos esos programas espantosos que veo yo. Otra que Darío Grandinetti. Que lo parió. Vergüenza total. Déjense de joder. Hagan el favor y búsquense un laburo. Un laburo digno que no se alimente de la estupidez ajena.
Y qué decir del fin de semana de los clásicos. Toda la exasperada cultura futbolera concentrada en dos días. El último caprichito del Don Julio puesto en escena. Su caprichito pos mortem. La delirante idea que se le ocurrió camino a la guardia. Tal vez es el capítulo final del Gran Hermano de la AFA. No sé en qué canal lo trasmiten, pero seguro que este fin de semana fue el de mayor rating del año. Y todos nosotros adentro de la casa del Gran Hermano AFA viendo la tele las 48 horas. Y los televidentes muertos de risa viendo cómo los participantes cuadramos el circulo, dejamos la vida de lado por un fin de semana entero y hacemos hasta lo imposible para no despegarnos del televisor y ver partidos todo el día. En fin. Que sea lo que dios quiera.